Patricia Pernas/EFE
Mauricio Armas Zebadúa llegó al mundo de la pequeña pantalla casi por azar pero convencido de que la actuación siempre le había llamado la atención. Así llegó a «Temblores», una película que lo atrapó desde el primer minuto para poder contribuir a romper el tabú de la homosexualidad en Guatemala.
Fue la trama de este filme guatemalteco, dirigido por Jayro Bustamente, lo que levantó su curiosidad. Incluso lo cambió personalmente, creándole una mayor conciencia sobre los retos, la discriminación y la desigualdad que vive la comunidad LGTBIQ en un país como el suyo.
Antes era menos consciente de todo ello. Tenía una «autoimagen de estar muy a la altura de la discusión» pero se dio cuenta de que «falta mucho por aprender, muchas esquinas internas por barrera y muchos procesos personales e internos que observar».
Así lo admite en una entrevista con EFE en la que ve su incursión en el cine como «un acto personal de rebeldía» para expresar sus propios sentimientos y su apoyo a la comunidad LGTIBQ, describiendo las injusticias que sufren día a día.
«Temblores» narra la historia de Pablo, interpretado por Juan Pablo Olyslager, que se enamora de Francisco (Mauricio), un masajista que al contrario de él no tiene ningún pudor y ningún miedo en mostrar su amor.
Tanto que en un primer momento, Pablo decide abandonar a su devota familia evangélica, pero los suyos ponen su fe y el emblema de la «familia» por encima de todo para poder curarlo de su «enfermedad». Y con testimonios reales se hila el papel que aún hoy en día sigue jugando la Iglesia.
– ¿Lo que pasa en la película es real?
– Sí. Está pasando. (…). La película obviamente intenta llevar ese mensaje a la sociedad, especialmente a Guatemala, que necesita escuchar, abrirse al diálogo, comprender que la inclusión no es perder, sino que más bien es ganar como sociedad, que terminarnos uniformando acorde a un criterio único, a un canon religioso (…) no va a funcionar.
Y ese era uno de los propósitos de esta trama. Sacudir la conciencia. Abrirle los ojos a la ciudadanía sobre algo que no quieren ver. Mostrarle al guatemalteco que la historia de este filme, que ya ha cosechado premios internacionales, «está pasando» y no en «un lugar lejano y fantasioso», sino «en nuestra sociedad» y probablemente a «alguien que tú conoces».
Mauricio fue consciente de ello. Un día iba por la calle y una persona, que recientemente había visto la película, le contó que había pasado por «un proceso similar». Y eso solo deja ver que «esto real» y que cada detalle que enseña la historia «ha estado sucediendo».
Este hombre, director creativo, músico de blues y emprendedor, asegura que Guatemala sigue siendo un país «bastante tradicionalista» con una sociedad a la que le parece que le gusta mantener «el legado de lo que a mí me dijeron, lo que a mi abuelo le dijeron».
«Da la impresión de no querer disponernos a simplemente entender que eso no es fijo, que el principio de flexibilidad podría estar más presente. Abrir nuestra conciencia social a que no todo tiene porque ser como tú lo haces o como tu familia lo ha venido haciendo», reitera.
Y es por ello que pide tener «altura de conciencia» y no seguir siendo «tan cerrados». Y espera que en algún momento, más pronto que tarde, exista un debate real sobre la aprobación del matrimonio igualitario en el país, aunque sabe que es difícil.
«Sería genial», proclama sonriente. Y acto seguido, encorvando la comisura de los labios, enfatiza en que no se le puede negar los derechos a otra persona porque prohibirles casarse va más allá e implica, por ejemplo, que no puedan ser incluidos en el seguro social o que no puedan reclamar el patrimonio al momento de que uno fallezca.
«Cosas que a veces como sociedad nos olvidamos (porque) nos concentramos en defender un solo aspecto, pero no estamos viendo el macro», agrega, y espera que la película haga tambalear conciencias y ayude a romper el tabú de la homosexualidad en Guatemala, un país tradicionalista y conservador.