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Contra lo que se repitió una y otra vez durante la campaña negra, el presidente electo Bernardo Arévalo no está hablando de imponer su propia agenda sino insiste en que será el gran articulador de acuerdos de los distintos sectores para salir del hoyo en que nos tiene hundidos la corrupción. Y es que a lo largo de décadas los gobiernos hicieron pactos con diferentes actores para operar tranquilamente en busca del beneficio de los funcionarios del Ejecutivo, Legislativo y Judicial y gobiernos locales, así como de quienes se suman para callar ante los abusos a cambio de, por lo menos, rascar algún beneficio.

Acaso el cambio más importante para Guatemala es esa idea de articular acuerdos de país que nos permitan acabar con el despilfarro de los fondos públicos para invertir en el desarrollo humano que, finalmente, nos beneficia a todos. En la medida en que las instituciones dejen de ser instrumentos de la corrupción, el pueblo tendrá mejor educación, acceso a la salud, infraestructura que vigorice su potencial económico, no digamos la seguridad que tanta falta hace.

La prostitución de todas las instituciones la hemos visto todos porque ha sido descarado el procedimiento para robar, aún en casos como la famosa compra de las vacunas para el COVID 19. Y el silencio de los distintos actores de la sociedad es uno de los indicadores de cuán acomodados hemos sido respecto al saqueo del erario, aún como en el caso de las vacunas que tuvo terrible implicación en la pérdida de vidas humanas y la vuelta a la normalidad, porque con tal de robar dinero se dejó sin protección a una ciudadanía indefensa por el abandono del sistema primario de salud.

De acuerdo a las necesidades del momento los gobiernos buscan respaldos mediante ese tipo de pactos. Poco importa que el precio del respaldo de un sector, como el del magisterio, sea a cambio del abandono total de la obligación del Estado de brindar educación a la niñez y la juventud, dejando al país en uno de los peores lugares del mundo en cuanto al aprendizaje elemental.

Si, en cambio, empezamos una nueva era con acuerdos de país, que son definitivamente posibles si la cabeza no está podrida ni radicalizada, se puede hablar del verdadero inicio de una primavera democrática para Guatemala, gracias a un liderazgo que, ante todo, ponga el requisito de la decencia y del interés nacional en cualquier tipo de acuerdos o negociaciones -no pactos- que se deban realizar.

Ya no más componendas en las que cada quien ve el derecho de su nariz, sino entendimientos de cómo sacar a Guatemala de este espantoso pantano de la corrupción.

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