En la foto: Miguel Martínez y Alejandro Giammattei. Foto La Hora / José Orozco / Gobierno

Hoy se cumplen cuatro años del teatral montaje que hizo Giammattei, cosa que repitió tantas veces a lo largo de su gobierno, simulando una llamada en la que le “contaban” del primer caso de Covid-19 detectado en el país. En medio de un discurso le suena el teléfono y con micrófono abierto responde y luego traslada la “noticia” a la ciudadanía. Empezó en ese momento una situación que nos cambió la vida a todos, que cobró muchas vidas, alteró costumbres y, tristemente, enriqueció más a los sinvergüenzas que vieron en la crisis la oportunidad de hacer muy jugosos negocios.

La semana pasada publicamos una columna del doctor Edwin Asturias, quien dirigió la Comisión Presidencial para atender la emergencia, en la que hace importantes relatos de esos días difíciles que, entre otras cosas, permitieron gastar prácticamente sin control alguno más de 19 mil millones de quetzales, como informamos hoy. En su artículo el profesional que interrumpió su trabajo en Estados Unidos para volver al país a ayudar en la crisis, habla concretamente del posible “sendero de los delitos” cometidos bajo el pretexto de proteger a la población.

Cuando se acuñó la ancestral frase de que mientras unos viven en la pena otros están en la pepena, no había ocurrido una crisis sanitaria como la del COVID que empezó hace cuatro años y que mató a decenas de miles de guatemaltecos pero, al mismo tiempo, dejó decenas de miles de millones en bolsillos de los que dirigieron al país durante esos cuatro fatídicos -y lucrativos- años.

El mundo entero padeció las consecuencias de la peor pandemia que ha vivido la humanidad en términos de cantidad de muertos. Las vacunas que se produjeron y que ayudaron a contener la ola de muerte, a Guatemala terminaron llegando mediante generosas donaciones de países amigos porque acá, por instrucciones del Presidente y su pareja, se decidió hacer un oscuro y jugoso negocio con un fondo de inversión ruso que ofreció vacunas Sputnik V, mismas que no recibieron nunca el aval de la Organización Mundial de la Salud.

Asturias hace importantes relatos, empezando por su sorpresa al enterarse de que trabajaba para un presidente que tenía el título de médico y cirujano, pero que no creía en las vacunas como medida de prevención para la enfermedad, aunque si creyó en ellas para celebrar un oscuro contrato que mientras no se investigue acorde, permite suponer que fueron él y Martínez los más beneficiados.

Este día, cuatro años después de aquella célebre payasada, vemos cuánto cambió tantas vidas la presencia del virus en el país. Miles de familias enlutadas, cambios drásticos en la forma de vida y duras y dolorosas lecciones. A la par, sin embargo, los que dirigían al país también vieron su vida cambiada, pero para lograr millonarios contratos que, además de los fondos de la prevención del Covid-19, se nutrieron en proporciones que parecen de fantasía.

Redacción La Hora

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