Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Ante la desastrosa situación que se vive en el mundo entero (cambio climático y calentamiento global en fase de aceleración a pesar de los compromisos de las COP que no se están cumpliendo, entre otras causas debido a la guerra de Ucrania –el sabotaje a los gasoductos Nord Stream ordenado por la OTAN y el retorno a los combustibles fósiles– , el ascenso electoral de la extrema derecha en Europa, incremento de la desigualdad y de la concentración de la riqueza en todas partes) hay quienes hablan de una crisis de la democracia y suspiran por el retorno de los autoritarismos, citando ejemplos que van desde Singapur hasta El Salvador (la derecha “moderada”) pasando por la Hungría de Orbán, el Estados Unidos de Trump y el Brasil de Bolsonaro (la extrema derecha). Sin embargo, obviamente no se trata de una crisis del sistema democrático sino de la forma como los partidos han venido sirviéndose de él. La derecha y el capitalismo se han servido siempre de la democracia para sus propios objetivos y ahora que les ha dejado de ser de utilidad piensan que la mejor forma de librarse de ella es con la elección de políticos que se encarguen de sepultar tanto los derechos económicos y sociales (el estado de bienestar) como los civiles y políticos, retornando a eso que algunos analistas llaman “sistemas híbridos” pero que en realidad son autoritarismos disfrazados de democracias. A quienes promueven la satisfacción de los derechos económicos y sociales se busca desacreditarlos bajo la acusación de “populismo” mientras que aquellos que defienden las libertades fundamentales (como José Rubén Zamora aquí en Guatemala) se les persigue inventando infracciones penales para ponerlos en la cárcel u obligarlos al exilio. La independencia de poderes desaparece porque se necesitan leyes ad hoc y no se puede perseguir a opositores políticos u operadores de justicia honestos (lawfare) sin tener fiscales y jueces corruptos al servicio de quien se encuentra en la cabeza del Estado. Por eso la izquierda se encuentra en la paradójica situación (por aquello de la “dictadura del proletariado” y el comunismo) de defender al Estado de derecho y a la democracia frente a una derecha que, por lo visto, está reabriendo el escondrijo en donde se encontraban sus viejos esqueletos del caudillismo, el fascismo y el nazismo.

Pero volviendo a los partidos políticos. Uno de los grandes problemas de la izquierda socialdemócrata europea (y del partido demócrata en los Estados Unidos) fue poner el énfasis en los procesos electorales y en una democracia representativa cuyos representantes se olvidan de los electores (y los programas de gobierno) una vez instalados en su respectiva curul parlamentaria. La democracia participativa brilla por su ausencia y es obvio que frente al incumplimiento de los “representantes” con sus electores estos, ya sea por “castigo” o porque se creen los cantos de sirena de la derecha, optan por dar su voto a estos desalojando del poder a la izquierda democrática.

Por cierto, en un evento virtual reciente Boaventura de Sousa Santos y Juan Carlos Monedero discutieron esta problemática y este último decía que, sin duda – y desde la perspectiva de la derecha – el mejor logro de la década de la señora Tatcher (junto a Ronald Reagan) como primera ministra británica no había sido la puesta en marcha del neoliberalismo en el mundo entero o su victoria en la guerra de las Malvinas contra Argentina sino la reconversión del laborismo de Tony Blair a una especie de “social-liberalismo” inocuo (la “tercera vía”) gracias a la cual los conservadores aún gobiernan en Londres. Además, este fenómeno iniciado en la Gran Bretaña ha hecho casi desaparecer, en la práctica, a los partidos socialistas europeos sea electoralmente (como en Italia y en Francia o aún en los países escandinavos) o debido a la ausencia de políticas sociales que sean efectivas, como sucede en Alemania, España, Portugal, Holanda, Austria o Grecia. Monedero, uno de los fundadores de “Podemos” (que ahora participa en el gobierno español en coalición con el PSOE) se pregunta si no están corriendo el riesgo que el Estado “los devore” neutralizando al partido, aunque admite que sería peor si el PSOE hubiese formado una coalición con la derecha para gobernar a España. Además, gracias a la presencia de “Podemos” en el gobierno se han podido aprobar medidas como la renta básica (ingreso mínimo vital, el cual, por ejemplo, ha permitido al partido una solidaridad efectiva con los sectores populares, pues se les ha apoyado hasta con el llenado de los formularios para solicitar la prestación (“si no se tiene adscripción en los territorios el partido no existe”, “el partido debe ser también movimiento para que la gente participe, así se puede proceder a base de ensayo y error” dice Monedero). Por su parte, Boaventura de Sousa Santos insiste en la necesidad de elaborar alternativas y de mantener la movilización en las calles, escuchar a la gente promoviendo la deliberación y la participación de los ciudadanos: ‘hay que tener un pie en las instituciones y otro en la calle’; ‘organizar cooperativas y ser performativos’; ‘si no estamos compartiendo la vida con los que sufren no podemos hablar en su nombre’; ‘hay promover las formas de vida comunal’; ‘ser humildes, porque la dinámica social es tan acelerada que no logramos captarla’; ‘no hay recetas universales y cada país tiene sus propias formas de lucha’; ‘debemos trabajar a la retaguardia del pueblo y no a la vanguardia’: estas son algunas de las ideas de Boa frente a las interrogantes de Juan Carlos Monedero.

Por supuesto, hay que distinguir lo que ocurre en la Unión Europea de lo que pasa en América Latina. Para Santos, si la UE no cambia su política de alineamiento acrítico con la OTAN está corriendo el riesgo de convertirse en un “estado libre asociado” de Washington, al puro estilo portorriqueño. Mientras que América Latina –a pesar de encontrarnos en medio de un ciclo de extremado conservadurismo a escala global– presenta notables diferencias respecto a la UE. Tanto Chile como Colombia y ahora Brasil –gracias a la elección de Lula– permiten pensar que “la esperanza se impondrá sobre el miedo”. Especialmente hay que destacar los logros de Gustavo Petro en sus 100 días de gobierno en Colombia –una oratoria que hace pensar más en un educador que en el dirigente político y jefe de Estado que es– pues es evidente que, como recomienda Boaventura, está siguiendo las ideas de Gramsci en el esfuerzo por la construcción de una nueva hegemonía cultural en Colombia, al igual que el pensamiento heterodoxo de Walter Benjamin algo que le ha permitido concertar alianzas en un Congreso en el cual el Pacto Histórico carece de mayoría, a fin de aprobar la legislación indispensable para poner en marcha políticas públicas fundamentales para dar respuesta a los sectores populares y cumplir con su programa de gobierno, como lo son tanto la reforma agraria como la tributaria, sin olvidar el buen entendimiento que ha logrado establecer tanto con su vecino Maduro como con la Casa Blanca, como quedó de manifiesto después de la visita de Antony Blinken a Bogotá.

Otro de los temas que se discutieron en el evento virtual que comentamos concierne a la necesidad de construir partidos que sean a la vez movimientos sociales. El partido es el instrumento para acceder al poder en los procesos electorales y para ello se requiere una adecuada política de alianzas, pero el movimiento social requiere de la participación democrática de la ciudadanía en general así como de los sectores populares, la mujeres, los pueblos indígenas, las minorías que luchan por derechos específicos y por ello es absolutamente necesario plantear las reivindicaciones concretas que emanan de estos grupos. En Guatemala actualmente no tenemos verdaderos partidos políticos, con excepción de los pequeños partidos de izquierda (y tal vez de lo que fue la UNE en sus mejores tiempos) lo que hay son “franquicias electorales” sin relevancia alguna desde el punto de vista de la construcción de la democracia. Por ello aquellos partidos que aspiran a superar la crisis deben, además de concertar alianzas en el campo electoral (estamos de acuerdo con Monedero cuando dice que la situación en España estaría peor si “Podemos” no hubiese entrado al gobierno) poner énfasis en su articulación con las luchas populares y movimientos sociales como el de los pueblos originarios, algo absolutamente crucial en un país como el nuestro en donde la mayoría de la población es maya o, no siéndolo, debería sentirse orgullosa de la mezcla de sangre que corre por nuestras venas.

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