Aunque el ataque de Hamas contra civiles israelíes y la toma de rehenes constituye una repudiable acción terrorista que no puede justificarse, si se puede explicar debido a la trágica situación del pueblo palestino tanto en la Franja de Gaza (en donde Hamas gobierna) como en los territorios de Cisjordania gobernados por la Autoridad Palestina. Un judío argentino, Ariel Feldman, ha escrito en el medio digital “Contexto y Acción” el pasado 21 de octubre un artículo sobre las políticas colonialistas del gobierno israelí (“Gaza: sobre sionismo, judaísmo, racismo y barbarie”) y cito: “Ninguna organización palestina en su historia hizo un acto semejante al del pasado sábado 7 de octubre. Solo se lo puede entender en un contexto de desesperación absoluta de los palestinos y su causa de liberación nacional. En los últimos tiempos, y bien antes del ataque de Hamas, las ya devastadoras políticas del Estado de Israel se vieron recrudecidas significativamente: continuos pogromos sobre pueblos palestinos hechos por los colonos fanáticos en los territorios ocupados, aceleración del crecimientos de las colonias y expropiación de tierras, visitas militarizadas y rezos judíos en lugares sagrados para el Islam a modo de provocación, leyes y declaraciones oficiales supremacistas por parte del gobierno ultraderechista de Israel, asedio a Gaza, y ninguna intención de negociar el fin de la ocupación y una salida de autodeterminación del pueblo palestino. No está en carpeta. A todo esto, hay que sumar la escalofriante objetividad de los números. En los diarios podrán aparecer las historias de vida y familiares de los muertos israelíes y prácticamente ninguna historia que permita humanizar el sufrimiento y personalizar la muerte de los palestinos. Pero la única verdad es la realidad. La cantidad de muertos en el conflicto en los últimos 10 años, contabilizados por la organización de derechos humanos israelí B´Tslalem, da cuenta que lo que se vive entre palestinos e israelíes no es una guerra sino simplemente una masacre. El 95% de los muertos son palestinos, y entre ellos, un alto porcentaje son niños. Tal vez el lector tiene otra sensación porque en la prensa occidental valen y se representan más unas muertes que otras… pero los números son los números… Soy un militante por una paz justa entre palestinos e israelíes. Sin embargo, me es imperioso desarmar y denunciar los discursos pseudo-pacifistas que no son más que una encarnación de la ‘teoría de los dos demonios’, bien conocida por los argentinos. Hablar del ‘péndulo del terror’, como hizo Jorge Drexler, es un ejemplo entre otros de la igualación reprobable e injusta de dos violencias diversas. La violencia palestina, aun en su forma más condenable, es un acto de resistencia. Decir eso no es romantizarla: es ser descriptivos; se trata de una violencia que se está resistiendo a otra cosa, a una violencia primera y originaria que inició y es la fuente cotidiana y continua de la violencia del conflicto. Esa violencia terrorífica originaria, que no es un péndulo, es la de la colonización” (fin de la cita).
Y es que, efectivamente, desde que los primeros colonos israelíes llegaron a Palestina durante la primera mitad del siglo pasado y la creación del Estado de Israel por Naciones Unidas en 1948 hay que tener presente que no llegaron a ningún territorio “vacío”, carente de población. La población musulmana de origen árabe tuvo que desocupar el territorio en que se asentaron los judíos “a punta de pistola” y así se explica la enorme cantidad de refugiados palestinos en el Líbano y en Jordania. Y desde entonces, pasando por las guerras con los países árabes de los años sesenta y setenta y por el proceso de paz de Camp David promovido por Jimmy Carter (que permitió la normalización de relaciones con Egipto y la devolución de la península del Sinaí) y el de Oslo (promovido por los noruegos y por Bill Clinton y permitió el establecimiento de la Autoridad Palestina en los territorios ocupados) un proceso de colonización de facto se ha acentuado, con el agravante de la puesta en marcha por los gobiernos de Israel de una política de apartheid de hecho, similar a que pusieron en marcha los blancos en Sudáfrica durante varias décadas antes de la liberación de Nelson Mandela y la derogación de tan infame legislación discriminatoria.
A lo anterior habría que agregar una cierta complicidad del gobierno israelí, deseosos de dividir y debilitar a la Autoridad Palestina, promoviendo –en sus inicios– a un grupo de tinte islámico radical como Hamas en la Franja de Gaza, en lugar de haber consolidado sus vínculos con la laica autoridad palestina en la Cisjordania ocupada. Y los partidarios de las teorías conspirativas (que nunca faltan) podrían agregar que si toda la sofisticación de la parafernalia militar de Israel no fue suficiente para prevenir el ataque del 7 de octubre es porque se estaba buscando un pretexto para iniciar una “evacuación” que en realidad es una limpieza étnica disfrazada, porque ¿a dónde van a ir los palestinos de Gaza si no pueden dirigirse a Israel y si el cruce a Egipto es un cruce hacia la nada del desierto del Sinaí?
Es por ello que desde Naciones Unidas hasta el propio presidente Biden han pedido moderación a Israel en su represalia ante el ataque de Hamas, pidiendo no hacer víctima a la población civil y evitar crímenes de guerra como ocurrió hace poco cuando un misil israelí impactó un hospital de Gaza en el que murieron heridos, pacientes, niños y personal de los servicios de salud. Múltiples organizaciones de derechos humanos y humanitarias de todo el mundo e incluso organizaciones de judíos norteamericanos, en Washington (en dónde ocuparon el Capitolio) y en Nueva York, han hecho manifestaciones pidiendo detener los ataques contra civiles y un cese al fuego. Esto último –sin ser solución al conflicto– al menos permitiría evitar más destrucción y muertes, como ha sucedido en las alturas del Golam en el frente de guerra con Siria y también en la frontera con Líbano, en donde fuerzas de paz de Naciones Unidas por lo menos han logrado hacer que cesen los enfrentamientos. Un cese de hostilidades es algo que también nos parece que podría conducir a evitar más derramamiento de sangre en la guerra de Ucrania al igual que se ha logrado hacer en otros conflictos en los que no se han podido llevar a cabo negociaciones de paz desde hace décadas, pero que por lo menos permanecen “congelados” sin violencia por parte de los contendientes, como es el caso de la India y Pakistán, las dos Coreas y Chipre, además de los ya mencionados entre Israel con Siria y Líbano. Obviamente, para que cese la tragedia de Palestina habrá que esperar que gobiernos moderados en Israel acepten proseguir las negociaciones tendientes a obtener la solución de los dos Estados, algo que por ahora parece bastante improbable.