Los príncipes Guillermo y Enrique. Foto La Hora: AP.

En público siempre presenta un frente unido, pero el príncipe Enrique tiene una historia muy distinta que contar sobre la realeza británica y la forma en que opera. La explosiva autobiografía de Enrique, con sus acusaciones condenatorias de que hay una relación tóxica entre la monarquía y la prensa, podría acelerar el ritmo del cambio que ya está en marcha dentro de la Casa de Windsor tras la muerte de la reina Isabel II.

La descripción que hace Enrique de miembros de la realeza que filtran información desfavorable sobre otros miembros de la familia a cambio de una cobertura positiva para ellos mismos es sólo una de las acusaciones más sórdidas de su libro, «Spare» («Repuesto»), publicado esta semana. El príncipe señaló en particular a la esposa del rey Carlos III, Camila, acusándola de entregar conversaciones privadas a los medios cuando buscaba rehabilitar su imagen tras su largo amorío con Carlos cuando él era el heredero al trono.

Lejos de la unidad que se presenta ante el público, la familia real y el personal de cada uno son retratados como rivales intrigantes, listos para apuñalarse mutuamente por la espalda con tal de que ellos mismos o sus jefes se vean mejor ante la opinión pública. El palacio que Enrique describe se asemeja a una versión moderna de la corte del rey Enrique VIII, donde los cortesanos competían por el favor del monarca y algunos perdieron su cabeza.

El libro deja la impresión de una familia real británica profundamente disfuncional cuyos miembros están tan preocupados por la prensa sensacionalista que se ven obligados a hacer tratos con los periodistas, dice Ed Owens, autor de «The Family Firm: Monarchy, Mass Media and the British Public, 1932-53» (La firma familiar: monarquía, medios masivos y el público británico, 1932-53). Y el público, al enfrentar esta afirmación, podría sopesar la situación con más cuidado.

«Creo que es necesario que haya algún tipo de reinicio, y necesitamos pensar cuidadosamente qué es la monarquía, qué papel desempeña en la sociedad», dice Owens, un historiador. «Porque esta idea de: ‘nosotros, los contribuyentes británicos, pagamos y a cambio ellos desempeñan’, es realmente una especie de ecuación fallida y que corrompe». Financiada en gran medida por los contribuyentes, la monarquía desempeña un papel principalmente ceremonial en la sociedad británica en estos días: son maestros del poder blando.

Sin embargo, sus partidarios argumentan que la institución aún cumple un papel vital, uniendo al país detrás de la historia y las tradiciones compartidas encarnadas tanto en la grandeza de las ceremonias reales como en el trabajo diario de los miembros de la realeza al inaugurar escuelas y hospitales y entregar honores a aquellos que sirven a la nación.

La cobertura de noticias de la familia real generalmente cae en una de dos categorías: Presentaciones públicas cuidadosamente orquestadas, o, a veces, historias caóticas sobre la vida privada de la realeza con base en fuentes no identificadas, pero podría avecinarse un cambio. La historia del colonialismo —tan profundamente entrelazada con la corona— está siendo reexaminada en todo el mundo. Manifestantes han derribado o vandalizado estatuas en ciudades británicas, y universidades respetadas internacionalmente como Oxford y Cambridge están modificando su oferta de cursos. Todo se resume en una cosa: Una institución que alguna vez fue el símbolo del Imperio Británico está enfrentando un escrutinio como nunca antes.

Carlos, quien se convirtió en rey tras la muerte de la reina Isabel II en septiembre, enfrenta el reto de modernizar a la monarquía británica de 1.000 años de antigüedad para garantizar su supervivencia. Ya ha dicho que planea reducir el número de miembros de la realeza que trabajan y disminuir el costo de la monarquía.

 

Esto debió haber ocurrido hace mucho tiempo, quizá, pero se retrasó por un factor clave: La propia Isabel. El afecto personal por la reina significó que el papel de la monarquía en la sociedad británica rara vez fue debatido durante sus siete décadas en el trono. Ahora que se ha ido, la familia real está confrontando preguntas sobre su relevancia en una nación moderna y multicultural que se ve muy distinta a cuando Isabel ascendió al trono en 1952.

En el mundo de Isabel —gobernado por el mantra «nunca te quejes, nunca expliques»—, el tipo de revelaciones personales en el libro de Enrique habría sido impensable. Describe sus dificultades de salud mental luego del accidente automovilístico de 1997 en el que murió su madre, la princesa Diana; relata un altercado físico con su hermano mayor, el príncipe Guillermo; revela cómo perdió la virginidad y describe haber consumido cocaína y cannabis.

«Spare» es el intento más reciente de Enrique y su esposa, Meghan, de contar su propia historia después de que abandonaron la vida real y se mudaron a California en 2020, argumentando lo que consideraban era un trato racista hacia Meghan por parte de los medios y una falta de apoyo del palacio. En la autobiografía, redactada por un escritor fantasma, Enrique, de 38 años, afirma que Camila forjó contactos con la prensa británica e intercambió información en su camino a convertirse en reina consorte, y en esencia proporcionó historias desfavorables sobre Enrique y Meghan a la prensa a cambio de una mejor cobertura de sí misma.

Las acusaciones son particularmente delicadas debido al papel de Camila en la enconada ruptura del matrimonio de Carlos y Diana. Si bien en un principio muchos miembros del público rechazaron a Camila, ella se ha ganado admiradores al realizar una amplia gama de actividades de caridad, y se le reconoce haber ayudado a Carlos a proyectar una imagen menos rígida y más en sintonía con la Gran Bretaña moderna.

Stephen Glover, columnista del Daily Mail, salió en su defensa y argumentó que Enrique simplemente es muy susceptible. «Me atrevo a decir que algunos miembros de la familia real han pasado historias a la prensa a través de sus cortesanos a lo largo de los años, pero es absurdo e ingenuo inferir que esto formó parte de un intento orquestado para desestabilizar a Enrique y Meghan», escribió. «Los miembros de la realeza no son títeres de la prensa, ya que—si es que tienen algo de sentido común— se dan cuenta de que pueden ser golpeados, al igual que elogiados. Los que son sabios saben cómo recibir lo áspero al igual que lo suave».

No obstante, a diferencia de Isabel —quien emitió una famosa declaración en la que dejó entrever que «algunos recuerdos podrían variar» cuando se enfrentó a acusaciones de racismo después de la entrevista que Meghan concedió a Oprah Winfrey en 2021—, el Palacio de Buckingham ha respondido a la primera gran crisis del reinado de Carlos con silencio.

Eso ha permitido que Enrique domine los titulares a ambos lados del Atlántico, que aparentemente le sirvieran tequila en un programa de televisión estadounidense nocturno y hablara repetidamente sobre los trapos sucios de la Casa de Windsor. Dado que este no es el primer escándalo que sacude al Palacio de Buckingham —entre otros sucesos muy sonados, el tío de Isabel abdicó al trono para casarse con una estadounidense divorciada—, muchos de los que compraron el libro de Enrique el martes parecían tener la seguridad de que la institución capeará el temporal.

«Simplemente, tienen que encogerse de hombros y seguir siendo la familia real», dijo James Bradley, de 61 años, mientras compraba un ejemplar. «Tras la muerte de la reina, el valor de la familia real nunca había estado tan alto en mi vida, y esto simplemente va a desvanecerse. Dentro de seis meses no estaremos hablando de esto».

 

Pero Steven Barnett, profesor de Comunicaciones en la Universidad de Westminster, prevé que las revelaciones de Enrique obliguen al palacio a ser más transparente, tal vez más en forma similar a otras instituciones como la Casa Blanca o la oficina del primer ministro británico en el número 10 de Downing Street.

«Nos ha hecho un favor al exponer la naturaleza de connivencia, la naturaleza conspirativa de las relaciones entre la familia real y la prensa británica», señala Barnett. «Tendrán que cambiar la forma en que negocian con la prensa. Y eso es algo bueno. Es algo bueno para la monarquía y es algo bueno para la sociedad británica».

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