Cuando una persona consulta sobre sexualidad, o cuando se le pide opinión sobre la propia, para las personas es más fácil hablar de porqué le da vergüenza hablar de ello y con los demás, con su pareja, que hablar con verdad de lo que piensa y le sucede al respecto. Si miras el porqué de eso, la razón es siempre la misma: cada uno de nosotros, espera adquirir a través del suficiente placer y bienestar que obtenemos de lo que hacemos, una respuesta recíproca de nuestra pareja o del que nos escucha; pero no podemos estar seguros de ello, pues, en el curso de cualquier aclaración, puede resultar que este no sea el caso. Como resultado, no queremos hablar de ello, por temor a destruir nuestro propio estatus. De igual forma, si el sexo empieza a traer menos placer, hablar de ello se vuelve aún menos deseable: se tiene la idea de que se está de fracaso.
Al médico, al biólogo, siempre les es más fácil hablar sobre los principios generales de la vida sexual. Por ejemplo, el médico puede hablar de sexo y sexualidad con las personas y no experimentar sentimientos negativos: está en el territorio seguro de sus propias competencias profesionales y el sexo se va a relacionar con enfermedad. Pero si a alguien como el psicólogo le pide hablar sobre relaciones personales y sexualidad y forma de vivirla, la entrada a este espacio de alguien, puede estarle prohibida por principios y valores; angustias y temores y también llena de ignorancia de parte de quien le consulta.
En muchos casos el psicólogo, más que externar opiniones propias, trata el tema de la sexualidad con sus pacientes, enseñando con propiedad, lo que la evolución biológica y social enseña sobre las conductas y comportamientos sexuales, relacionándolos con otros comportamientos anómalos y malestares de su paciente.
Para los animales, por ejemplo, es importante ocupar y mantener el territorio, protegen y marcan sus límites, porque esto significa cuidar los recursos para obtener alimento, atraer parejas sexuales y criar descendencia. Ese componente biológico de sexo y sexualidad animal, en la especie humana, tiende y es evolutivo y más complejo. Probablemente en épocas muy remotas, cuando la agricultura no existía, la sociedad estaba suficientemente desexualizada. Fue cuando se formaron los grandes conglomerados humanos, demandantes de una evolución de la socialización, que se consideró posible interferir en los asuntos íntimos de los individuos, y los asuntos sexuales y amorosos, terminaron en un análisis estricto que, finalmente, fue incluso motivo de Estado y de mucha normalización religiosa. A partir de entonces, lo biológico propio del sexo, se encerró en comportamientos y conductas sobre cómo conducir y manejar la sexualidad y se creó esa gran división de varón y hembra sobre roles en la misma, con alto privilegio hacia uno de ellos. Vieja actitud que sigue siendo relevante aún hoy: «Un ciudadano correcto y respetable, no debe pensar en el sexo de manera pervertida«. Pero los viejos instintos y pensamientos vienen inevitablemente al varón y la hembra actual y empezamos a esconderlos muchas veces mal, a partir de lo que nos han normado sociedad y hogares, afectando nuestra salud mental.
Las desviaciones de la norma social del sexo son múltiples y en algunos incluso crean dificultad. Una dificultad radica en el hecho de que, teniendo sexo, parece que perdemos algo humano: nos rendimos a la pasión. Por tanto, también aparece la vergüenza, por el hecho de que no controlamos los deseos sexuales y ellos nos controlan a nosotros. En fin, las normas sociales sobre comportamientos sexuales, no siempre han sido correctas ni justas y han llevado a desajustes de comportamientos en ambos sexos.
De tal manera que, a lo largo de nuestra historia, el tema de las relaciones sexuales, ha sido severamente regulado con la ayuda de prohibiciones religiosas, políticas, prescripciones educativas, muchas de ellas muy injustas. Por ejemplo, en el caso de las niñas, la educación hasta hace muy poco, pero aun en nuestra cultura, consideraba peligroso el aspecto placentero de las relaciones sexuales. Entonces se decía que las consecuencias del deseo de placer en una joven mujer, pueden resultar muy graves: se argumentaba que era una «pérdida de honor»; por lo tanto, a menudo es difícil para las mujeres, hablar sobre sus deseos y conductas. Muchas de esas mujeres con ese tipo de educación, tienen una conexión compleja entre sexo, disfrute y autoestima, que las lleva a perder su salud mental.
A muchos hombres no les va tampoco tan bien. En la práctica, en ciertos grupos, a menudo el psicólogo se encuentra con el hecho de que los niños también fueron inspirados con la idea de que incluso el mismo deseo sexual de un hombre, es muestra de hombría, incluso si el acto sexual ofende a una mujer. Por lo tanto, algunos jóvenes viven suficiente tensión entre bien y mal. Las dificultades también las experimentan los jóvenes cuyos apetitos sexuales no son tan fuertes como se «espera». Se avergüenzan de decir que, de hecho, no están tan interesados en el sexo, porque esto significa que no cumplen con algún tipo de estándar.
Aunque en la práctica, no debería haber ningún estándar para hombres ni para mujeres, pues esto es un asunto puramente individual, personal y depende de muchos factores: genéticos, sociales, etc., en la realidad esto es difícil de hacer cumplir y respetar y ello lleva a comportamientos anómalos, que no solo se relacionan con sexualidad, sino con socialización. Para muchos psicólogos, las personas deberían tener la idea correcta, de que realmente no hay nada bueno o malo en el sexo, si ambos están de acuerdo. Cualquier deseo es natural y decente, si no viola los límites de nadie.
No podemos desconocer, que observamos en germen, en otras especies animales muy cercanas a nosotros, todo lo que nos define (en particular el lenguaje, la moral y hasta la conciencia) pero esa continuidad biológica, incluso social, la rompe la cultura humana, dado y dada la diversidad en que esas particularidades biológicas como el sexo y la preproducción, se desarrollan y crecen, alejándolas a veces de esas formas primitivas de manifestarse y por un cerebro humano que tiene tres cualidades que nos permiten seleccionar qué somos y hacemos: (i) la capacidad de anticipar las consecuencias de las propias acciones; (ii) la capacidad de hacer juicios de valor; y (iii) la capacidad de elegir entre cursos de acción alternativos.
En otras palabras, a diferencia de comportamientos animales, somos capaces de manipular en parte nuestra naturaleza animal, nuestra fisiología, nuestra anatomía, nuestros instintos (programas genéticos), el egoísmo, vivir el momento presente y la evaluación costo-beneficio. Es decir, somos manipuladores de todos los mecanismos que contribuyen a asegurar la supervivencia, pero también de incrementar el éxito, para un mejor bienestar personal.
Alguien dijo, respecto a la sexualidad y el sexo, que en la naturaleza humana estos tocan “la vida de la mente en todas sus dimensiones”. Incluso puede dejar atrás lo biológico, todo lo que es automático, programado o instintivo; es decir cosas que no contribuyen a la supervivencia o al éxito reproductivo como función. De esa cuenta (música, poesía, ficción, literatura, cine, arte y arquitectura; espectáculos como teatro, ópera y danza; deportes profesionales , el juego en general, los viajes, la gastronomía, la espiritualidad, el lujo, la moda), son acciones que pueden ser centro de sexo y sexualidad e incluso puede llevar a conductas, actitudes y decisiones nocivas para la salud, la supervivencia y el comportamiento sexual (anticoncepción, celibato y castidad voluntaria, homosexualidad exclusiva, adopción, deportes extremos, suicidio y consumo excesivo voluntario). Es decir: la sexualidad tiene mayor libertad en la naturaleza humana. Libertad que tenemos, para tomar decisiones que pueden ir en contra de nuestros instintos, así como de nuestra capacidad de anticipación, lo que nos permite actuar de manera proactiva, en función de posibles eventos futuros, involucrando otros comportamientos y otros satisfactores.
En la actualidad –argumentan algunos neurocientíficos- decisiones y situaciones, producto de una sociedad y cultura con ciertas características (su sexualidad por ejemplo), puede que estén exacerbando la inteligencia de los genes (naturaleza animal) más que oponerse a ella, de ahí la peligrosa situación en la que se encuentra hoy la humanidad.
La idea final actual es que se debe construir una visión de sexualidad individual y social, en valores de igualdad y solidaridad; actitudes que claramente no tienen nada de natural ya que son “creaciones del espíritu individual y colectivo de nuestra especie”, pero que deben fundamentarse no en reactividad sino en proactividad. Esta idea, no deja de ser preocupante, ya que a veces se tergiversa en medio de la creencia de que los humanos tenemos control sobre la naturaleza, en un momento en que, precisamente, la naturaleza (pandemia, desórdenes climáticos) nos recuerda, que somos parte de ella.
Al considerar la evolución de la sexualidad, no podemos olvidar, que es muy posible que los humanos, aún estamos bajo el efecto de la selección natural. La investigación en genética molecular durante la última década, ha comenzado a mostrar, que la variación genotípica, junto a la fenotípica en ciertos rasgos, está impulsada por la selección natural. Pero eso puede producirse en medios sociales que tienen normas diferentes. Así, no es raro ver que en grupos sociales pobres y de extrema pobreza, los rasgos de la historia de vida, que configura un entorno peligroso o impredecible en términos de disponibilidad de recursos, fomenta una estrategia de historia y comportamiento sexual que tiende a favorecer la transmisión del patrimonio genético, a corto plazo y con problemas muy diferentes de comportamiento que un entorno seguro y estable (en términos de disponibilidad de recursos) con estrategia de inicio más tardío de las relaciones sentimentales y sexuales por ejemplo que maximiza la transmisión de los genes del individuo a largo plazo.
En otras palabras: el entorno creado por el ser humano en las sociedades modernas (grandes ciudades, estrés crónico, soledad, creciente brecha entre ricos y pobres, contaminación, etc.) es ahora un nuevo entorno natural y constituye un conjunto de presiones, que teóricamente pueden afectar lo sexual y la sexualidad. En definitiva, la naturaleza humana de respuesta a su interior y exterior, incluye todo lo que resulta de la evolución biológica: emociones, necesidades básicas, cogniciones (inteligencia, aprendizaje, memoria, etc.), temperamentos y características físicas, además de todo lo que nuestro cerebro creó para sobrevivir y reproducirse, e incluso mucho más de lo biológico a lo pasional y placentero. El sexo no escapa a ello, moviéndose como un río en medio de los valles de nuestras motivaciones, pasiones, placeres y emociones; propiciando alegrías, tristezas y sufrimientos, que el psicólogo ve y atiende en los individuos y sociedades.