Ashley ha impulsado que privadas de libertad realicen actividades que les permitan generar ingresos. Foto La Hora/Cortesía
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Hay personas que se convierten en un punto de quiebre en la vida de otros. Este es el caso de Margarita (*), quien en 2016 fue detenida y llevada a prisión a la cárcel para mujeres de Santa Teresa. “Me involucré en cosas malas. No tenía responsabilidad alguna”, recuerda. Entonces tenía 20 años y se definía como una persona grosera, abusiva y pedante.

En Santa Teresa solía llevarle el desayuno a una de sus compañeras, quien trabajaba en el taller de serigrafía de Ashley Williams, más conocida como “La Gringa”. Le interesó aprender el oficio, aunque no era sencillo ser parte de este. Debía cumplir una serie de requisitos: el curso de capacitación, mostrar buena conducta y dejar los vicios.

Pasó la entrevista de rigor. Poco a poco, con el manejo de los colores y las telas fue templando el carácter, aprendió responsabilidad, puntualidad y a darse cuenta de que tenía hijos a quienes se debía. No lo hizo sola, Ashley fue esencial en este proceso. “Para mí es como un ángel. Se convirtió en mi psicóloga, consejera y amiga”, afirma.



Durante cuatro años el taller se convirtió en una fuente de trabajo para Margarita, que también benefició a su familia. El año pasado salió libre y durante varios meses tuvo dificultades económicas.

Un día recibió una llamada de Ashley, quien le ofreció trabajo en las oficinas del taller. Ahora, es asistente de mercadeo. Supervisa la calidad de los productos, cotiza y atiende los pedidos de los clientes.

A inicios de este mes, el Sistema Penitenciario (SP) le notificó a Williams que le suspendía temporalmente el permiso como proveedora. El argumento fue la publicación de fotografías en sus redes sociales, en donde muestran su labor en estos centros, por lo que estaba obligada a devolver todo el material fotográfico original. Ella respondió con prontitud el requerimiento. Sin embargo, el SP informa que todavía se encuentran evaluando la situación, de acuerdo con su vocera.

Puesto que los días pasan y no se obtiene respuesta, Williams solicitó a la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH) que mediara el conflicto con el SP, y así poder seguir trabajando conforme los requisitos de ley.

Ashley “La Gringa” ha impulsado desde hace varios años iniciativas a favor de las privadas de libertad. Foto la Hora/Cortesía

RESPETO Y CARIÑO

Una de las privadas de libertad del COF, donde hace poco logró espacio el taller de “La Gringa”, cuenta una historia diferente.

Amanda (*) la conoce desde hace unos 10 años. Ha visto la lucha desinteresada de Ashley. Por eso se ha ganado el cariño y respeto entre todas. “Es una persona muy humana, con la convicción de ayudar. Le ha hecho ganas, le ha costado, le han puesto obstáculos con los permisos. Ha conseguido donaciones que ella misma viene a entregar junto a otros americanos”, comenta.

No olvida que hace muchos años, tuvo un sufrimiento muy grande. Ashley se sentó a su lado, la escuchó y la abrazó. Un detalle que no olvida. Varios años después, ella recordaba la anécdota muy bien, comenta con sorpresa.



UN PROPÓSITO DE VIDA

Desde el 2008, Ashley Williams da empleo a los privados de libertad de cuatro centros carcelarios. La línea de producción del taller de serigrafía incluye maquilar las playeras, mascarillas, bolsas de tela, bordados y diseños impresos.

A lo largo de 13 años, estima que ha logrado dar trabajo a unos 520 privados, de las cuales hay un 0 por ciento de reincidencia. El impacto de su proyecto también se amplía al círculo familiar de cada una de estas personas.

A sus 34 años ha tenido una vida intensa. Siendo una adolescente, decidió apadrinar desde su natal Tennessee a un niño guatemalteco. A los 18 años, tomó su mochila y vino a Guatemala para conocer al ahijado. Le gustó tanto la gente y el país, que decidió quedarse.

El trabajo en un orfanato la llevó a conocer el asentamiento La Limonada. No olvida que mientras bajaba las 125 gradas para llegar, se dio cuenta de que su vida tenía un propósito. Luego, un incidente la llevó a conocer la cárcel de mujeres, donde terminó ideando el taller de serigrafía para apoyarlas en sus ingresos.

Sin embargo, ahora han enfrentado dificultades para continuar con sus labores de ayuda a ese sector. Foto La Hora/Cortesía.

Actualmente su empresa la conforman cuatro accionistas: Ashley, la fundadora, dos familiares, y la artista Estefanía Valls Urquijo. Tiene cinco empleados, cada uno reinsertado en la sociedad.

En 2016 ingresó a estudiar Derecho con una beca en la Universidad Rafael Landívar. Está por concluir sus estudios con honores y uno de sus objetivos es regular el trabajo de las privadas de libertad y crear leyes que dignifiquen a las mujeres en Guatemala.

¿Cuál fue la fórmula para lograr el cambio? estar en el momento indicado, afirma Margarita sin dudar. “Te dice que estás haciendo mal las cosas, que tienes que cambiar. Hay mucha gente falsa. Ella es sincera, transparente, ahora ya no me siento como una carga para mi familia, todo lo contrario”, remarcó.



Ashley considera que no se trata de ella, sino de que las privadas tengan más oportunidades de estudiar y trabajar. “Ellas lo desean, pero no pueden. Sin duda, la mayoría aprovecharía mucho más su tiempo si tan solo si pudieran hacerlo”, resalta.

Amanda se siente molesta que a Ashley le pongan una serie de obstáculos, cuando es de las pocas personas que vela por quienes guardan prisión. “Duele, saca de onda, se siente mucha impotencia no poder hacer nada”, expresa y cuestiona que sea justo ahora, cuando tenía el pie en un nuevo proyecto para expandirse con más trabajo dentro de los penales.

(*) nombres ficticios para resguardar su integridad

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