Arévalo con la banda Presidencial. Foto: José Orozco Diseño: Roberto Altán
Arévalo con la banda Presidencial. Foto: José Orozco Diseño: Roberto Altán

Tras más de cien días de profunda agitación y sobresaltos por los tercos esfuerzos de Alejandro Giammattei, Miguel Martínez y su gente en el Ministerio Público y los tribunales, al fin se concretó la toma de posesión del nuevo gobierno y con ello se abre una enorme ventana de oportunidad para iniciar la reconfiguración del Estado, erradicando las organizaciones criminales promotoras de la corrupción.

Para ser honestos y sinceros, ese cambio no depende de lo que pueda o quiera hacer el Presidente Constitucional Bernardo Arévalo, sino, fundamentalmente, de la actitud que tenga la sociedad para unirse en la tarea imprescindible de producir los cambios que se requieren para acabar con el control total que se hizo de todo el Estado. Arévalo tiene que jugar el papel de un líder que ayude a lograr los acuerdos entre todos los sectores de la sociedad, porque ese fue su mandato, el que los electores expresaron con absoluta claridad en las urnas, pero en el fondo todo dependerá de nuestra capacidad, como ciudadanos, para entender las prioridades y terminar con la absurda polarización.

Quienes se supieron organizar para cometer el crimen del terrible saqueo de los recursos públicos harán todo lo que puedan por hacer que este momento de esperanza e ilusión que hoy vivimos se disipe en medio de las divisiones que han sabido alentar para confrontar, por temas absurdos y nada profundos, a la sociedad. Por ello tenemos que estar claros de lo que se nos presenta como el gran reto para iniciar la tarea de desmontar la captura de las instituciones y para reconstruir nuestro modelo político, empezando por el rescate del Estado de Derecho que fue aniquilado por la mafia organizada para operar en el MP y los tribunales.

Es un momento de alegría y esperanza, pero también un momento que pondrá a prueba nuestra capacidad para actuar unidos en la búsqueda de un objetivo común, que es ponerle fin a la existencia de un modelo que, como hemos visto hasta en las últimas horas del gobierno de Giammattei, supo configurarse para enriquecer a los que juegan en la arena de la corrupción. El misterioso asesinato de quien fuera el encargado del sistema de información pública sobre compras y contabilidad en el Ministerio de Finanzas, el mismo que convenientemente dejó de funcionar por un hackeo, es muestra de hasta dónde llegamos como país en términos de podredumbre bajo el sucio gobierno que hoy despedimos.

Es momento de ver para adelante y asumir compromisos; el primero es deponer intransigencias de cualquier actor(es) para alcanzar los acuerdos que el país demanda, entendiendo que sin rescate del Estado de Derecho y con esos operadores de justicia corruptos, no podemos ir a ningún lado. No será fácil, desde luego, pero ese objetivo es definitivamente impostergable.

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