La fundamentación empirista de la moral

 Entre las fundamentaciones subjetivistas de la moral merece especial atención la realizada por el filósofo escocés David Hume. Para Hume, el origen de los juicios morales no está en ningún tipo de ideas eternas, naturaleza humana o normas a priori, sino simplemente en las sensaciones de agrado y en los cálculos de utilidad que los hombres realizan. En cierto modo, Hume combina el hedonismo (bueno es lo que me causa placer sensible) con el utilitarismo (la sociedad considera buenos aquellos aspectos y cualidades que resultan de utilidad pública). En este sentido, es un importante predecesor de la «aritmética moral» de Bentham. En coherencia con sus principios, la sociedad debería de rechazar toda moral de lucha y sacrificio, en cuanto no causante de placer e inútil para los intereses individualistas de la civilización burguesa.  (*)

   * González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.

 

Puede sorprender, con razón, que un hombre en una época tan avanzada encuentre necesario probar con elaborados razonamientos que el mérito personal consiste en la posesión de cualidades mentales útiles o agradables a la propia persona o a los otros. Podría esperarse que este principio se les hubiera ocurrido hasta a los más toscos e inexperimentados investigadores de la moral y que hubiera sido aceptado sin argumentación ni disputa, sino por su propia evidencia. Todo lo que tiene algún valor entra tan naturalmente bajo la división de lo útil o agradable, lo útil o lo dulce, que no es fácil imaginar para qué íbamos a buscar más, ni a considerar la cuestión como un asunto propio para la investigación. Y como todo lo útil o agradable ha de poseer estas cualidades respecto a la persona misma o respecto a los otros, la delineación o descripción del mérito parece poder hacerse de modo tan natural como el sol proyecta sombras o una imagen se refleja en el agua.  ( … ). Y parece una presunción razonable la que dice que los sistemas y las hipótesis han pervertido nuestro entendimiento natural, pues una teoría tan simple y evidente no podía haberse hurtado durante tanto tiempo a las más cuidadosas investigaciones. (…).

Y como se admite que toda cualidad, útil o agradable para nosotros o para los demás, es parte del mérito personal, no se recibirá ninguna otra allí donde los hombres juzguen con su razón natural, exenta de prejuicios y sin las apariencias engañosas de la superstición y de la falsa religión. El celibato, ayuno, penitencia, mortificación, negación de sí mismo, humildad, silencio, soledad y todo el conjunto de virtudes monacales, ¿por qué son rechazadas en todas las partes por los hombres sensatos, sino porque no sirven de nada, ni favorecen la fortuna del hombre en el mundo, ni le hacen más valioso como miembro de la sociedad, ni le califican para el recreo y entretenimiento de la compañía, ni incrementan su capacidad de gozar?

(Tomado de su Investigación sobre los principios de la moral, 1751)

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