filosofía del futuro
Ludwig Feuerbach (1804 – 1872), filósofo alemán del siglo XIX, es un gran crítico del idealismo de Hegel. Su trayectoria filosófica está marcada por su intento de fundar un materialismo de corte humanista, que se opondría fundamentalmente a las interpretaciones religiosas tradicionales del mundo. Las acusaciones de ateísmo motivaron su expulsión de la universidad y su retiro a la vida privada en el campo, donde escribió la mayor parte de su obra. Feuerbach inspiró profundamente a Karl Marx en su juventud, y llegó incluso a militar en el Partido Socialdemócrata alemán. El texto que presentamos expone bien el carácter humanista de su pensamiento, así como su intento de relativizar a la razón absoluta de los idealistas. (*)
* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.
Lo real en su realidad y en su totalidad, el objeto de la nueva filosofía es también sólo el objeto para un ser real y total. Por eso la nueva filosofía tiene por principio de conocimiento y como objeto no el espíritu absoluto, es decir, abstracto; en una palabra, no la razón para sí, sino el ser real y total del hombre. Sólo el hombre es la realidad, y el sujeto es la razón. Piensa el hombre, no el Yo o la Razón. La nueva filosofía se apoya, pues, no en la divinidad o verdad de la razón por sí sola, sino en la divinidad o verdad del hombre total. O de otra manera: se apoya, sí, en la razón, más sobre la razón cuya esencia es el ser humano; se apoya, pues, no en la razón sin ser, color, ni nombre, sino sobre la razón impregnada de la sangre del hombre. Por eso, donde la filosofía antigua decía: sólo lo racional es lo verdadero y lo real, la filosofía nueva dice al contrario: sólo lo humano es lo racional; el hombre es la norma de la razón.
La unidad del pensamiento y del ser sólo tiene sentido y verdad si se concibe al hombre como el fundamento y sujeto de esa unidad. Sólo un ser real conoce cosas reales (…).
De esto resulta el siguiente imperativo categórico: que el filósofo no se separe del hombre; que sea solamente un hombre que piensa; que piense no como pensador, es decir, en el interior de una facultad arrancada de la totalidad del real ser humano y aislada en sí; que piense como un ser viviente, real; como ese tú expuesto al oleaje vivificante y refrescante de lo sensible (…).
El filósofo idealista decía, o al menos pensaba de sí, en cuanto pensador, naturalmente, no en cuanto hombre: la verdad soy yo, de manera análoga a «El Estado soy yo» del monarca absoluto y a «El Ser soy yo» del Dios absoluto. El filósofo humano dice por el contrario: aún en el pensamiento, aún como filósofo: yo soy un hombre con los hombres.
(Tomado de la Principios fundamentales de la filosofía del porvenir, 1843)