Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

¡Sí se pudo!, fue la principal consigna que ríos de pueblo gritaban en las calles de Bogotá y otras ciudades colombianas el domingo por la noche, cuando se supo la victoria de Gustavo Petro.

Pero lo que me interesa resaltar en esta columna es que el mapa político del continente ha cambiado. Colombia se suma a México, Honduras, Bolivia, Argentina y Chile. Además, el próximo 2 de octubre se realizarán elecciones en Brasil en donde las encuestas más recientes ubican a Lula como el, hasta hoy, indiscutible favorito (entre el 39 y el 46% de intención de votos). A esta lista de países gobernados por las izquierdas hay que agregar a Cuba y Venezuela. No incluyo a Nicaragua, ni Perú, por lo controversial que dichos gobiernos resultan al querer clasificarlos ideológicamente, pero en todo caso no se autodefinen del lado de las derechas.

Debo aclarar que este contexto continental al cual llamo “Marea Roja” (roja como el diablo), realmente no es así, ya que no hay una sola izquierda, sino que en ella existe una gran diversidad de corrientes y, por lo tanto, no es posible pintarlas de un solo color. Sin embargo, tienen en común haber superado el esquematismo y la rigidez que antaño caracterizaba a la izquierda, así como haber logrado aglomerar distintas identidades, principalmente las relacionadas con la lucha por los derechos de las mujeres y contra el patriarcado, las reivindicaciones de los pueblos indígenas y la búsqueda de la sostenibilidad ambiental. Además, está surgiendo ya, aunque con insuficiente rapidez, una generación de reemplazo que, sin pensar soberbiamente que todo comienza con ella, entienden que ya es indispensable el relevo (Boric, por ejemplo). Ahora parece pertinente hablar de “progresismo” para referirnos a este fenómeno político, el cual abre el espacio para mayores convergencias sociales y políticas.

Ahora bien, mientras los pueblos en América Latina se regocijan con estos avances, en Guatemala el impacto parece incierto. Puede ser el impulso de un pensamiento político que subordine intereses particulares (personales, grupales, hegemonismos, etc.) a la necesidad de construir una convergencia virtuosa que rescate al Estado de la cooptación que sufre por parte de la convergencia perversa que ahora, literalmente, reina (empresarios empecinados en que nada cambie, religiosos fundamentalistas, político criminales y narcotráfico).

Pero también puede ser, y esto parece muy probable, que esa convergencia perversa se cohesione, cimentada en el terror de que esa “marea” nos alcance. En esta perspectiva, los empresarios profundizarán aún más su relación con un gobierno autoritario que lidera esa convergencia, y con las redes político criminales allí presentes, porque se han acobardado ante ese poder perverso y, además, les da terror la posibilidad de que ocurran las transformaciones estructurales que el país necesita para cambiar el estatus quo que a ellos históricamente los ha beneficiado, transformaciones que vinculan a la llegada de esa apocalíptica marea. Esta oprobiosa posibilidad se ve fortalecida con la posible derrota de los demócratas en las próximas elecciones de Estados Unidos, con lo cual se fortalecerían los republicanos, quienes ven en la “marea roja” un peligro para los intereses geopolíticos imperiales.

El tiempo político en Guatemala corre apresuradamente. El gobierno y sus aliados, los explícitos (mafias político criminales y el narco que subyace) y los vergonzantes (los empresarios y los religiosos fundamentalistas), con todo el poder que le da la cooptación de la institucionalidad estatal ya se han lanzado a luchar por la continuidad de su proyecto para el 2024/2028.

La construcción de una convergencia virtuosa de cara al próximo proceso electoral es un imperativo político y ético para que la dramática situación política y estructural que vivimos tenga una salida transformadora y no el continuismo o una convulsión social que podría ser caótica, ya que la desesperación (crisis alimentaria, inflación, etc.) y la indignación de la población ante la grosera corrupción e impunidad podrían llevar a ella.

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