El presidente Alejandro Giammattei y el presidente electo, Bernardo Arévalo durante la reunión del proceso de transición en casa presidencial.
El presidente Alejandro Giammattei y el presidente electo, Bernardo Arévalo durante la reunión del proceso de transición en casa presidencial. Foto: Alejandro Giammattei/ Twitter.

Ayer se produjo la primera reunión entre Alejandro Giammattei y Bernardo Arévalo para iniciar el proceso de transmisión del mando, teniendo a Luis Almagro de la Organización de Estados Americanos como testigo de honor; Giammattei afirmó que “nuestra soberanía radica en el pueblo y el pueblo ha designado a quienes tomarán la batuta del país” el 14 de enero próximo. Esa afirmación tiene gran relevancia por la evidente existencia de una conspiración para impedir que Arévalo sea investido como Presidente Constitucional de la República y marca una ruptura con la línea del Ministerio Público y las acciones que pretenden revertir la voluntad popular. Ayer mismo el sector empresarial organizado emitió una declaración contundente demandando el respeto al voto y la importancia de asegurar la investidura del Presidente, Vicepresidenta, diputados y miembros de las Municipalidades escogidos por la ciudadanía.

Hemos señalado varias veces que el Presidente Giammattei no se distingue por honrar sus compromisos adquiridos públicamente con la ciudadanía, pero este caso es de mucha mayor envergadura y la atención nacional e internacional es permanente porque se ha tomado nota de la conspiración que fue puesta en marcha prácticamente desde el resultado de la primera vuelta. El caso es que fueron tan burdas las maniobras que se dejó en evidencia la clara intención de abortar el proceso democrático y al gobernante no le ha quedado más remedio que hacer esa declaración que le compromete ante la ciudadanía y ante el mundo.

Los actores del intento de Golpe a la Democracia empiezan a sentir una tremenda soledad que, sin embargo, no significa que vayan a dar marcha atrás o que dejen de maniobrar para utilizar la justicia para repudiar la voluntad popular libremente expresada en las urnas. 

Hay que entender todo lo que está en juego y por qué la desesperación de quienes por muchos años se acostumbraron a usar el poder para su directo beneficio personal, dejando olvidada por completo la obligación inherente del Estado de promover el bien común. Se llegó a materializar una forma de ejercicio del poder en el que la corrupción salpicaba a todos los actores, al punto de que hizo posible que se llegara a materializar la completa captura de todas las instituciones, más allá de los tres poderes del Estado, porque se pactó con muchos para otorgar beneficios a diestra y siniestra.

Todo ello fue posible, justo es decirlo, por la indiferencia ciudadana, pero la misma ahora parece haber llegado a su fin porque el guatemalteco entendió el terrible costo de la corrupción y decidió dar un mandato claro e irrefutable de que la situación debe cambiar, al punto de que los golpistas se van quedando en dramática soledad.

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