Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
En Venezuela se produjo un verdadero terremoto político que hará cambiar al país desde sus cimientos porque los ciudadanos entendieron que si pretendían lograr un nuevo modelo en el ejercicio del poder, el objetivo era el poder legislativo que tiene la facultad de emitir las normas que modifiquen las reglas de juego para terminar con los vicios impuestos por una mayoría que creó un sistema que llegó a parecer invencible y que se fue consolidando a pesar de las sucesivas denuncias respecto al carácter totalitario de muchas de las normas que sirvieron para la estructuración del régimen.
Digo lo anterior porque es importante entender la enorme diferencia que hay entre el voto útil de una elección como la de Venezuela y el voto inútil en una elección como la de Guatemala donde ni siquiera la sacudida que sufrió el sistema cuando se evidenciaron los altos niveles de corrupción se pudo hacer algo para terminar con la dictadura de la corrupción que tiene en el poder legislativo su reducto más importante, donde se atrinchera el sistema para hacer imposible la idea misma de construir un orden político distinto.
Las condiciones imperantes en Guatemala hacen muy difícil lograr un cambio de la magnitud del que vimos en Venezuela, puesto que haría falta un proceso muy largo de organización para articular como una fuerza política todo ese vendaval que se ha generado en contra de la corrupción, pero que no atina a encontrar el camino efectivo para dar un verdadero golpe al sistema que la alienta y la apaña con la impunidad.
La oposición venezolana tuvo que deponer sus propias rencillas para alcanzar acuerdos que le permitieran obtener una mayoría sólida en el Congreso, y ahora falta ver si luego del resultado no se producen diferencias y divisiones producto de las ambiciones personales que pesan siempre más que las ambiciones sociales. De hecho, el futuro de Venezuela tiene mucho que ver con la madurez que tengan los dirigentes de las facciones que conformaron la fuerza opositora, para que mantengan su unidad y definan claramente cuáles son los objetivos que como grupo se tienen que marcar a fin de trabajar unidamente en su realización.
La dispersión de la fuerzas que quieren acabar con la corrupción y la impunidad es muy grande en nuestro país y no permite articular un movimiento político que se ponga como objetivo central y prioritario terminar con ambas lacras y con un modelo político perverso que traiciona de entrada la aspiración del bien común. En Venezuela ocurría otro tanto y durante varios procesos electorales el chavismo se benefició por la falta de un gran acuerdo nacional de la oposición y hoy en día su única esperanza está en que los grupos que ganaron la elección caigan en las eternas disputas que los distancian.
El esfuerzo en Guatemala tiene que ser hacia la conformación de una fuerza que pueda ejercer la presión suficiente para lograr el cambio de las reglas de juego, una fuerza capaz de torcerle el brazo al reducto del sistema para que permita las reformas a fondo que abrirán el espacio a una verdadera democracia. La elección venezolana nos indica que todo ello es posible, pero que hay que unir esfuerzos y terminar con absurdas diferencias.