Por Christiane Oelrich
Ginebra
Agencia (dpa)

Terapias contra el cáncer, una prótesis de rodilla o el trasplante de un riñón: lo que a millones de pacientes en todo el mundo les parece algo lógico y normal sería mucho más complicado si no se hubieran descubierto hace 90 años los antibióticos. Con estas substancias es posible mantener en jaque a bacterias potencialmente mortíferas que pudieran propagarse durante intervenciones quirúrgicas.

Sin embargo, desde hace algunos años los expertos en salud están alarmados debido a que el arma contra las infecciones mortales amenaza con perder eficacia. La resistencia a los antibióticos está aumentando rápidamente. Muchas bacterias ya no se dejan erradicar y gran parte de la culpa la tiene el ser humano. ¿Qué puede pasar si la ciencia no logra controlar el problema?

«En el peor de los casos, la gente morirá nuevamente por infecciones sencillas, por ejemplo de la vejiga, una neumonía o septicemia, debido a que los medicamentos ya no surten efecto», dice Sprenger.

Según una estimación de expertos, hace una década morían unas 25 mil personas al año en la Unión Europea por infecciones causadas por bacterias resistentes a los antibióticos.

En 1928, la simple infección de una herida o difteria, una neumonía o tuberculosis muchas veces condenaba a morir a los pacientes. Un investigador escocés de bacterias descubrió el 3 de septiembre de aquel año, después de volver de vacaciones que en un cultivo bacteriano en su laboratorio se había formado un hongo que había destruido a las bacterias. El hongo se llamaba penicillium. Alexander Fleming (1881-1955) enseguida se dio cuenta de la enorme importancia de su descubrimiento. Sin embargo, la primera penicilina aún tardaría 14 años en llegar al mercado. Fleming fue galardonado en 1945 con el Premio Nobel de Medicina.

Después de la penicilina fueron descubiertos más compuestos en la lucha contra las bacterias. Sin embargo, las bacterias desarrollan desde tiempos inmemoriales por vías naturales estrategias de supervivencia frente a substancias que son dañinas para ellas. Es decir que se vuelven resistentes.

A este problema contribuyen también médicos, pacientes y campesinos. Los campesinos porque desde hace mucho tiempo utilizaban o todavía utilizan antibióticos en la cría masiva de ganado para proteger a sus animales de epidemias. Los antibióticos entran a través de la carne en la cadena alimenticia de los seres humanos y permiten que las bacterias se vayan acostumbrando a ellos.

En cuanto a los médicos y los pacientes, el problema es diferente. «Se trata de un fenómeno cultural», dice Sprenger. «Aunque muchas infecciones desaparecen por sí solas después de un par de días, los pacientes muchas veces piden antibióticos y los médicos suelen estar dispuestos a cumplir este deseo».

En los países pobres, muchos pacientes no tienen seguro de enfermedad y cuando tienen que pagar de su propio bolsillo una visita al médico, muchas veces piden que les receten antibióticos y otros medicamentos.

En el sur y el centro de Europa, por ejemplo en países como España, Italia, Grecia, Hungría, Rumanía y Polonia, más del 50 por ciento de determinados grupos de bacterias ya son resistentes a ciertos antibióticos. En otras regiones europeas, como Alemania, Holanda y Escandinavia, ese índice generalmente se sitúa muy por debajo del diez por ciento.

En muchos países los antibióticos se pueden conseguir en la esquina de una calle o en el mercado. En otros países hay fabricantes sin escrúpulos que diluyen las substancias activas de los antibióticos. Un medicamento falso y una dosificación errónea hacen que las bacterias se vayan adaptando a las medicinas y sobrevivan.

Lo que necesitamos ahora, explica Sprenger, son nuevas substancias activas con nuevos mecanismos activos. Sin embargo, en este aspecto la ciencia prácticamente no ha avanzado nada en los últimos 30 años, señala el especialista de la OMS. «Hay nuevos medicamentos que están siendo investigados pero probablemente en cinco o siete años solo tengamos uno o dos nuevos preparados potenciales», dice Sprenger.

La investigación básica es cara y para la industria farmacéutica no vale la pena invertir mucho dinero en el desarrollo de un preparado que más tarde quizás no se use a gran escala.

«Necesitamos sistemas de salud fuertes para que solo los médicos puedan administrar antibióticos después de haber constatado su necesidad», subraya Sprenger. Para lograr este objetivo, agrega, es necesario que los países ricos apoyen a los más pobres.

Sin ninguna duda se trata de uno de los descubrimientos más importantes en la historia de la medicina.
Marc Sprenger, de la (OMS) en Ginebra.

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