José Manuel Fajardo Salinas
Académico e investigador UNAH

 Entre documental y documental, hay algunos que, por la riqueza de datos o por su estética ilustrativa, impresionan gratamente. El que mencionaré a continuación tuvo varias virtualidades, pero la que más llamó mi atención, y que guarda correlación con lo que quiero señalar en relación a la sensibilidad popular latinoamericana, es referido al tema de los imaginarios. ¿Imaginarios? Sí, palabra que usualmente ocupa lugares en tratados de antropología cultural o de descripciones sociológicas o históricas de la academia. Sin embargo, es importante intentar modelar una mayor proximidad de dicha noción de cara a la sociedad en general, pues su manejo ayuda a comprender mejor los acontecimientos que nos ocurren y que a ratos nos llenan de estupor, e incluso de indignación, sin saber explicar su origen profundo.

En el referido documental se hizo alusión a un hecho tal vez inédito en las relaciones que comúnmente son conocidas entre el mundo de la política latinoamericana (colombiana para este caso en particular) y las producciones culturales de la región, específicamente una novela de la televisión de dicho país que todos recordamos con cariño, pues su trama, remedo de la eterna cenicienta o de la heroína perseguida –ya sea en la versión francesa de Charles Perrault, o la alemana, de los hermanos Grimm—nos resulta siempre cercana; por supuesto que me refiero a la famosa novela Yo soy Betty, la fea. Pues bien, el dato interesante que el documental señalaba dentro de la descripción de la trama es que en cierto momento Betty tuvo la oportunidad de aceptar soborno, dañando a la empresa Ecomoda, y traicionando tanto a su galán, Don Armando, como a todos los accionistas. Esto no ocurrió, pues por la intervención del presidente colombiano de ese entonces, Andrés Pastrana, el guion fue cambiado por su creador, Fernando Gaitán, y la imagen honesta de Betty se sostuvo en la telenovela. La intervención presidencial, y el cambio del argumento fue posible, pues a diferencia de otras telenovelas que son adaptaciones de obras literarias o textos ya escritos, en el caso de Yo soy Betty, la fea, las escenas eran escritas a medida que se desarrollaban las filmaciones.

¿Por qué el presidente de un país con tantas y complejas problemáticas, como lo era la Colombia del tiempo de las FARC y de Pablo Escobar, gastó su valioso tiempo en prestar atención a una novela de la televisión local? La respuesta es sencilla en clave de la noción comentada inicialmente (los imaginarios), ya que, para el presidente Pastrana, era supremamente clara la identificación que el pueblo colombiano había construido en su imaginación con el personaje de Betty, viendo en ella a una heroína que a pesar de los infortunios seguía adelante y que no se prestaba para malos manejos. De haber aceptado el soborno, Betty habría favorecido una imagen inclinada al oportunismo y no habría contribuido a la construcción de una ciudadanía responsable de la calidad de sus decisiones morales.

De esta manera, son esas y esos héroes que aparecen en las canciones, en los hechos deportivos, en los cuentos, en las narrativas noveladas como las de Yo soy Betty, la fea, quienes aportan desde su cercanía con lo popular, el camino que construye desde la imaginación el presente y futuro que nos es dado soñar, ya que por un proceso inconsciente de ejemplarización y modelación de comportamientos, estas figuras icónicas se vuelven guías y referentes anónimos de la conducta ética cotidiana.

Es propicio en este punto hacer una mención de la riqueza que, en el sentido enunciado, guarda la creación cultural del productor y cómico mexicano, Roberto Gómez Bolaños, que en los años setenta propulsó una heroicidad propia de la región latinoamericana en personajes como el Chavo del Ocho y el Chapulín Colorado, que desde su peculiar debilidad (representada en el chico huérfano que sobrevive en un barril colocado en el centro de la vecindad, o en el superhéroe que se acobarda ante la fuerza de los villanos pero que los vence por pura suerte o con un golpe de astucia), expresan la capacidad de sobreponerse a la adversidad y salir avante desde la limitación personal. Como lo decía el propio Gómez Bolaños en una entrevista, una de sus motivaciones para dar vida a un personaje como el Chapulín Colorado, era precisamente hacernos descubrir la posibilidad de heroicidad desde lo propio, y no desde personajes de factura norteamericana al estilo de los acuerpados en la Liga de la Justicia.

En relación con la región latinoamericana, ¿qué importancia tienen estas heroínas y héroes que marcan el imaginario regional? Seguramente mucha más de la que acertamos a suponer, pues es por su mediación que las nociones de bien, valor, bondad, entrega desinteresada, altruismo, etc. se popularizan y mantienen vigencia. En este sentido, sería sabio explorar e investigar qué figuras heroicas marcan la actual sensibilidad popular, especialmente entre la juventud. La tendencia a la producción de series de televisión donde la figura del narcotraficante es asumida como héroe popular, desde su particular modo de vida y su capacidad de moverse fuera del sistema legal vigente, es un área de atención que seguramente destacaría en la indagación propuesta.

Respondiendo a la pregunta planteada al inicio del párrafo anterior, es posible indicar: dime quiénes son tus heroínas y héroes y yo te diré el futuro que te corresponde. Conectando esta idea con el clima de bicentenario que ahora vivimos en América Central, lo dicho motiva a pensar en una reedición de la heroicidad independentista, donde si bien el conjunto de los personajes que favorecieron la independencia, tanto en nuestra región como en el resto de América Latina, merecen ser celebrados desde esta gesta, ello no pasará a más si al mismo tiempo no se perfilan y cultivan los personajes de actualidad que expresen el ideal de respeto a la voluntad y soberanía popular que hacen falta fortalecer en el contexto histórico contemporáneo.

Esta necesidad es manifiesta, pues un examen básico del conjunto de decisiones que realizan los gobiernos del área señala más inclinación a satisfacer a intereses y actores externos, que a cuidar el bienestar de las comunidades y sociedades locales. De ahí que, si bien el gran ideal de la Federación Centroamericana no fue viable, como tampoco lo fue el sueño bolivariano de un estado unificado en América Latina, ello no significa que sus pobladores no puedan concebir una forma de vida política digna desde la configuración actual, donde separados en variedad de estados haya un común denominador fuerte: el respeto a sus ideales de vida y al modo cultural de celebrarlos. En otras palabras, el respeto a sus imaginarios.

Entonces, tras el ejemplo de la maniobra sabia y prudente del ahora expresidente colombiano Pastrana, una conmemoración inteligente del presente bicentenario centroamericano, invitaría a propiciar una investigación profunda de nuestros imaginarios compartidos, de las imágenes de bien, justicia y solidaridad que los vitalizan, de las heroínas y los héroes que merecen ser creados y cultivados como patrimonio compartido, pues es gracias a esta veta de riqueza que se puede vivir la libertad de expresar el propio modo de ser desde el espacio cultural de pertenencia; y ello, aún bajo la más incómoda configuración política, comandada por agentes y actores foráneos (respaldados, por supuesto, por un conjunto de comparsas internos), que producen afectaciones sociales, económicas, culturales, etc., pero que se reducen solo a una condicionante circunstancial, cuando chocan contra la determinante sustancial del imaginario de un pueblo que se auto respeta y aprecia desde su viva originalidad.

PRESENTACIÓN
El artículo que nos propone nuestro colaborador, José Manuel Fajardo Salinas, nos invita a la reflexión sobre la naturaleza e importancia de los imaginarios en la configuración de la conducta social en América Latina.  Sus ideas derivan del caso particular de “Betty la fea”, una telenovela colombiana de éxito global cuya ejemplaridad y potencial impacto en los espectadores es investigado por el académico.

Programas como el referido, explica Fajardo Salinas, son de valor no solo para comprender el éxito comercial logrado en la identificación de los espectadores con su protagonista (en este caso, Betty), sino para llamar a la cautela al momento de proponer modos de conductas replicables socialmente.

El filósofo al respecto dice de lo siguiente:

(…) Son esas y esos héroes que aparecen en las canciones, en los hechos deportivos, en los cuentos, en las narrativas noveladas como las de Yo soy Betty, la fea, quienes aportan desde su cercanía con lo popular, el camino que construye desde la imaginación el presente y futuro que nos es dado soñar, ya que por un proceso inconsciente de ejemplarización y modelación de comportamientos, estas figuras icónicas se vuelven guías y referentes anónimos de la conducta ética cotidiana”.

Con el texto principal de nuestra edición, le invitamos a leer los aportes de Hugo Gordillo y Leonidas Letona Estrada, entre los demás contenidos.  El Suplemento es suyo.  Háganos llegar sus comentarios al correo ejblandon@lahora.com.gt  me encantará saber de usted y compartir sus intereses, aportes y valoraciones para mejorar nuestro trabajo.  Feliz fin de semana.  Hasta la próxima.

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