Hasta hace pocos años era común oír que algunas empresas manejaban “doble contabilidad”; la una era la oficial, que se preparaba para las presentaciones fiscales y la otra era la interna, en la que sí se registraban todas las operaciones que en la otra se ocultaba para reducir los impuestos. Pero esa práctica ha ido disminuyendo conforme ha ido apretando la administración tributaria, que cuenta con inesperadas ayudas que llegaron en momento propicio: por un lado, está la tecnología que recoge la información y movimientos de todos los contribuyentes (facturas electrónicas, para empezar), y, por otro lado, las leyes para combatir el lavado de dinero que limitan las simulaciones de precios y valores ficticios (en otras palabras todo ingreso de dinero debe ir bien documentado). Empero no quiero ahora extenderme en esos aspectos mercantiles.
Hago referencia a lo anterior porque muchos partidos políticos, acaso todos o la mayoría, tienen “doble” plan político. Un primer programa de gobierno que publicitan con trajes pulcros y voces angelicales. Propuestas que se caracterizan por ser fantasiosas, utópicas, “pajeras”. La visión optimista puede surgir de: a) una visión ingenua de la realidad propia de aprendices o imberbes; o b) un cinismo condensado en su más pura esencia. En cuanto a la primera opción y otorgando el beneficio de la duda, podemos aceptar cierta motivación patriótica en propuestas generales que se repiten en casi todas las propuestas pero son poco consistentes. Para empezar, van a combatir la corrupción, una corrupción que es sistémica cuyo combate debe empezar por sanear el sistema de justicia (para empezar, elegir cortes conforme lo establece la constitución). Casi ningún candidato a diputado ha ofrecido elegir a dichos magistrados. Los corruptos actúan con mayor impunidad en la medida que los mecanismos de control y sanción no funcionan. ¿Dónde está la Contraloría de Cuentas? ¿Dónde están las acusaciones del MP a funcionarios señalados de corruptos?¿Dónde están las sentencias contra funcionarios?
Como “equipos de trabajo”, futuros “mandos de gobierno”, cada activista o afiliado lleva una agenda particular que, en la mayoría de casos, implica una variante de corrupción (por ejemplo procurar un “hueso” en algún ministerio pasando por alto los procedimientos de la Ley de Servicio Civil; o el nombramiento a una dirección general sin tener la capacidad). Es que la corrupción tiene mil caras como Medusa, no es solo recibir mordida para adjudicar una licitación. En otras palabras, ningún candidato llega “solo”, esto es, libre de compromisos y eso también anticipa corrupción.
Combatir y reducir a las maras es otra propuesta recurrente sin embargo no es tan sencillo; son jóvenes que, lamentablemente están inclinados a la delincuencia o aún, los bien intencionados, al no encontrar respuesta a sus inquietudes laborales terminan incorporándose a esas bandas. El problema es, pues, más profundo. Se necesitan miles de empleos, otra oferta que festinadamente lanzan los candidatos (700 mil empleos, igual número que ofreció Colom). Pero dichos empleos no los crea el gobierno, sino que la iniciativa privada que invierte en un clima sano de seguridad pública y certeza jurídica. Regresamos al mismo punto de partida.
La imaginación de los políticos dibuja escenarios de fantasía: Mejorar la infraestructura nacional con autopistas y mejoras en los puertos. Abastecimiento de hospitales. Combatir la desnutrición. Construir más escuelas y equipar las actuales. Mejorar la calidad de la educación. Extender el internet a todas las escuelas. Construcción de un metro en la ciudad capital. Implementar el tren de cercanías y construir el anillo metropolitano. Bajar el costo de la canasta básica. Reducir drásticamente el precio de las medicinas. Coordinar el pago debido al IGSS. Etcétera. Todas estas aspiraciones forman parte del programa de gobierno “oficial” como señuelos para la población ingenua, pero el otro programa lo mantienen en la sombra.