Roberto M. Samayoa Ochoa
Equidad de género y masculinidades
Se puede envejecer bien o mal. A los 64 años podés enfrentarte a tus miedos, descubrir inquietudes, desandar ciertos caminos y dejarte seducir por ideas, sensaciones y experiencias nuevas, o no. El machismo, sexismo y clasismo que cargas a cuestas es en parte lo que has construido en tu vida, pero otra parte es de esas herencias generacionales que pesan más que peso muerto de borracho.
Naciste en 1957 bajo la paternidad gubernamental de Carlos Castillo Armas y la maternidad moral de la iglesia de Rossell Arellano y estos personajes modelaron en cierta forma tu identidad la cual has reforzado durante décadas. Ya sabemos cuáles eran los amores de Castillo, cuáles sus lealtades, temores, traiciones y filiaciones ideológicas. Mientras de Rossell podemos decir que era una iglesia militante en todo el sentido de la palabra: obediente, no beligerante, Dios, patria, libertad, boato, zapatillas de raso y roquetes almidonados, cercanía al poder político, llevando al Cristo de Esquipulas por todo el país como estandarte contra el comunismo y de espaldas a las comunidades eclesiales de base que ya surgían en Suramérica y que olían demasiado a rebaño, diría el actual papa Francisco.
El año en que naciste hubo elecciones. El 20 de octubre de 1957 fue electo Miguel Ortiz Passarelli pero se alegó fraude electoral y entonces fue electo Miguel Ydigoras Fuentes. Eras apenas un crío, no un patojo, porque sos hombre, no mujer, cuando esto ocurrió, pero esto ya reforzaba la idea de por dónde deberías moverte en el futuro: con los militares, a veces como aliados y a veces para servirte de ellos. Ejercer poder es uno de tus comportamientos que más te solazan.
Hombre, no mujer. De hecho, en toda tu vida ninguna mujer te ha representado, sino que tu cabeza ha sido siempre la de un hombre, encorbatado, serio, sarcástico, dando órdenes basado en tu razón, explicando a los otros de tu entorno lo que se debe hacer. No te cuestionas que ninguna mujer se haya sentado en tu silla más importante, porque hablás de la meritocracia cuando en muchos casos has llegado a esa silla por herencia y no por esfuerzo. No en balde tenés representación en 58 instancias que deciden el futuro del país, has hecho creer que tu voz es importante y necesaria y en cierta forma esta es una manera de hacer la machoexplicación o mansplanning.
Intentás explicar todo lo que ocurre en el país solo porque sos chapín, blanco, heterosexual, creyente, ladino. Ergo, todos los demás, a los que consideras de la periferia no tienen por qué emitir opinión. Ya hace unos años te sacudiste a tus primos cooperativistas y les hiciste saber que, en materia de política económica en este país, solo tus chicharrones truenan. Y esa es otra de tus valoraciones: la masculinidad hegemónica.
Naciste en la época en la cual tu apellido de filiación europea importaba más, situación que no ha cambiado mucho en tu entorno. Has tenido pocos Caal, Ixcot, Nimatuj, Maas o Tiul en tu junta directiva pero te justificas diciendo que así fuiste criado. “Los mayas se extinguieron” o “hay que tener cuidado con los indios” es lo que oías en los pasillos de las fiestas de los clubes privados y es lo que has repetido aunque tus hijas e hijos han tenido como nanas a tantas Boror, Yoc o Salanic. Naciste desconfiando del otro que podía ser indígena, comunista o ateo y a lo largo de tus 64 años has intentado poco liberarte de tus prejuicios. Ejercer el poder te gusta y por hacerlo no has dudado en aliarte con quienes has visto a veces por encima del hombro, pero esto es también por tu identidad kaxlan, por esa mirada ladina que engaña, que ha construido este estado ladino camaleónico que dice una cosa pero hace otra.
Sos chapín porque naciste en el área central, urbana, centralista, burocrática y te enoja cuando no te reconocen como tal, para vos ser chapín significa ser guatemalteco y ay de aquél que ose contradecirte, que no respete tu bandera, tus colores y tus rituales, que no hable español. Tenés el azul y blanco grabado como antorcha de la libertad y te gusta la Guatemala folklórica y que te parece exótica. Tu androcentrismo te hace creer que sos la medida de todas las personas que viven en el país.
En la vida pública porque si alguna vez alguno de tus colegas ha sido hombre gay lo has mantenido en secreto. Abrir cualquier oportunidad a la diversidad puede minar tu discurso y hacer que las piezas caigan como fichas de dominó. Como buen macho te has perdido la ternura y la vivencia de tus emociones.
Hombre creyente pero que seguís con los códigos de 1957, atascado en el Camino y ahora, abrazado a la ideología de la prosperidad. Te molesta el reconocimiento de beatos y santos vinculados a la peor época de represión en donde tuviste un papel cómplice y te gusta la idea de tenerle la cola machucada a esa iglesia que en otra época te nutrió moralmente.
Envejecido a los 64 años aunque no debiera ser así, pero te asusta darte cuenta que el mundo en el que naciste no es el mismo, te sorprende ver que cada vez haya más gente que cuestione tu autoridad, te molesta pensar que no te consultarán, que te encontrarás solo, que la economía no depende de vos y que ya no sos el macho proveedor sino que ahora tu Guatemala malagradecida depende de las remesas.
No has sabido envejecer. Por presiones externas y a regañadientes has tenido que hacer concesiones en favor del desarrollo y de los derechos humanos. Te irrita que las cosas no sean como antes, te impresiona que cada vez haya más mujeres, mayas, migrantes o empresarios medianos y pequeños que cuestionen tu autoridad y que haya otras voces que se quieran equiparar a la tuya. ¡Habrase visto!
Sos como esos abuelos cascarrabias a los que nadie quiere, a los que hay que soportar, los que terminan solos, los que no reciben ni dan afecto, un macho venido a menos, un hombre que ve con temor que su poder se puede derrumbar y ante eso, en tu fálica casa solo te queda o vivir de las glorias pasadas o reinventarte pero para eso deberías considerarlo necesario y quizá seas demasiado testarudo para reconocerlo.
Feliz 64 años CACIF, si es que cabe.
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