Por LUIS GALEANO y OLGA R. RODRÍGUEZ
MANAGUA / Agencia AP

Mientras las autoridades de inmigración de Estados Unidos luchan para manejar una avalancha de decenas de miles de inmigrantes centroamericanos, especialmente de menores que han cruzado la frontera sin sus padres o tutores, un hecho llama la atención: pocos de ellos provienen de Nicaragua, el país más pobre de la región, pero mucho menos violento que el llamado Triángulo del Norte compuesto por Guatemala, Honduras y El Salvador.

_America20_1bEntre octubre y julio, la Patrulla Fronteriza detuvo a unos 63.000 menores de edad que habían cruzado ilegalmente la frontera entre Estados Unidos y México. De ellos, sólo 194 provenían de Nicaragua.

«Las condiciones económicas en Nicaragua son terribles pero lo que realmente está obligando a emigrar a las familias desde el Triángulo del Norte, en este momento, es la violencia», dijo Eric Farnsworth, vicepresidente del Consejo de las Américas, un centro de estudios con sede en Nueva York.

Los lazos familiares también pesan a la hora de tomar la decisión de migrar. Muchos guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, por ejemplo, ya tienen parientes que viven en Estados Unidos.

En contraste, cuando los nicaragüenses, o sus hijos, se van, suelen permanecer más cerca de casa y migran a la vecina Costa Rica, un país relativamente tranquilo con un nivel de vida mucho más alto que la suya.

«Si me voy a Costa Rica es menos complicado luego llevarlos (a mis hijos) conmigo», dijo Flores, de tez morena y pelo crespo. «Pero a Estados Unidos ni yo misma me atrevo sola».

Los conflictos derivados de la Guerra Fría que se extendieron por Centroamérica en los años setenta y ochenta asolaron a Nicaragua, Guatemala y El Salvador. Pero muy pocos nicaragüenses huyeron de la violencia y se refugiaron en Estados Unidos.

Luego varias pandillas nacieron en las prisiones de Los Ángeles y luego se expandieron a sus calles, y el problema de la violencia inició otro ciclo cuando los pandilleros fueron deportados a sus países centroamericanos de origen. El Salvador recibió la peor parte de esa delincuencia nacida en el norte, que pronto se extendió a Honduras.

Carteles de la droga en México también comenzaron a usar la región como ruta de transporte de su producto a Estados Unidos, lo que fortaleció su influencia y provocó una expansión de las redes de delincuencia local. El Triángulo del Norte se convirtió en una de las regiones más violentas del mundo sin que exista una guerra o conflicto civil en esos países.

Con rumores que decían que Estados Unidos permite la estadía legal en el país de niños que viajan sin sus padres a la espera de una audiencia en un tribunal migratorio, muchos hondureños y salvadoreños creyeron que el riesgo de mantener a sus hijos en el hogar era mayor que enviarlos a un viaje peligroso y sin compañía, especialmente cuando muchos ya tienen familiares en el país del norte que podrían ayudar al niño que recién arriba.

«Esa cultura de las pandillas ha creado más inseguridad en las calles de Guatemala, El Salvador y Honduras y ha contribuido directamente a la crisis de los inmigrantes indocumentados», dijo el experto Farnsworth. «Eso no ha pasado en Nicaragua ni en Costa Rica».

La tasa de homicidios de Honduras es de 90 por cada 100.000 habitantes mientras que en Nicaragua es de 11 homicidios por cada 100.000. En Costa Rica, es sólo de 8,5.

Las autoridades nicaragüenses dicen que la relativa seguridad que se respira en su país ha sido creada en parte por un sistema de vigilancia comunitario luego de que los rebeldes sandinistas de izquierda arribaran al poder en 1979.

_America20_1c«Es asunto de protegernos a todos, ser cada uno como un policía más para erradicar la delincuencia», dice Guadalupe Ruiz, quien es parte de los Gabinetes de Seguridad del Barrio Omar Torrijos, en Managua.

Estos gabinetes discuten temas que van desde la violencia doméstica a la venta de drogas a pequeña escala y los abordan entre ellos o llaman a la policía.

No todos están contentos con el sistema. Los críticos dicen que estos gabinetes siguen un modelo cubano y que ejercen control político, así como labores de inteligencia para el gobierno.

Para los nicaragüenses que deciden irse, Costa Rica siempre ha sido un destino, gracias a la abundancia de trabajos poco cualificados y a una precaria vigilancia fronteriza. Costa Rica no tuvo las dictaduras y las revoluciones de otras naciones la última mitad del siglo XX y tiene un ingreso per cápita de alrededor 10.000 dólares al año, cinco veces más que Nicaragua.

Los inmigrantes nicaragüenses pueden simplemente tomar un barco por el río San Juan a las granjas donde trabajan recogiendo plátanos o piñas o viajar en autobús a las ciudades donde trabajan como empleadas domésticas o en seguridad privada.

«Si no me dan la visa, hay otras maneras de cruzar», dijo Flores una tarde reciente mientras hacía fila junto con unas 300 personas más fuera del consulado de Costa Rica en Managua. Dijo que un amigo le había ayudado a encontrar un trabajo cuidando a dos personas de edad avanzada en San José, capital de Costa Rica, y que por ahora planeaba dejar a sus hijos con su hermana.

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