BrendaCarol Morales

 Debo reconocer que antes de ahora mi acercamiento a la poesía de Isabel de los Ángeles Ruano era casi nulo. Como profesora de literatura, la había mencionado como una de las escritoras importantes del siglo XX y habré leído quizá un par de poemas. Como tal, había escarbado en algunas páginas y me topé con el texto Generaciones literarias, de Mario Cordero Ávila, clic aquí en el que la relaciona, de alguna manera, con la que él llama Generación del terremoto aunque, ya desde entonces, ella no era gregaria; si bien participaba en algunas lecturas de poesía y se relacionaba con los poetas del grupo RIN 78 o de Nuevo Signo, nunca formó parte de dichos grupos ni creo tampoco que se considerara integrante de una generación.

En parte, toda la parafernalia en torno a su vida, las cuestiones personales de las que tanto se han ocupado los diarios al punto de que el hecho de vivir en condiciones de extrema pobreza y vestir en forma masculina se resalte más que su capacidad poética, me hicieron alejarme un poco y no conocerla de una manera más profunda. Recuerdo esa manida excusa con la que se le concedió el Premio Nacional de Literatura en 2001, que dice más o menos que ella es la única que ha decidido ser congruente entre su poesía y su vida, como si vivir de esa manera fuera una opción para ser una poeta verdadera y si su talento no fuera suficiente por sí solo para merecer el premio. En verdad, todos esos reportajes sentimentaloides le han hecho un delgado favor.

Es cierto que el contexto y la personalidad de los escritores condicionan su poesía, en tanto que les brindan el sustrato de quiénes son, su visión hacia ciertos aspectos de la vida, la manera de encararlos, así como los temas que les subyugan, entre otros; pero, seamos francos, eso sirve para que los comprendamos nosotros, los lectores; sin embargo, cuando ese entorno y esas acciones son tomadas como el todo, se corre el riesgo de que la persona se pierda en ese maremágnum de comentarios que atraen la curiosidad y hasta el morbo. Para muchos, en esta era mediática, es la única manera de sobresalir por un instante y están dispuestos a correr el riesgo con tal de gozar su minuto de fama. Sin embargo, solo aquellos con verdadero talento permanecen a pesar de la parafernalia mediática y realmente no necesitan que se creen esas historias alrededor de ellos… Este es el caso de Isabel de los Ángeles Ruano.

Ella es una poeta de cepa, una hacedora de la palabra. Es de aquellas personas que en mis años mozos me habría sorprendido como me sorprendió conocer a Roberto el Clavo Monzón, porque yo imaginaba que los grandes poetas estaban muertos. Es una suerte que, pese a sus problemas de salud, ella siga por estos rumbos de la zona 1. A pesar de ello, no podemos querer cubrir la situación que vive con la idea idílica de que lo hizo porque es congruente entre la palabra y la acción. En realidad, su vida nos está diciendo que, en este país, ser escritor y, sobre todo, poeta, no paga. No importa cuánto talento se tenga, si se pretende vivir de lo que se escribe, se encontrará que no es posible.

Para espíritus más prácticos o sujetos a las vicisitudes de la vida cotidiana, que pueden convivir entre el mundo de lo sensible con el mundo de lo real, de lo inmediato, quizá sea, si no sencillo, un poco menos complejo, menos cuesta arriba. Tal como leía en la biografía de Stendhal, de Stephan Zweig, pocos escritores de talento tienen la fortuna de la dualidad entre sensibilidad y razonamiento pragmático, como sucedía con el autor de Rojo y Negro. Ser dueño de una extrema sensibilidad como la de Ruano permite conectarse con las más grandes emociones y sentimientos del ser humano; ayuda a ser un intérprete de ese anhelo de gigante que poseen los seres humanos, esa aspiración a comunicarse con un ideal más alto, pero también más intangible y huidizo.

Ese talento raro, sin embargo, no es útil en la vida cotidiana, en la «vida real», en la época del utilitarismo que la edad moderna trajo consigo. En esta época materialista, las emociones son escondidas, reducidas al espacio íntimo. Como decía Stendhal: «Si je ne vois pas clair, tout mon monde est anéanti». No todos tenemos la suerte de este autor, quien se sentía dueño de un espíritu gobernado por esas dos grandes características de personalidad que parecen no ser compatibles en esta época: sensibilidad y razonamiento pragmático. Desde la época industrial hasta nuestros días, las personas sensibles, con talento para expresarlo por medio del arte, deben «escoger» entre la marginación y seguir con su arte o encontrar medios alternos que les permitan conjugar su arte con oficios más prosaicos.

En muchos casos, la expresión del arte se reduce al tiempo de ocio y a las escasas posibilidades que el medio brinde, convirtiéndose casi en un pasatiempo o en algo que se debe alternar entre el «trabajo serio» y el placer. En el poema Mis manos me parece encontrar esa dualidad: Estas manos mías conocen la ascensión suprema y la más burda ignominia. Cuando el poeta se ve impelido a volar con la palabra y ser magistral, muchas veces también se ve obligado por las circunstancias a descender y dedicarse a labores más prosaicas. Algunos lo resisten, se acomodan; otros, no.

¿Y por qué discurro entre estas ideas? Primero, porque me molesta la idea de que para ser poeta en todas sus palabras y consecuencias, si no se cuenta con recursos desde la cuna o por la suerte de vida, solo se puede vivir marginado. Pero ojo, esto no es una relación de causa y efecto, sino de correlación, porque no debiera ser así; un poeta, un verdadero poeta, en otro país o en un mundo utópico, debiera ser ensalzado como intérprete de lo más sublime del ser humano. Segundo, porque eso es lo que vi en la poesía que he leído de Isabel de los Ángeles Ruano.

Leerla me conectó casi de inmediato con otro poeta, al que también llamaron «maldito» y que durante muchos años fue vetado en su país, Charles Baudelaire.  Él, en su poema Albatros, nos hace ver que, como los poetas, esta ave al volar en el ancho cielo es digna de admiración y con majestuosa belleza acompaña a los barcos, pero una vez derribada, apenas puede caminar porque sus grandes alas blancas se arrastran penosamente y es humillada por los marineros.

«El Poeta se asemeja al príncipe de las nubes
que frecuenta la tormenta y se ríe del arquero;
exiliado sobre el suelo en medio de las burlas,
sus alas de gigante le impiden andar».

Isabel de los Ángeles Ruano es de esa clase de poetas en las que la palabra adquiere vida, fuerza, expresión profunda. Con el solo poder de su lenguaje nos lleva por los caminos del ser que se bifurca entre lo sublime y las más altas aspiraciones humanas con lo vulgar, lo común y cotidiano. Nos hace adentrarnos en la melancolía, en la nostalgia por un mundo más afín a su inconmensurable sensibilidad, que no parece estar en este país, en esta ciudad. Como una enamorada decepcionada, frustrada, incompleta porque su capacidad de entrega no encuentra parangón en el amado, canta sus visiones de enredaderas, de mares tormentosos y arenas que atrapan, de harapos y zapatos rotos, de seres dolidos y dolorosos, de amores que son fuertes pero que ya solo viven en el recuerdo, de contradicciones encontradas en alas que no vuelan o violines que no tocan música. Y la mayor contradicción: ama y se revela hija de esta ciudad en donde ha vivido confinada, condenada al ostracismo pero que también fue testigo de esos amores que luego solo están en el recuerdo. Y si bien la ciudad pareciera ignorarla, ella la hace suya y la hereda a su hijo, pero al hacerlo, deja de ser esa ciudad material para volverse una ciudad que puede llevarse consigo.

Al leer los poemas de Ruano, recordé a Oscar Wilde cuando decía «Las cosas son porque las vemos, y lo que veamos, y cómo lo veamos, depende de las Artes que hayan influido. Mirar una cosa es muy distinto de verla. Nada se ve mientras no se ve su belleza. Entonces, y sólo (sic) entonces, adquiere existencia. En la actualidad, la gente ve nieblas, no porque haya nieblas, sino porque poetas y pintores le han enseñado la belleza misteriosa de tales efectos. Podrá haber habido nieblas en Londres desde hace siglos. Seguramente las hubo. Pero nadie las veía, y por lo tanto nada sabemos de ellas. No existieron hasta que el Arte las inventó».  Esa ciudad a la que Isabel canta es la ciudad que todos vemos diariamente, pero solo adquirió vida con su poesía; de pronto, la zona 1 adquiere magia, el parque Morazán juega con los enamorados y la hace transmigrar. Así, reencarna el recuerdo del pasado, en los sueños del presente.

Siguiendo la idea que nos plantea Wilde, la mayor riqueza de Isabel de los Ángeles Ruano y la mayor suerte de los guatemaltecos, es que ella es hacedora de vida por medio de la palabra artística, aun cuando ella es la primera en reconocer que esas palabras son alas y esas alas no le permiten volar pero que de alguna manera la redimen y también redimen lo que ella pronuncia. En nuestro país, gente con zapatos rotos seguramente ha existido siempre, «desharrapados de cariño», olvidados por todos, ciudadanos sin ciudad, hambrientos de todo… cuestiones nada poéticas, cotidianas, duras, diarias… porque cualquiera los ve en las áreas rurales en el corredor seco, en la 18 calle, en los asentamientos, en la 4ª avenida y actualmente, en los parques o a un costado de la Biblioteca Nacional; sin embargo, ella los miró y como dice en su poema Cantares, ¿quién te dijo cantares? Y es que ahora vivir para mí solo es cantar, / Ya no vivo, canto, / ya no puedo vibrar, sólo cantar / y amar. Al cantar en su poesía, llamó nuestra atención hacia esas personas, esos sentimientos, sus historias, que de otra manera quizá estarían allí, pero no serían notados. Como poeta, también hizo un llamado a otros poetas: Llorará sonrisas y cantará dolores, / le dará la mano a sus hermanos, / visitará a los obreros en las fábricas, …

Mas haré un especial énfasis en que su palabra es artística pues el solo hecho de traer a la palestra estos temas por mucho que son importantes y que seguramente le valió ese lema de congruencia entre vida y poesía, con el tiempo dejarían de ser actuales, si no estuvieran acompañados de la pericia en el manejo de la palabra. He leído algunos de sus poemas y leí o escuché algunas disertaciones acerca de ellos. Me encontré con que, en un principio, influida seguramente por la época, su libro Cariátides está lleno de figuras surreales, con formas novedosas, muy al estilo de los Novísimos españoles. Luego, su poesía se fue depurando en la forma y se hizo más directa y fuerte. Pasó con maestría por distintas formas de escritura, incluidos sonetos.

Esa maestría en el uso de la palabra para expresar la sensibilidad profunda de su ser es lo que, a mi parecer, la mantendrá por el tiempo. En unos años y en los próximos siglos, surgirán otros temas a los que otros poetas darán vida y los que nos dio a conocer posiblemente ya no impacten a nadie; sin embargo, su capacidad poética presente en la manera de manejar las palabras para dar vida y potenciar lo escrito, permanecerá.  Ojalá que, en esos tiempos por venir, lo azaroso de su vida solo sea un mero dato biográfico y no el parámetro con el que se mida el asombro que produce leerla, la intensidad que se refleja en sus poemas.

Su actual situación es solo un instante previo. Como todo ser altamente sensible, las luces siempre se acompañarán de las sombras por causa de esa dualidad de la que no podemos escapar los seres humanos: somos luz y sombra.

Un poema que me subyugó fue ese que comienza así: Me enredé entre mis sombras / y dejé de entenderme con los otros. Como sucedió con los grandes poetas de todos los tiempos, la locura que parece acompañar sus actos es en realidad, como señala Tania Zapata, «un signo de grandeza, un refugio  de muchos seres humanos ante las injusticias, calamidades y el sufrimiento de los pueblos; vender en las calles para sobrevivir al olvido oficial; elegir libremente la indumentaria de su preferencia; forjarse valientemente una identidad distinta con el nombre de Pablo o vivir al margen de la falsa intelectualidad de su país no deberían ser motivo de estigma, porque el aislamiento, la soledad y la pobreza no fueron suficientes para acallar su sincera y deslumbrante voz poética». Clic aquí

Porque a pesar de todo, de las circunstancias que rodean su vida, su voz poética es potente y su capacidad, su manejo maestro de la palabra la hizo escribir cantos, poemas que suenan y seguirán sonando: Cantar, y luego más cantar / cantar con las guitarras / y luego más cantar. Y con esa Isabel de los Ángeles Ruano me quedo.

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