Lo que se ha venido diciendo, cantando, gritando y chillando sobre lo que nosotros llamamos comisiones de imposición, es exactamente lo que ha sucedido sin que haya problema alguno para decir que hacen lo que les da la gana sin que tengan objeción alguna de parte de una ciudadanía acostumbrada a agachar la cabeza y a “no meterse a babosadas”.

Si los comisionados hubieran decidido hacer públicos sus actos, de igual manera cualquier componenda nos la hubieran podido restregar en la cara porque la sociedad no tiene las herramientas para poder exigir respeto de parte de quienes ostentan el poder de este tipo de decisiones. Pero en el colmo de la arrogancia dicen: “trabajaremos en secreto y qué”, a sabiendas de que la población del país todo lo aguanta y soporta sin que haya asomo de alguna reacción para pasarle factura a quienes abusan de su posición de poder.

Pero tampoco queremos sonar nosotros como los sorprendidos cuando entendemos que la culpa principal de todo esto es de una ciudadanía que deja que se le pisoteen sus derechos y se le condene a vivir en una estructura social como la que tenemos en Guatemala; estructura en la que la pobreza y la violencia son el futuro que zampan algunos “ilustres” como estos comisionados.

Es esa ciudadanía la que hemos dicho que admira al corrupto, teme al impune, aporta a la transa y deja que cada día el poderoso se lleve una pulgada más de su derecho porque parece que es una batalla perdida en la que no hay poder de Dios que pueda enderezar el camino del país.

El peor silencio no es el de los comisionados que quieren que a puerta cerrada se escriba el listado que ya traen pactado y pulido desde tiempo atrás. El peor silencio es el de los guatemaltecos que no podemos reaccionar con la energía y la determinación que demuestre el rechazo a una manipulación de este tamaño que compromete nuestro futuro.

Aquí los únicos sorprendidos pueden ser los miembros de la comunidad internacional que no atinan a entender cómo es que este pueblo aguanta con tanto.

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