Rosita Maldonado pertenece a ese grupo de personas a las que desde 2020 hemos catalogado como héroes y heroínas, que si bien es cierto siempre lo han sido, abrimos un poco más los ojos sobre ellos. Desde entonces nos dejaron una gran lección de cómo a pesar del miedo y de la incertidumbre hacia lo desconocido, la valentía y entrega por su labor y querer ayudar era mayor.
LH Nosotras platicó con Rosita, enfermera y una mujer a la que por azares de la vida le tocó formar parte de la primera línea que batalla contra el COVID-19 desde el inicio.
PRIMER TRABAJO
Cuando recién comenzaba el 2020 Rosita se encontraba saliendo de estudiar en la escuela del Hospital Roosevelt, casi al mismo tiempo de cuando la pandemia del coronavirus estaba iniciando en el país.
Para ese entonces explica que el nosocomio no estaba apto para atender a este tipo de personas positivas, no obstante abrir un área especializada para la enfermedad se volvió una necesidad por el auge de contagios que salían día tras día.
Rosita recuerda que cuando salió de estudiar junto con sus compañeros les indicaron que allí les darían trabajo, no obstante, reconoce que a pesar de que la pandemia ya estaba presente, nunca pasó por su mente que sería contratada para esa área. Simplemente un día le llamaron y le indicaron que estaría ahí, así fue como inició a trabajar en el área COVID desde el 15 de mayo del 2020.
“Todos decían que era una pandemia y muy contagiosa, que si nos enfermábamos era muy probable que no la íbamos a pasar, yo por eso tenía mucho miedo y sobre todo nadie quería estar en dicha área, pero honestamente la necesidad y buscar trabajo en otro lado estaba muy complicado, acepté”, menciona.
De esta forma Rosita obtuvo su primer trabajo, una experiencia que nunca siquiera pensó que le tocaría vivir.
MUCHAS EXPERIENCIAS
En este año Rosita fue trasladada a otra área del hospital, pero el año y medio que pasó en el área COVID le dejó un sinfín de experiencias. Y, estar desde el inicio de la pandemia significó estar cuando no había mucha información sobre la enfermedad, algo que también generó incertidumbre para ella.
El primer positivo que se dio en el nosocomio fue el padre de un médico que no sabía que estaba contagiado, y fue así como gran parte del personal en la emergencia del centro se infectó, y así abrieron el área para pacientes positivos dentro del mismo.
“A los dos meses entré yo, y se seguía sin saber cómo sería esto, lo único que nos tocaba era cuidarnos, pero constantemente había un miedo porque salían varios casos de compañeros positivos, inclusive el mismo servicio se estaba quedando sin personal y eso incrementaba el temor de no saber qué íbamos a hacer”, relata.
Son tantas las anécdotas que Rosita guarda en su memoria sobre su tiempo laborando en dicho campo de las que podría pasar hablando por días, sin embargo, lo que ella más recordará es que su primer trabajo fue algo que era completamente nuevo para el mundo en general.
Pero también rememora que “había veces que en un turno sacábamos hasta 10 pacientes fallecidos por COVID, a veces unos solo entraban al servicio, no aguantaban y fallecían en muy poco tiempo. Por eso se llegó a un punto en el que de tanto paciente ya no se daba abasto el servicio, y en serio quería llorar porque ya no teníamos manos para todos los que llegaban”.
Sus turnos eran de hasta 18 horas en varias ocasiones y dónde normalmente salían una vez varias horas luego de haber entrado para tomar agua, comer e ir al baño y regresar a la labor.
El área de COVID-19 del su lugar de trabajo era exclusivamente para pacientes que se encontraran ya ahí y salieran positivos, ya que solo era “bajado” a dicho espacio, no era para cualquier persona que quisiera llegar.
Por eso otras imágenes que Rosita tiene muy presentes en su memoria es cuando el hospital comenzó a saturarse de casos positivos, “había pacientes y carpetas de ellos por todos lados, personas sentadas en las banquetas con oxígeno, hay días en los que recibíamos hasta 30 pacientes y todos tenían que ser trasladados al área COVID, tanto fue así que llegó el punto de decidir que si no necesitaba oxígeno y estaba estable los enviamos mejor a su casa”.
LA RUTINA DEL DÍA A DÍA
Durante ese tiempo la cotidianidad de Rosita para ejercer sus labores se basaba en tener que usar mascarillas de filtro, lentes, doble gorro, careta, batas u overol para protección personal, pasar con esto alrededor de 18 horas continuas.
Rosita explica que siempre buscó tener un trato con las personas muy humano: “A los pacientes los teníamos que tocar con guantes, nos la pasábamos llenando papeletas, y si procurábamos tener contacto e informar lo más que se pudiera a la familia que estaba afuera sobre el progreso del paciente”.
EL AGRADECIMIENTO
“La verdad es que yo nunca me imaginé que por estar en esa área iba a recibir tantos halagos de personas, tanto por fuera como por dentro del hospital”, reconoce con una pequeña sonrisa.
Esa luz entre tanta oscuridad es un recuerdo muy valioso para Rosita, así como el apoyo que recibieron quienes estaban en la primera fila del nosocomio por parte del Dr. Barrientos, y del personal que se encontraba en otras áreas.
Todos los días suponían una dificultad, unos más que otros, pero para Rosita había dos factores que siempre la mantuvieron para continuar: la necesidad y su familia.
“Ahí sí que como dice el dicho, el que no arriesga no gana y eso fue lo que hice”, admite.
EL PANORAMA ACTUAL
Rosita sigue laborando en el Hospital Roosevelt y aunque ahora se encuentra en un servicio distinto sigue estando cerca del área COVID del lugar y resalta que a dos años desde el inició de la pandemia sí se nota la diferencia y agradece la oportunidad a LH Nosotras por tomarla en cuenta, contar su experiencia y que pueda servir de algo.
Hasta el día de hoy a Rosita no le ha dado COVID-19.