Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Después de haber pasado la tarde estudiando la clase de Economía salí un momento para ver la calle y para despejarme un poco; sin embargo me arrepentí casi inmediatamente cuando vi que ahí venía Gedeón. Es que me he hecho el firme compromiso de ya no juntarme con él. Siempre termino metido en problemas. Y pues ahí venía Gedeón y traía algo debajo del brazo. No hubo para dónde, tuve que esperar a que se acercara un poco más porque hubiera sido de muy mal gusto meterme a mi casa. Hay que ser educado.

-Hola vos –me dijo, mientras se acomodó la cosa que traía debajo del brazo, que era un gallo colorado, bonito.

-¿Y eso? –quise saber.

-¿Te acordás de la Sheny? -le respondí que sí. La Sheny es una muchacha ni bonita ni fea, aunque tal vez un poco sonsa y tiene la enorme virtud de que soporta andar enredada con Gedeón en cosas de amores.

-Pues fíjate que como vos bien sabés, aquella y yo… ¿verdad?, entonces se le ocurrió que quería ir a visitar a su abuelita, que vive en una aldea que queda por ahí por Asunción Mita; y yo, por complacerla, ¿verdad?, le dije que estaba bueno y el sábado nos fuimos para allá. Queda lejos eso, vos, y un calor de puro infierno. La cosa es que fuimos a visitar a su abuelita y hubieras visto, la viejita se puso feliz de verla. Ahí nos estuvimos con ella toda la tarde y cuando dispusimos que era hora de regresar, la doñita fue a traer este gallo y le dijo que ahí se lo regalaba, que se lo llevara y se lo comiera porque estaba bien galán. Yo al principio creí que se trataba de una broma pero no, la cosa iba en serio y pues nos llevamos el gallo.

Como ya lo teníamos pensado, conseguimos un hotel por ahí por Jutiapa, pero eso sí, vos, envolvimos bien al gallo en una sábana para que no nos fueran a estar jodiendo. Nos instalamos y pusimos al gallo en el baño, después nos acostamos y comenzamos con el retozo, y todo muy bonito, vos, pero por ahí es tierra caliente y yo no podía dormir porque no soportaba el calor, en cambio la Sheny, nada más terminamos con nuestros amores y se durmió. Pensé que si me bañaba tal vez se me iba un poco el calor pero ahí estaba el gallo. No hallaba qué hacer, vos, solo daba vueltas y vueltas en la cama y no tenía juicio, hasta que por ahí por las tres de la mañana, y por el puro cansancio me fui durmiendo, pero vas a ver que el gallo, apenas comenzó a clarear y que empieza a cantar, y lo peor fue que el hotel estaba lleno de gente y todos ahí callando al animal, entonces me metí al baño y ahí me estuve para que dejara de cantar, entonces mejor nos levantamos, nos bañamos y nos vinimos de regreso. El problema es que la Sheny no quiere tener el gallo en su casa porque ahí tienen perros, entonces me dijo que me lo llevara para mi casa y ahí lo he tenido, pero es un problema porque además de que le tengo que estar comprando su maíz y poniéndole agua en su trasto, se pone a cantar bien temprano y los vecinos se molestan.

Mientras Gedeón me contaba toda la aventura, el gallo se estuvo muy quieto, mirando para todos lados y me di cuenta de que se trataba de un animal muy bonito y elegante.

-¿Y entonces, qué pensás hacer? –le pregunté.

-Pues no sé, yo pensé en vos, por si lo quisieras te lo dejo. Vieras que aparte de que se levanta bien temprano a cantar no molesta, es buena gente; eso sí, hay que comprarle su maíz y tenerle ahí cerca un bote con agua, míralo, se ve fino.

-Pues fíjate Gedeón -le dije- que te lo agradezco mucho pero la mera verdad es que no tengo un lugar adecuado para tenerlo aquí; estos animales necesitan estar en algún lugar en donde tengan suficiente espacio para movilizarse; además, necesitan tener una gallina, vos sabés, cosas del instinto, ¿verdad?, y como cualquier animalito, hay que mantenerles limpio su lugar y pues la cosa es que uno a veces no tiene tiempo para esas cosas, ¿verdad? -y me quedé callado porque no supe qué más podría decirle.

-Tenés razón –me dijo-. El asunto es que no sé qué hacer. ¿Vos qué harías en mi caso?

-Pues no sé. Yo recuerdo que antes, en la casa de Papaíto, que era una casa bien grande, había un gallinero y de vez en cuando mataban una gallina o un gallo y la gente se lo comía, pero ahora que las casas son cada vez más pequeñas, pues ya no se acostumbra. Yo recuerdo allá lejos que eso de matar a la gallina era cosa seria, primero había que agarrarla, después jalarle el pescuezo, después echarle agua hirviendo y así, complicada la cosa, pero ahora ya ves que uno puede conseguir pollo destazado en cualquier parte.

-Fijate que me estás dando una buena idea –me dijo, mientras esbozaba una sonrisa casi feliz-, me voy a ir a meter al mercado, a uno de esos comedores y lo voy a ir a ofrecer.

En esas pláticas estábamos cuando de pronto pasó un camión enorme, de esos que andan llevando cosas de una frontera a otra, el chofer tocó la bocina, y el ruido fue tan fuerte que el gallo se asustó, se soltó del brazo de Gedeón y salió corriendo. Y Gedeón, sin siquiera decirme adiós, se fue corriendo detrás de él. Y yo me metí a mi casa, no fuera a ser que regresara a tratar de resolver un problema al que yo, ni en ese momento ni ahora, podría encontrarle solución.

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