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Méndez Vides


Los narradores judíos son maestros en contar historias profundamente humanas, donde los personajes son extraídos de la vida cotidiana común y corriente, son sastres, carpinteros, funcionarios, carniceros, zapateros, que viven día a día circunstancias que desatan pasiones, reacciones violentas, y conmueven con sabiduría y entendimiento.   Kafka influyó en todo el mundo con el planteamiento del absurdo, y luego vino la generación neoyorkina de Bernard Malamud e Isaac Bashevis Singer, que trazaron un rumbo claro hacia el asombro y la tradición, mientras en Israel se cimentaba con audacia Amos Os y en Hungría el sin patria Imre Kertész, ganador del Premio Nobel, autor de la monumental novela Sin destino, que deslumbró a los alemanes cargados de culpa tras el holocausto. Grandes novelistas, con la tradición del Antiguo Testamento.   

A todos ellos se suma ahora la magia narrativa de Yaniv Iczkovits (1975, Tel Aviv), con su novela Las hijas del carnicero, que en otras lenguas se ha traducido como Las hijas del matadero, que nos conduce por la Rusia zarista en el siglo XIX, y que desde el primer medio centenar de páginas seduce con el manejo trascendente del melodrama de dos hermanas, Mende y Fanny Keismann, en su arranque apasionado, hartas de su realidad. 

novela Las hijas del carnicero
Novela Las hijas del carnicero. Foto: La Hora

Mende fue abandonada por el marido, quien un día se levantó por la mañana, partió y no regresó a la casa de su madre, donde la nuera cría a dos hijos con terribles limitaciones, chupando apenas el tuétano de los huesos de pollo que consumían eventualmente sus hijos, escuchando las quejas de la suegra que le recrimina todo lo que hace por ella.   Un día reúne todo el dinero que esconde debajo del colchón y sale a comprar un filete de carne para ella sola, y luego de pagarlo se angustia por no poder cocinarlo, y no quiere compartirlo, así que le da una mordida al trozo crudo, y el carnicero que la observa de lejos la conduce a un brasero y le prepara en rebanadas el lomo que ella devora, tomando fuerza para salir a derrochar el resto de su ahorro, que tenía previsto para pagar alguna posible mordida para evitar que su hijo fuera obligado a realizar el servicio militar, por ejemplo.   Y con el saldo final decide cruzar el río, y salta en el agua casi congelada a medio camino.

La otra hermana, Fanny, impulsada por la locura de Mende, llega a despedirse de quien se recupera del incidente, y desaparece como lo hacen los hombres, abandonando a sus cinco hijos y marido.   

Foto: La Hora
Foto: La Hora

El padre es un carnicero, de profesión despreciable, verdugo de los animales que perecen para alimentar a las familias, servidos en la mesa.   Su delantal huele a sangre, es respetuoso de las vacas, carneros y pollos cuyos cuellos corta con su halaf afilado con piedra.   Viudo, profundamente enamorado de la madre de sus hijos, que se extinguió joven, a quien idolatraba, aunque hubiera optado por el dormitorio separado para no contaminarla con el infortunio de su oficio.

Leer la historia de las dos hermanas y de los habitantes de Motal, un pueblo remoto, donde un barquero llamado Zizek Breshov es rechazado por la comunidad porque de joven tuvo que ir al ejército y regresó convertido en algo parecido a lo que son los cristianos, es tarea apasionante, y nos acerca a otra realidad, la de Mende, que “está sola en el mundo y el mundo no es para ella”, y de Fanny, la hermana que exigió su derecho a ser matarife como su padre, y aprendió a usar el halaf para cortar la yugular de los animales.   Es una obra fresca y sabrosa.   Está publicado en Espasa, o disponible en digital.

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