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Jorge Antonio Ortega


“No se daba cuenta de que, sin duda, 

se estaba causando algún daño”.

Franz Kafka

Alzó su vista hacia el horizonte…

Con toda una vida por delante, aquella noche tomó una decisión y se perdió en el laberinto de sus pensamientos, se sumergió en sus recuerdos, escarbó en su mente con la ansiedad de un buscador de tesoros… pero en el infinito océano de su corazón descubrió solamente un instante de felicidad que le había permitido construir ilusiones y soñar como se supone que lo hace todo el mundo, sin prejuicios, sin temor a pecar de vanidad.

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Sin asco a la vida esculcó su pasado, trató de armar su existencia como lo hace un zapatero al remendar el calzado usado y ajeno. Remendó los vacíos de su caminar, se reconcilió con su ángel de la guarda y, en un esfuerzo sobrehumano, tarareó para sus adentros lo que recordaba de la oración que aprendió en la oscuridad de su habitación cuando intentaba espantar a los demonios y fantasmas que habitaban debajo de su cama.

Pero ellos nunca desaparecieron, al contrario, anidaron por siempre y para siempre en aquel espacio y le ahogaron el alma; crecieron y se adueñaron de su destino, poco a poco, con paciencia fueron lanzando puentes hasta ganar su confianza. Luego, el tiempo germinó en una amistad incestuosa. Con susurros lograron en contubernio alcanzar metas siempre salpicadas de picardía y una que otra maldad al prójimo. 

¡Ah, qué días aquellos!, en que construían andamios para hacer daño a uno que otro imberbe o a algún hombre o mujer despistada. ¡Qué placer tan inmensurable! ¡Ahhhhh…! Pero nada es para siempre. 

Al final es un juego de espejos o un rompecabezas imaginario, como el caleidoscopio que juega con nuestra vista y mente debido a que todo depende del cristal con el que se observe el pasado y el porvenir.

Afinó su vista hacia el horizonte… y tomó de la mano a sus demonios pensando en el fuego eterno.

Quedó tensado el cable y, como un péndulo, oscilaba en la oscuridad aquel cuerpo inerte, con una mueca en el rostro y los ojos bien abiertos… observaba el horizonte, como un símbolo de exclamación a su victoria.

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