Walter Enrique Gutiérrez Molina
Catedrático Titular y Secretario Académico
Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

Ante la suspensión de las tradicionales procesiones y la dinámica para mantenerlas vigentes en los años 2020 y 2021, se nos ha planteado a los historiadores en repetidas ocasiones la interrogante ¿Cuántas y cuáles han sido las cancelaciones de la Semana Santa en la historia guatemalteca? Sorprendentemente en Guatemala no existe una historia de la Semana Santa. Hay –muy buenas– monografías sobre esculturas, adornos, marchas o algún tema particular que atañe al desarrollo de esta tradición. El texto global más ambicioso es el de Luis Luján Muñoz Semana Santa Tradicional en Guatemala, publicado en 1981. En él hay una exposición general de fuentes de archivo que no se había realizado antes, ni tampoco se ha hecho posteriormente, pero que no revela expresamente la respuesta a la interrogante surgida en medio de esta crisis del siglo XXI que afecta a la Semana Santa tradicional en Guatemala.

Con este antecedente, hablar de la historia de la Semana Santa y su difícil tránsito de la vida colonial a la vida republicana es todo un reto en la medida que se entiende que la complejidad de la vida política de la actual Guatemala a partir de la primera independencia (1821) ocasionó la interrupción de la vida institucional de las cofradías, situación que rompió el registro y la acumulación de documentación de estas organizaciones. A partir de los efectos causados por los primeros liberales (Gálvez, Morazán) y los segundos (García-Granados, Barrios) los registros de archivo se redujeron y los hemerográficos resultan escuetos. Particularmente interesante es que coincidiendo con el bicentenario de la independencia de 1821 se da también el sesquicentenario de la Reforma Liberal de 1871, hecho este último con una repercusión quizás mayor que la primera mencionada, incluso para el desarrollo de la Semana Santa.

A raíz de querer conocer más sobre las suspensiones o cancelaciones que ha sufrido la Semana Santa guatemalteca en lo tocante al desarrollo de sus tradiciones hay que resaltar, por ejemplo, la poca información disponible sobre la Semana Santa de 1829, sugiriendo que la toma de la capital por las fuerzas de Morazán en pleno Lunes Santo ocasionó que no hubo procesiones en virtud de haber estado la ciudad sitiada y luego saqueada. Con relación al período de la consolidación e implementación de las medidas de la Reforma Liberal de 1871, se tiene claro por el bando del gobierno publicado en 1882, que las procesiones quedaron prohibidas fuera de los templos.

Este par de datos, el de 1829 y el de 1882 nos pintan un retrato muy pálido sobre el desarrollo de la Semana Santa de esos años bajo esas condiciones. Siempre que se aborda este tema, es evidente que se hace énfasis en la acción liberal sobre la Iglesia, pero rara vez se cuestiona el hecho al contrario, es decir, de la Iglesia sobre el desarrollo de las procesiones para presionar al Estado y su relación con el pueblo, abrumadora y mayoritariamente católico.

En una investigación desarrollada en el Archivo General de Centroamérica se ubicó en la signatura B, legajo 740, expediente 17390, fechado el 29 de marzo de 1879, un documento muy interesante dirigido al señor jefe político del departamento sobre un acontecimiento en la iglesia de Santo Domingo, protagonizado por Fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto, un sacerdote que hasta el día de hoy goza de mucha estima y admiración entre el círculo de cucuruchos y devotas, ya que está identificado con la consagración del Señor de Esquipulas, de Jesús de Candelaria y, especialmente, de la fiesta de octubre dedicada al rosario y a la Virgen del mismo nombre.

Sin embargo, en una acción bastante interesante en cuanto la posición del sacerdote, que podría representar la posición del clero urbano, capaz de manipular la celebración de las procesiones en el sentido de querer hacer parecer que el Estado efectivamente las estaba acechando, aún antes de su prohibición en 1882 y con esto incrementar la tensión entre gobierno y pueblo, que al final no tuvo mayor repercusión en este tema.

El documento dice textualmente:

Considerando los infinitos desordenes, irreverencias y otras dificultades que se causan para tener lugar la procesión del Señor Sepultado de esta iglesia, pongo en conocimiento de usted que he dispuesto suprimirla con el consentimiento pleno del Muy Ilustre Señor Gobernador, mayormente careciendo de los recursos necesarios para el efecto, suplicándole para mi seguridad ponga al calce de esta su resolutivo parecer.

Un oficial municipal, de apellido Martínez, anota el 1 de abril:

Contéstese de enterado.

La medida tomada por el fraile dominico, antes del bando prohibitivo de 1882, parece más una protesta por la falta de subsidio económico al Santo Entierro, que para ese momento había sido ya cortado por parte del ayuntamiento. Sin embargo, resulta interesante conocer un dato que Agustín Estrada Monroy dice en el tomo III de sus Datos para la historia de la Iglesia en Guatemala, que podría pasar desapercibido y es que Fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto fue ordenado sacerdote en Comayagua en 1877, retornando a Guatemala ese año y siendo nombrado por el gobernador de la mitra, Pbro. Juan Bautista Raull y Bertrán, capellán de Santo Domingo. Este extraño suceso, acaecido en plena reforma, en lo más duro del anticlericalismo, se debía a una afabilidad de Justo Rufino Barrios para el lego que conocía y que le ayudaba en su mensajería personal antes de ser ordenado sacerdote dominico. Esto hizo que, en Santo Domingo, la relación entre procesión y orden religiosa nunca se cortara, como si sucedió con los jesuitas y Jesús de La Merced o entre franciscanos y la Veracruz.

Es evidente que Fray Julián Riveiro se adelanta a una cancelación, aduciendo “infinitos desórdenes”, que no hay dinero, que actúa con consentimiento del gobernador de la mitra y que necesita la aprobación de la autoridad para protegerse. El hecho tuvo que enfurecer a los vecinos, siendo el Santo Entierro de Santo Domingo la gran procesión del Viernes Santo por la tarde. Esto contrasta con la versión que en 1906 redacta el presbítero Miguel Fernández Concha, quien fue secretario particular de Fray Julián Riveiro cuando este ascendió a arzobispo metropolitano y que omite relatar la supresión que el mismo Riveiro realizó en 1879.

Fernández Concha parece victimizar a Riveiro y Jacinto en su manuscrito “Liber Aureus”, escribiendo:

Siendo presidente de la República el General Barillas (1885-1892) hubo un decreto civil en el que se mandó que toda procesión quedaba secularizada es decir que no podía ir preste; con este motivo dispuso el Capellán R.P. Fray Julián Raymundo Riveiro que la procesión del Santo Entierro no saliere, más como es costumbre la gente acudió a la iglesia de Santo Domingo y se llenó iglesia y plazuela. La policía instó varias veces para que saliera la procesión, pero no lo consiguió; el R.P. Riveiro rezaba en el pulpito el Santo Rosario de quince misterios cuando rompieron la verja de la capilla del Señor y sacaron la imagen a la calle, el P. Riveiro protestó desde el pulpito en el momento que sacaron al Señor contra semejante abuso.

Sea que se trate de un hecho cuya causal esté en el gobierno del General Lisandro Barillas, lo cierto es que Fray Julián manifestó desde 1879 una actitud hostil a la realización del Santo Entierro la tarde del Viernes Santo. En el hecho narrado por Fernández Concha llama la atención que la misma policía instaba a que saliera la procesión, en un gesto que parece evidenciar cierto miedo a la presencia masiva de la población en Santo Domingo y resalta la protesta del fraile ante el desorden que debió suponer sacar al Señor Sepultado rompiendo la reja de su capilla.

Estos episodios, el 1879 y el que debió suceder entre 1886 y 1892, dan la pauta para entender los vaivenes de la Semana Santa durante los dos períodos más agresivos en el anticlericalismo liberal, el de Barrios y el de Barillas y las reacciones de los dirigentes de la Iglesia Católica que, como Fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto también vieron la oportunidad de meter en problemas a la administración pública ante el creciente descontento de la población al ver sus tradiciones en peligro.

En medio de la crisis del 2020-2021, la Semana Santa tradicional busca formas alternas de seguir vigente en la sociedad guatemalteca, tal como sucedió en el largo período de finales del siglo XIX en el que encontró la forma de proyectarse sobre la cultura de las familias y comunidades, asegurándole su futuro y continuidad en el siglo XX y lo que lleva del XXI.

Ilustración: El Señor Sepultado en un grabado basado en la fotografía que José García Sánchez tomara en los primeros años del siglo XX. En el luce la urna francesa importada hacia 1860 y estrenada en 1863, aun en el período conservador y que denota la fuerza con que llega al período de la Reforma Liberal.

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