Leonidas Letona Estrada
Cuando la hacíamos de “niños exploradores”, con mi hermano Tono una vez planeamos adentrarnos más en los cerros que circundan el pueblo de San José Chacayá, Departamento de Sololá.
Por la noche arreglamos nuestros enseres: un morral con tortillas con frijol, una botella de fresco de mora y los dos machetes para defendernos en caso de peligro.
La mañana se teñía de un anaranjado cielo y despuntaba el sol y fuimos a esa nueva aventura. Llegamos al cerro cubierto de verde vegetación entre encinos, cipreses y gigantes pinos por donde entraban sigilosamente los primeros rayos del sol y se colaban dentro de la humedad como flechitas llevando luz y delicioso calor.
Ya dentro del bosque nos tropezamos con un agujero el cual estaba tapado con ladrillos y mezcla; intrigados lo principiamos a desmontarlo de hojarasca, matas de mora silvestre, ramas secas caídos de los árboles y cabal, era un pozo tapado con restos de ladrillos y mezcla de arena con cal, demostrando mucha antigüedad; mejor dispusimos regresar a casa e investigar algo sobre ese hallazgo.
Después de la cena, como sobremesa nuestro padre nos contaba historias y esa noche aprovechamos el momento para contarle nuestro descubrimiento de la montaña y nos contó lo siguiente: Ustedes llegaron hasta donde se encuentra el “Pozo de Oro”, ese era la bodega o “caja fuerte” de los antiguos habitantes Cakchiqueles de esta región, ahí guardaban sus tostones de oro, especie de monedas y pepitas de oro puro y con ese tesoro pagaban los servicios de trabajadores de la tierra, labradores, jornaleros, cuidadores de la autoridad y cuidadores de las casas de los que actuaban como jefes o caciques ancestrales.
Cuentan que una vez, siguió la plática con mi papá, visitó el pueblo el “Mayor de Plaza” jefe del departamento, especie de Gobernador y escuchó esa leyenda y trazó su plan de acción. Regresó a Sololá y le contó a su ayudante, su asistente o secretario, y lleno de emoción le susurró en el oído “en ese pozo debe haber todavía tostones de oro, si vamos y nos metemos a él nos volveremos ricos y ya con plata solicitamos nuestra jubilación, pero… qué irán a decir los Caciques de Chacayá, mejor que ellos nos lleven a conocerlo y no les contaré nada de mi plan secreto”.
Dicho y hecho, visitó nuevamente el pueblecito y lo llevaron a conocer el famoso pozo de oro. Llegaron al lugar y al limpiarlo, principió a verter agua clara y pura y con el agua pescaditos diminutos y cangrejos; todos los de la comitiva se quedaron asombrados menos “el Gobernador” y su Ayudante, como estaba su plan secreto en su pensamiento inmediatamente les ordenó con voz altisonante gritó: “TAPEN ESE POZO YA, NO VEN QUE SE ESTÁ SALIENDO EL AGUA DEL LAGO DE ATITLÁN Y VA A INUNDAR EL PUEBLO Y USTEDES Y SUS FAMILIAS Y TODO EL VECINDARIO MORIRÁN AHOGADOS”. A ese Gobernador gritón de su puesto lo destituyeron y ya no pudo hacerse rico por el “Tesoro del pozo”. Y desde ese lejano tiempo el Pozo de Oro quedó tapado para siempre.
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