Barcelona
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El Barcelona de Luis Enrique completó ayer toda una vuelta de calendario sin conocer la derrota y los entrenadores rivales se estrujan los sesos para discernir cómo en 34 partidos nadie encontró la fórmula para hacer caer a los azulgrana.

El argentino Diego Simeone en la Liga española de futbol y el francés Arsene Wenger en la Liga de Campeones se acercaron. Pero no lo suficiente. Ni Atlético de Madrid ni Arsenal pudieron doblegar al grupo liderado por Lionel Messi.

La explicación pasa en gran medida por el astro argentino del Barcelona, como siempre en los últimos tiempos, pero ahora añade otros componentes.

Como sucedió ayer ante el Sevilla (2-1), Messi puede desatascar un encuentro con un zapatazo maravilloso y echar por tierra, en segundos, todos los argumentos defensivos del rival. Lo viene haciendo desde hace una década y ya no es una novedad.

Pero el Barcelona de Luis Enrique sobrevivió dos meses sin el argentino e inició su fabulosa racha a principios de octubre, cuando al 10 aún le faltaba un mes para reincorporarse al grupo.

«Es que el Barcelona de Luis Enrique es el de la excelencia», resumió Unai Emery, antes de que su equipo, el Sevilla, intentara, sin éxito, doblegar de nuevo a los azulgrana.

Los andaluces son, junto al Celta, el único equipo que logró vencer a los de Luis Enrique esta temporada. Ambos lo lograron en la primera vuelta del campeonato español, pero, cuando intentaron repetir en la segunda, cayeron derrotados.

En el Camp Nou comprobaron que, si se concentraban en intentar parar a Messi, se les escapaba el brasileño Neymar o el uruguayo Luis Suárez porque juntos conforman, como ya todos coinciden, el tridente atacante más letal del futbol europeo.

El trío ha dado tal poder contragolpeador al Barcelona y tal finalización, que los azulgrana ya no necesitan dominar la pelota como lo hacían en los tiempos de Josep Guardiola para imponerse a sus rivales.

Dos contras precisas en el momento adecuado pueden solucionar el encuentro sin necesidad de que los de Luis Enrique, muy exigidos por el calendario, se desgasten en exceso.

Messi se autorregula con un «descanso activo» en buena parte de los partidos. Neymar, bastante más joven, actúa por fases. Y el esfuerzo de Suárez es, casi siempre, incondicional.

El futbol de éste Barcelona ya no es tan preciosista como el de Guardiola. Por una razón obvia, los delanteros han ganado peso en detrimento de los mediocampistas, que siguen contando con el brillo de Andrés Iniesta y a menudo incorporan al cada vez más clarividente Messi. Y Sergio Busquets mantiene su imprescindible rol.

Como se vio ante el Sevilla o antes frente al Athletic de Bilbao, los de Luis Enrique ya no rehúyen las idas y venidas ni los partidos con escaso control, que evidencian sus enormes virtudes ofensivas, pero también su mayor fragilidad defensiva.

Su menor control en el mediocampo significa menos posesión de balón y, también, mayor riesgo para la zaga, que ahora concede más ocasiones de gol.

En lo que va de Liga, el Barcelona ya recibió tantos goles (21) como en toda la pasada campaña.

Y, sin embargo, a 12 fechas para la conclusión del torneo, los azulgrana están más cerca que nunca de revalidar su título de campeones: aventajan en ocho puntos al Atlético de Madrid y, en 12 al todopoderoso pero ahora alicaído Real Madrid.

«Contra este Barcelona tienes que ser mucho más fino, porque es, posiblemente, el mejor equipo del mundo», concluyó Emery, después de que su conjunto plantara cara ayer en el Camp Nou.

«El Sevilla ha sido el rival que mejor nos ha jugado y combatido, el mejor rival que hemos tenido en el Camp Nou», concedió Luis Enrique, consciente de que, en mayo, chocarán de nuevo con los andaluces en la final de la Copa del Rey.

«Eso, con una derrota, no me deja satisfecho», replicó Emery. «Pero nos permite conocer mejor al Barcelona y saber que esa final de Copa es dar un pasito más», añadió el técnico español del Sevilla.

La fórmula que desactive de nuevo a los de Luis Enrique, sin embargo, sigue siendo una incógnita, por más que el entrenador azulgrana insista en que también los suyos caerán.

«Salvo al Barcelona, a todos los demás nos cuesta. Es el mejor equipo del mundo», concluyó, impotente, Simeone hace un mes, después de poner contra las cuerdas a los de Luis Enrique en el Camp Nou sin poder completar la faena.

«El Barcelona no está lejos de la perfección», añadió una semana atrás Wenger, incapaz de encontrar cómo explotar en la «Champions» las escasas imperfecciones de los azulgrana.

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