Buenos Aires
DPA

El fútbol sudamericano comenzó el 2016 con la promesa de lavar su imagen y dejar atrás los escándalos de corrupción de sus principales federaciones y órganos directivos, pero acaba el año envuelto en luto por la tragedia del Chapecoense y con dudas que persisten tanto en lo deportivo como en lo institucional.

Con tres antecesores en el cargo detenidos por corrupción -Nicolás Leoz, Eugenio Figueredo y Juan Ángel Napout- y la mayoría de las federaciones nacionales descabezadas, Domínguez asumió el mando de la Conmebol en medio del desconcierto y el descrédito generalizado.

Un año después, la Conmebol puede jactarse de haber llevado adelante numerosos cambios en sus estructuras y formatos de competición, pero su efectividad aún está por verse.

Desde la aprobación de unos nuevos estatutos en el Congreso de Lima en septiembre, hasta la contratación de una consultora internacional (Ernst & Young) y la presentación de diversas auditorías externas, pasando por una mayor profesionalización de su equipo de comunicación. La Conmebol se esmeró por brindar señales de cambio.

No se tocaron, sin embargo, asuntos medulares como la ampliación hasta 2018 del contrato de televisación con Fox International, una medida tomada por la gestión de Napout a fines de noviembre de 2015, unos días antes de que el paraguayo fuera detenido. La licitación internacional recién se realizará para los certámenes entre 2019 y 2022, aunque los equipos ya pujan por mayores recursos a partir de la creación de la nueva Liga Sudamericana de Clubes.

Donde sí se verán fuertes cambios es en el formato de competición de la Copa Libertadores, el torneo insignia del fútbol sudamericano, que a partir de 2017 será anual. El certamen se jugará de enero a noviembre, en paralelo con la Copa Sudamericana. Un esquema similar al europeo con la Liga de Campeones y la Liga Europa.

Entre los experimentos también figuró la creación de una Supercopa entre las selecciones campeonas de la Conmebol y la UEFA, así como un duelo de clubes «supercampeones» entre los ganadores de la Recopa Sudamericana y la Supercopa de Europa. Ideas que, por ahora, parece haber desestimado el ente rector del fútbol europeo.

Sí tuvo relativo éxito el invento más ambicioso de la Conmebol en 2016, la Copa América Centenario. Pese a las dudas sobre su realización, finalmente tuvo lugar en Estados Unidos el evento que conmemoró los 100 años del organismo sudamericano y que contó con seis invitados de la Concacaf (Confederación de Norte, Centroamérica y el Caribe de Fútbol). En lo deportivo, Chile amargó una vez más a Argentina en la final.

Los festejos por el centenario de la Conmebol, no obstante, se vieron empañados tanto por los escándalos de corrupción de los últimos tiempos como por la más reciente tragedia del Chapecoense. La caída del avión que transportaba al club brasileño a Medellín, donde iba a disputar ante el Atlético Nacional la ida de la final de la Sudamericana, dejó en «shock» al fútbol mundial.

A pedido del conjunto colombiano, el «Chape» fue declarado campeón y podrá participar el año próximo de la Libertadores, aunque la conformación de su plantel tras la muerte de 19 futbolistas es aún una incógnita.

La Conmebol negó las acusaciones de connivencia con LaMia, la cuestionada aerolínea que llevaba al Chapecoense y que transportó ya a varias selecciones del subcontinente. Pero la sensación reinante es que en el fútbol sudamericano todo está emparchado. En la Libertadores, Huracán ya había rozado este año la tragedia cuando su autobús se quedó sin frenos en Venezuela.

Pese a los intentos de imitar al fútbol europeo, Sudamérica sigue lejos de la elite a nivel de clubes. En el plano deportivo, se vio en el Mundial de Clubes, donde el Atlético Nacional sufrió un duro traspié en semifinales ante el Kashima Antlers japonés. Pero sobre todo, las diferencias económicas y organizativas quedaron a la vista a lo largo de un año que volvió a ser turbulento para el fútbol sudamericano.

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