Por Alberto Bravo
Madrid
Agencia/dpa

No será una final más para Zinedine Zidane. Ni siquiera un partido más. El entrenador del Real Madrid se enfrentará con su pasado, con esa Juventus que lo catapultó a la fama pero a la que no pudo darle el título de la Liga de Campeones.

«Estuve cinco años en la Juve y me trae buenos recuerdos. Por eso es especial esta final. Pero estoy centrado en la final. Lo importante es ver un bonito partido», manifestó hoy ante los medios con esa hipotensión característica en él.

Todavía se le escapa al francés alguna palabra en italiano cuando habla ante la prensa, los rescoldos de una época magnífica como futbolista, cinco años en Turín antes de fichar en 2001 por el Real Madrid para convertirse en leyenda.

La Liga de Campeones le marcó como futbolista juventino. Jugó dos finales consecutivas, en 1997 y 1998, y en ambas perdió a pesar de que la Juventus era favorita. Primero ante el Borussia Dortmund por 3-1 y luego ante precisamente el Real Madrid por 1-0. Ésta fue la famosa séptima Copa de Europa, el primer título de la máxima continental ganado por los blancos desde 1966.

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, se enamoró futbolísticamente del francés y lo contrató en 2001 por 71 millones de euros en lo que entonces fue el traspaso más caro de la historia del fútbol.

Zidane dejó huella en el fútbol italiano. La prensa lo situó como «el sucesor de Michel Platini», leyenda del club, pero Zidane no tenía casi nada que ver con el «10» que marcó una época en el club turinés. De hecho, le costó mucho consolidar su estatus de estrella. No se adaptaba a la ciudad, al equipo, al Calcio… Vomitaba en los entrenamientos por la exigencia física, con sesiones más propias de marines que de futbolistas. «Jamás me había pasado», diría.

Pero los hinchas juventinos pasaron de los abucheos a las palmas y Zidane se consolidó como un fuera de serie. Ganó dos Ligas italianas, una Copa Intercontinental, una Supercopa de Europa y una Supercopa de Italia. Sólo le faltó la Copa de Europa, trofeo que ganaría con el Real Madrid en 2002 en un partido ante el Bayer Leverkusen recordado por su espectacular gol con una volea de zurda, considerado por la UEFA como el mejor de la historia de las finales de la Liga de Campeones.

«Cuando llegué a este club me faltaba ganarla y lo conseguí con esta camiseta blanca», recordó hoy con una abierta sonrisa.

Ahora se reencuentra con la Juventus por primera vez desde que inició su carrera como entrenador, hace apenas un año y medio. En este tiempo, a Zidane le dio tiempo a completar un historial sólo al alcance de los marcados por la buena estrella: una Liga de Campeones, una Supercopa de Europa, un Mundial de Clubes y, más recientemente, el último título de la Liga española.

Algo de Italia hay en su Real Madrid. Por ejemplo, su obsesión por la preparación física y su gusto por emplear métodos científicos con los que cotejar los índices de rendimiento de sus futbolistas. También su criterio para manejar pequeñas ventajas. O jugar con un mediocentro defensivo y el recurso del contraataque.

Pero también quedan cosas del Zidane exquisito: los entrenamientos con la pelota, el deseo de tener la posesión y el uso de la persuasión antes que la imposición para llevar adelante sus ideas futbolísticas.

El sábado se reencontrará con parte de su pasado, con una Juventus a la que siempre tuvo en estima. Pero hoy, y ya impregnado de la filosofía blanca, reconoce que sólo tiene un color: «Tengo el ADN del Real Madrid».

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