Enero 21, 1545

Al Muy Excelente Pastor de la Iglesia Cristiana, Dr. M. Lutero, mi muy respetado padre.

He mirado a mis compatriotas franceses, cómo muchos de ellos han sido comprados de las tinieblas del Papado a la solidez de la fe, pero que no han alterado en nada en su profesión pública de fe, y así continúan profanando sus vidas con los sacrilegios adorando a los papistas, como si ellos nunca hubieran saboreado el sabor de la sana doctrina. He estado totalmente incapaz de restringirme en reprobar tan gran negligencia y pereza, de tal manera que pensé que ellos merecen estar en esa vida.

¿Cómo entonces esta fe la cual descansa enterrada en el corazón haga otra cosa diferente que romper con fuerza en la confesión de fe? ¿Qué clase de religión puede ser esta que está sumida en la idolatría?

No pretendo desarrollar este tema aquí, puesto que ya lo hecho en dos pequeños tratados; de donde, si no causa ningún problema que usted los mire, así usted mirará más claramente dos cosas, lo que yo pienso y las razones que me obligaron a formar semejante opinión. Por la lectura de mis escritos, realmente, algunas de nuestra gente, mientras ellos descansan en una falsa seguridad, fueron despertados para considerar lo que ellos deberían hacer.

Pero debido a que es difícil también dejar de lado toda consideración de sí mismo para exponer sus vidas en peligro, o habiendo despertado el descontento de la humanidad, para encontrar el odio del mundo, o habiendo abandonado sus prospectos en casa en su tierra natal, para entrar a una vida de exilio voluntario, ellos son retenidos por las dificultades de llegar a una determinación resuelta.

Ellos expusieron otras razones, sin embargo, y algunas razones falsas, por lo que uno puede percibir que sólo tratan de encontrar algún tipo de pretexto de uno u otro tipo. En estas circunstancias, algunas en suspenso, ellos están deseosos de oír su opinión, la cual ellos lo consideran con mucha reverencia, por lo que servirá en gran medida para confirmarlos.

Por lo tanto, ellos me han pedido, que tenga el trabajo de enviar un mensajero de confianza a usted, quien pueda reportar sus respuestas a nosotros sobre esta pregunta. Y porque yo pensé que sería de gran consecuencia para ellos el tener el beneficio de su autoridad, para que ellos no fluctúen continuamente, y yo mismo estoy seguro en la necesidad de ello, y yo estuve reacio a rechazar sus pedidos.

De allí que ahora, muy respetado padre en el Señor, le ruego por Cristo que no tenga rencor en tomar esta molestia por su causa y la mía, primero, que usted revise la carta que fue escrita en el nombre de ellos, y mis libros pequeños, en mis tiempos libres, o que usted pueda pedir a otro a que se tomen el trabajo de leerlos, y reporten la sustancia de ellos a usted. Finalmente, que usted pueda escribirme su opinión en pocas palabras.

Realmente, estoy reacio en darle este trabajo en medio de muchas tareas pesadas y dificultosas; pero tal es su sentido de justicia, y no suponga que yo haya hecho esto sino hubiera sido por la necesidad del caso.

De manera que confío que usted me perdonara. Estaría dispuesto a viajar al menos para gozar la felicidad, estar unas horas en su compañía; porque yo preferiría, y sería mucho mejor, no solo por esta pregunta, pero también por otras, el conversar personalmente con usted; pero viendo que no nos es dado en esta tierra, yo espero que prontamente eso sucederá en el reino de Dios.

Adiós, muy renombrado señor, más distinguido ministro de Cristo, y muy siempre honorado padre.

El Señor mismo te gobierne y dirija por su Espíritu para que usted persevere hasta la muerte, por el beneficio y bien común de su propia Iglesia.

Suyo,

Juan Calvino

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