Pablo Antonio Cuadra (Managua, 1912 – 2002) Poeta vanguardista nicaragüense, sus poemarios se rebelan contra la influencia de Rubén Darío, acude al lenguaje coloquial, directa y sincera, sin la retórica modernista.  Entre sus poemarios mencionamos Cantos de Cifar (1971), El jaguar y la luna (1959), La tierra prometida (1952), Canto temporal (1943) y Poemas nicaragüenses (1934).

 

La noche es una mujer desconocida
Preguntó la muchacha al forastero:
– ¿Por qué no pasas? En mi hogar
esta encendido el fuego.
Contestó el peregrino: –Soy poeta,
sólo deseo conocer la noche.
Ella, entonces echó cenizas sobre el fuego
Y aproximó en la sombra su voz al forastero:
– ¡Tócame! –dijo–. ¡Conocerás la noche!

Albarda
Soy mi memoria. Piel errante, subsistiendo entre mi último balido Y mi eterna obligación de partir. Yo Dona
Albarda Mariposa inválida de mi forma sobreviviendo al sueño y al tropel. Toro en mi torso -con mis cuernos en
vacío como una antigua furia que se cubre de olvido. Novillo en mi piel -deseo limítrofe en mis cascos perdidos
como un antiguo cansando que no llega al recuerdo. Buey en mi cuero -testículos arrancados a la sucesión
conjugando solteramente mi amor con la carreta como una vieja madera conyugal quemada por el viento. Yo
Doña Albarda Vaca en mi soledad y piel -con mis fervientes ubres excluidas de la sed con el candor de mis
pupilas hundidas bajo los ríos con mi antigua maternidad creciendo bajo los árboles. Yo con mi linaje con mi
bandera de muertos repitiendo el deseo de horizonte caminando eternamente sonando el tambor de mi piel como
la luna. Caminando sobre la llanura estúpida y fangosa caminando sobre la abierta senda pisoteada caminando
bajo la lluvia torrencial y lacrimosa caminando bajo la garúa susurrante caminando bajo el sol insolente y
fogonero caminando entre la música metal de los lecheros caminando tras de la tarde herida bajo el ala
caminando tras de la noche caminando tras de la muerte, de nuevo caminando…

Invención de la sirena
Una mujer en aguas dulces. Una estrella mojada en el límite del mar. Dejar que la sonrisa se desnude de su traje
de lágrimas. Una mujer en el centro de todas las navegaciones y lo vientos. El oleaje su poema -versos de
espuma- y alguna gaviota gira arriba coronándola y alguna mariposa que parpadea un revuelo de sorprendidos
amarillos. No conocí el aviso clásico: ‘Huye de las playas de Circe’. Nuestros antepasados no concibieron la
sirena: ni Chalchiuhtlicue de la falda de agua la celeste diosa de los ríos ni Huixtocihuatl, la diosa azul de las
aguas saladas del mar dejaron oír al hombre sus cantos. Nuestro antepasados no escucharon la voz de las
aguas en el vientre de la mujer. Pero yo inventé un reino sumergido cuya música esculpía en agua el silencio del
pez, líquido beso, y el embeleso de su voz, líquido canto. En el dulce mar de Nicaragua antes de que arribaran a
vela las fábulas antiguas yo inventé la sirena.

Patria de tercera

Viajando en tercera he visto un rostro. No todos los hombres de mi pueblo óvidos, claudican.
He visto un rostro. Ni todos doblan su papel en barquichuelos para charco. Viajando he visto el
rostro de un huertero. Ni todos ofrecen su faz al látigo del «no» ni piden. La dignidad he visto.
Porque no sólo fabricamos huérfanos, o bien, inadvertidos, criamos cuervos. He visto un rostro
austero. Serenidad o sol sobre su frente como un título (ardiente y singular). Nosotros ¡ah!
rebeldes al hormiguero si algún día damos la cara al mundo: con los rasgos usuales de la
Patria ¡un rostro enseñaremos!

Selección de textos por Gustavo Sánchez Zepeda.

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