En el narcisismo, los egoísmos se encuentran, enfrentan y despedazan y entonces, eso se refleja en una situación caótica de la cabeza a los pies en la sociedad y sus individuos. Por consiguiente, no resulta extraño enfrentarse a una ola de inconformismo contra el egoísmo y usurpaciones de las élites y de una ola de escaseces en las mayorías.
Los nuevos electos de todos los poderes del Estado, enfrentan creciente atomización del poder Legislativo, de la Justicia y del Ejecutivo; aumento de movimientos y partidos nuevos, así como el fin de los viejos. La gobernabilidad se aleja y el pueblo está inconforme e intolerante contra aquellos que defienden sus intereses y los de unos pocos, la concentración de la riqueza a toda costa, la escasez de justicia, la debilidad de las garantías civiles y políticas, así como la tardanza en la construcción de garantías sociales.
El abuso de poder, los privilegios, la corrupción, la restricción de la pluralidad étnica y cultural, están en el corazón de la demanda de igualdad ante la ley, de respeto, de dignidad en el movimiento de inconformidad ciudadana actual. La crítica de los ciudadanos al sistema, es de demanda de democracia. Ninguna generación está contenta con la manera como funciona la democracia nacional. A casi 40 años de la transición democrática, los gobiernos se han consolidado en crecientes antros de corrupción e ineficiencia.
Hace apenas un par de siglos, los individuos en las sociedades tradicionales, al menos estaban seguros de su propia identidad: la familia, los amigos, la tribu. Además, el mundo circundante apenas cambiaba. Eso hoy en día no es así. Las familias se desintegran, nada ni nadie es para siempre y apenas lo es para mañana. A esto habría que sumarle que hemos perdido la fe en Dios. Eso le daba sentido a la existencia. Ya no creemos en Dios, así que tenemos que buscar un nuevo sentido, que no encontramos.
No en balde parece existir un consenso general entre los estudiosos de la política y la sociedad, de que un sistema como el capitalista mal interpretado y aun peor, mal puesto en práctica, ha creado una sociedad individualista, en la que se busca única y exclusivamente el bienestar personal y eso a costa de cualquier ética y principios morales. Las personas solo nos preocupamos por nosotros mismos y todo queda supeditado a nuestros intereses: leyes, costumbres, tradiciones, comportamiento. De tal manera que esa falta de sentido existencial y vital y el individualismo, han creado una sociedad narcisista.
Al no encontrar sentido ni identidad más que en poder y riqueza, las personas buscamos desesperadamente la admiración de los demás, aun a costa de pasar y violar sus derechos y principios. Padecemos de una necesidad de validación patológica. Buscamos solucionar nuestra inseguridad personal, en la seguridad de los demás.
Por eso, los políticos y sus protectores y patrones (otros tanto narcisistas) están obsesionados no con gustar sino dominar a toda costa a lo demás. Esta obsesión se manifiesta de diferentes maneras: ser los más guapos, en las redes sociales ser temidos por pueblo y los funcionarios a su cargo, ser famosos a costa de lo que sea y acá lo triste del caso –que no es de hoy y viene de generaciones– lleva a una reflexión interesante: la popularización en los medios de comunicación y redes sociales, de todo tipo de mentiras y verdades a medias que hacen que nos identifiquemos con las personas famosas y que imitándolos creamos que podemos ser como ellos.
Pero ese narcisismo es una patología que conduce finalmente a la usurpación y con ello a pasiones desbordantes, como es el caso de que el narcisista odia a las personas de las que demandan admiración y en caso del político, a las que debe servir. Esto a nivel social se concreta en que, todos intentemos aprovecharnos unos de otros. Siempre estamos buscando obtener algo de los demás. Buscamos qué placer puede darnos nuestro compañero. Las relaciones personales se vuelven egoístas y despiadadas: no dudamos en manipular, chantajear, utilizar la culpa de los otros, el victimismo, etc., con tal de alcanzar nuestros objetivos y despierta deseos como consumir buscando llenar ese vacío interior. La publicidad conoce de esto muy bien; nos hace desear cosas a toda costa que no necesitamos para conseguir la admiración de personas a las que en el fondo despreciamos. Creo que acá cabe como conclusión la reflexión de Baudrillard: El tener sustituyó al ser.