Oksana Kolesnikova abraza el ataúd de su hijo, Anatoliy Kolesnikov, un soldado de defensa territorial de 30 años que fue asesinado por el ejército ruso en Irpin, a las afueras de Kiev. Foto La Hora/Rodrigo Abd/AP

En el parque Fomine en el centro de Kiev hay una larga fila para sacarse fotos bajo las magnolias que acaban de florecer. Un soldado ucraniano pide a su mujer y sus dos hijos que «¡Sonrían!» bajo la mancha de flores moradas.

Después de 51 días de guerra los habitantes de Kiev aprovecharon que el viernes fue el primer día soleado de la primavera para pasear por el parque o para tomarse un trago en una terraza, para darse un paréntesis y tener una vida casi normal.

Esquivando los coches de niños, los patinetes y las bicicletas, Nataliya Makrieva, de 43 años, recorre el paisaje tomada del brazo con su madre y no logra creerlo.

 

«Es la primera vez que volvemos al centro de la ciudad, queríamos ver cómo funcionaban los transportes, estar un poco con la gente. Ver a tanta gente me hace muy bien», contó la veterinaria que sacó sus gafas de sol.

Tumbado en el césped que combina con su uniforme, un soldado fuma en su pipa y mira el cielo azul. Hay 21º grados y sus compañeros, dos gemelos, se treparon en el nogal que está en flor.

«Es la primera vez que podemos respirar en más de un mes en Irpin y Gostomel y vinimos aquí para aprovechar el lindo día», explica uno de los gemelos uniformados, Dmitro Tkatchenko, de 40 años, que es veterano de la guerra en Donbás en 2015.

En esta imagen de archivo, vecinos esperan el reparto de comida en Bucha, a las afueras de Kiev, Ucrania, el 8 de abril de 2022. La pintada en la pared de la vivienda dice «NIÑOS». Foto La Hora/Rodrigo Abd/AP

Sentada en un banco, como lo hace a diario, Ana Grichko, que en un mes cumplirá 83 años, se deleita al ver el espectáculo de la vida.

«Hoy la gente quiere olvidar que hay una guerra. Pero pronto habrán de nuevo bombardeos y sirenas de alarma y vamos a tener que escondernos», dice la anciana, que pasa en una fracción de segundos de la risa a las lágrimas.

Después de tres semanas de relativa calma, dos ataques rusos golpearon el viernes y el sábado dos complejos militares en las cercanías de Kiev. Desde hace días, el Kremlin amenaza con intensificar los ataques contra Kiev.

 

UN «SPRITZ» EN LAS TERRAZAS

Las barreras antitanques fueron guardadas al lado de las carreteras. En los puntos de control sigue habiendo sacos de arena y bloques de cemento, pero en la mayoría ya no hay soldados apostados.

Los paneles de advertencia ya no difunden consignas de seguridad ni mensajes destinados a los invasores rusos o a los temidos «infiltrados», sino que transmiten video patrióticos.

El balance de pérdidas materiales en la ciudad sigue siendo bajo. Según las autoridades, 100 edificios han sido destruidos o golpeados por los ataques rusos entre el 24 de febrero y el 22 de marzo, fecha de la última incursión aérea dentro de la ciudad.

Cerca de Kiev un grupo de personas la semana pasada colocó una bandera de Ucrania en un edificio estatal. Foto La Hora/AFP

«La guerra tiene muchas dimensiones y no se resume a los combates. Kiev sigue sin duda en estado de guerra», explicó Alona Bogatshova, de 34 años, que se permitió una primera salida con sus amigos a una terraza a tomar un «Spritz».

«Pero por otro lado, hay tanta vida y libertades que uno reencuentra. Es una situación inaudita, que no tiene nombre, que todavía no habíamos vivido», resume la joven que se apura a terminar su vaso antes de la hora límite.

En Kiev la venta de alcohol está prohibida a partir de las 16h00 horas y el toque de queda rige desde las 21h00 a 6h00 de la mañana.

 

Entre las cosas que todavía se pueden hacer en Kiev está comprar comida a domicilio, ir a la peluquería, tomar el metro, alquilar una bicicleta o un patinete urbano.

Las escuelas, las universidades, la mayoría de los restaurantes y los centros culturales y escondidos permanecen cerrados.

El alcalde de la ciudad, Vitali Klitschko, pidió a las personas que huyeron de la ciudad, que se estima que alcanzaron a la mitad de sus 2,8 millones de habitantes en el momento más álgido, a que no vuelva.

Según los medios locales, cada día unas 50.000 personas vuelven a la capital ucraniana.

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