Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Una de las consideraciones que solemos pasar por alto es la idea de la brevedad de la vida, la conciencia de que la inmediatez del tiempo impide la realización de nuestros deseos. Y aunque es más manifiesto el sentimiento en los años de juventud, los años no son garantía para la adquisición de esa convicción.

De esa cuenta nuestras decisiones se fundan en la conciencia de perennidad. Como si lo eterno fuera lo nuestro y, por ello, las circunstancias siempre estarán disponibles para la corrección de yerros. Tardamos en enterarnos de la fragilidad de nuestra existencia, el límite del tiempo y la imposibilidad de las oportunidades ilimitadas.

Esa tontería, producida a veces por idiotas, la mayoría de las ocasiones por distracción, nos limita en casi todas las esferas de la vida. Es la causante de que posterguemos los afectos, el perdón, los compromisos, los proyectos y en general la realización de nuestros sueños. Privamos a los demás de una sonrisa, un abrazo, una palabra amable o dilatamos el odio que nos carcome por dentro.

El “sero te amavi” de San Agustín demuestra cómo la intuición, que es un tipo de sabiduría extra racional, trasciende la filosofía, la santidad y hasta la condición monacal. Es la mejor prueba de la falta de apercibimiento del flujo del tiempo y el estado de finitud que nos gobierna. Ese “tarde te amé” es el lamento del reconocimiento tardío de una realidad fuera de nuestro control.

Por ello, vivir desde la conciencia de lo provisorio y la fuga del tiempo continuo es un imperativo que resignifica nuestro proyecto humano. No solo nos ordena de forma diferente situando el mundo en otras categorías, sino afectando los actos ahora revestidos desde la sensibilidad de lo temporal. De ese modo, nuestras expresiones adquieren un matiz que da relieve al lienzo compartido con los que nos rodean.

Fuera de lo anterior nos exponemos a la inconciencia de nuestros actos. A la reificación de lo episódico tomado como absoluto, la afirmación del arrogante devenido en deidad imaginaria. Es la inconciencia del que presume lo fatuo, el “flatus vocis” encarnado en la irrelevancia de lo humano.

Es primordial, en consecuencia, reinterpretarnos, introducir un horizonte renovado que impacte a los que amamos, según las ocasiones de cada momento. Asumir la vida en clave del aquí y el ahora, desde la conciencia despierta que afirma las oportunidades, la sabiduría que abraza lo esencial y rechaza lo que carece de importancia.

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