Del poemario Inquisiciones, inédito

Indiferencia

La luz cansada lastima la sensibilidad de los ojos,
los ojos llenos de cofres sucios,
de ropa tendida después de agonizar
frente a la locura desnuda en los buses,
los cuerpos ampliados para obesos traficantes
con sus muecas de dioses inquisidores,
de artistas engominados de gloria inútil.
Los procelosos suburbios de la zona viva
decantan con sus catecismos de negocios,
con sus voces de leche fría derramada adrede,
cae destrozada la lascivia sobre la calle
con la sensibilidad de bares
para muchachos orgullosos de su vacío,
el sexo muestra bajo la falda el áspid de oro,
dentro coexisten lombrices y espermas miserables,
la bofetada de la indiferencia
termina con la sobrevivencia
que amanecía descubriendo animales en su cuerpo
mientras predica un pastor su rutina alienígena
arremetiendo con la cabeza del demonio
contra homosexuales y rameras.  

Alambradas

Con vencejos las palabras son colgadas en el camino
en los días del desprecio de la razón
tan oscuros como el agujero de la muerte
por donde pasan las aves
untándose de una terminación abreviada
en la acumulación de suspiros helados
y consumidos para la fosa de lo inesperado, 
que el mundo testifique la ruina del pensamiento  
mudos de la mente ven enojosos
las frases cocidas de la luz
y las doctrinas más humanas en habitaciones sin ventanas.
Si siguen colocando mega vallas como atajos estridentes
para entorpecer el conocimiento de las cosas
quién podrá rehacer lo devastado,
quién asegura los días más creativos de la sociedad,
quién dejará de comerse la basura sin sentir culpa. 
Si atraviesan doctrinas con sus gordos capítulos
en el camino, no podrán soñar ni idealizar el mañana
y los grandes programas en redes sociales
o medios de comunicación
terminarán de vender lo poco que quedaba de la tierra.

Etnocidio

De las montañas baja el dolor
en la lava negra de la noche,
es la maldad soldadesca
la que exprime con sus manos
los fusiles inmensos de sangre,
el cocodrilo con ojos de fuego
se come los ranchos, las siembras,
la infancia con su vejez prematura,
gritos relentes rodean el cielo,
se ven desde acá
las láminas opacadas de llanto,
pero la ciudad tiene lodo en los ojos,
una sordera sofisticada y bagre
que salta con sus perros negros
a ningún lado.
Nadie se pregunta quién ha gemido
con todo el dolor del mundo arriba
del abismo insolente de la ciudad agria
o al pie de los cerros de humo
o bajo las enramadas
de la miseria más catastrófica.
La ciudad con su gente amargada
mastica el tabaco del anatema,
sueña con sus gusanos oxidados,
con su muerte al final de la égida
de quienes cultivan la vida más allá
de su comodidad de edificios
con ascensores y simuladas cataratas.
Hoy, Yahvé se pregunta, por qué 
repartió inteligencia al orangután y
días demás
a los que se adueñaron de la tierra.  

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