SEGUNDA PARTE

Juan Fernando Girón Solares

Eran las cuatro en punto de la tarde, de aquel sábado 3 de abril de 1971 cuando en frente al atrio de la Iglesia del Señor San José, acudieron a la cita Héctor Hugo y Mauricio. Luego del saludo correspondiente, el primero le indicó al segundo – Vení, vamos a buscar a don Miguel Angel a la Sacristía – Y efectivamente, los turnos para la procesión del día siguiente se estaban repartiendo. Los dos muchachos saludaron al afanado señor Sosa Ponce, quien encabezaba el grupo de colaboradores en aquella delicada misión. – Miren patojos, a las seis en punto cerramos, vengan a esa hora y sin duda quedará algún turno sin recoger –. Mauricio pudo contemplar por primera vez, cómo entre los asistentes a ese lugar, llegaban devotos adultos de la mano de niños penitentes debidamente revestidos ya con túnica de color morado. A su pregunta, se le indicó que venían de la Procesión Infantil de la Merced. La Iglesia no obstante estaba cerrada. A la hora anteriormente indicada de conclusión de la entrega de cartulinas, efectivamente quedaron varios “turnos” sin recoger, por lo cual buscando el alto de Mauricio, y luego de cancelada la ofrenda respectiva, el Presidente de la Asociación Josefina le hizo entrega por primera vez en su vida de un Turno, con su nombre escrito en el Reverso. El mismo correspondía al número CUARENTA Y CINCO, de la 9ª a la 8ª calle sobre la sexta avenida de la zona 1. Al regresar a casa de Héctor Hugo, esa noche de sábado anterior a Ramos, se le proveyó efectivamente su Uniforme procesional que estrenaría al día siguiente, y que gentilmente la mamá de su amigo arregló en cuanto a costuras, ajustes y medidas, con el cuidado y cariño que el caso amerita.

El reloj despertador se activó a las seis en punto de la mañana, de aquella luminosa mañana del Domingo de Ramos 4 de abril. Luego del desayuno con sus abuelos, de la despedida y bendición de estos con una sensación de satisfacción y orgullo, nuestro personaje se revistió con su túnica y capirote de color morado, paletina y cinturón negro y guantes blancos, y zapatos debidamente limpios y lustrados, y caminó para estar justo a tiempo a las siete en punto de la mañana en la casa de Rafa, donde éste junto con sus padres, y sus compañeros Héctor Hugo y Alex, todos debidamente revestidos ya lo esperaban en la puerta, para subir al Jeep Land Rover propiedad de la familia propietaria de casa. El vehículo arrancó y se enfiló por el Boulevard de la Asunción hasta el Centro Histórico, a donde llegaron a la Santa Misa y Bendición de los Ramos en la Iglesia de El Carmen de la décima calle, media hora después. Concluida la Eucaristía, el padre de Rafa como buen cucurucho, dejó a los cuatro muchachos lo más cerca que pudo del templo de San José.

 Minutos antes de las nueve de la mañana, la sorpresa de Mauricio fue mayúscula al contemplar que no eran cientos sino miles, los devotos penitentes que como ellos debidamente ataviados, acompañarían el paso de la Procesión de Jesús de San José, no siendo para nada desapercibido el considerable número de mujeres que harían lo propio con la hermosa imagen de la Dolorosa. Se colocaron ordenadamente en la Avenida del mismo nombre frente a la Abarrotería – LA TERCENA- cuando para nueva sorpresa de Mauricio, un grupo de músicos, vestidos a la usanza de los tiempos de Cristo como soldados romanos, interpretó una especie de música imperial que solamente había escuchado en la proyección de las películas de cine de este género en su natal Jalapa. A nuestro protagonista, aquella música le pareció muy solemne y especial. Terminada la interpretación, se empezaron a escuchar las notas musicales ejecutadas indudablemente por una numerosa banda en el interior de la Iglesia, -como las que acompañan a los desfiles militares pensó para sus adentros- solamente que la melodía era completamente distinta en cuanto a sus compases. Héctor Hugo le comentó en voz baja, – Es una marcha fúnebre, la marcha oficial de esta procesión, su título es MATER DOLOROSA –.  El joven inexperto en estos temas, pudo comprobar con mucha satisfacción, algo que en el semblante de su amigo Héctor Hugo, así como el de muchos cucuruchos jóvenes, viejos y niños, fácilmente se dibujaba: la emoción de ser partícipe de este momento. En el instante preciso en que de aquel pequeño Templo, salió una monumental andaría procesional, elegantemente barnizada con águilas doradas en sus esquinas, todos los presentes se pusieron de rodillas para implorar la bendición de Dios; así también el novato penitente hizo lo mismo que sus tres amigos, y finalmente pudo contemplar la majestuosidad de aquel religioso espectáculo, la belleza de la imagen de Cristo con la cruz a cuestas y entendió por fin, a qué se referían los amigos cuando hablaban de adornos y de marchas. – Todos los años se cambia el adorno y muchas veces la túnica que luce Jesús – le explicó Alex. – Mirá, en este año va luciendo una túnica de color rojo y el significado es la Pasión del Señor. Los adornos sirven para que la gente entienda y conozca más la palabra de Dios o un mensaje que nos acerque a él –

El cortejo viró hacia el norte para enfilarse por la Avenida de San José, y nuestros cuatro amigos, incluyendo al novato cucurucho, empezaron a caminar lentamente para acompañar el paso de Jesús de San José. Así pudo contemplar con sus propios ojos, cómo se organiza un turno, qué marcha fúnebre se interpreta, como se desplaza una procesión, cuál es el recorrido, etcétera. El calor propicio del verano guatemalteco se hizo presente aproximadamente a las diez de la mañana, cuando el sagrado desfile pasó en la primera calle de la zona uno frente a la Panadería donde su abuela se detenía para comprar el pan que llevaba a su mesa, “LA ESPIGA DE ORO”. A pesar de no tener costumbre en caminar bajo el sol, y con el uniforme procesional, curiosamente Mauricio no fue afectado por el rigor del astro rey, pues comprendió que aquello era parte de una penitencia que todo devoto realiza en esas fechas. Además, llevar una túnica y paletina no se comparaba en nada, con el intenso calor que sin duda recibían los devotos debidamente ataviados de ROMANO con un casco y corazas de pura hojalata. Por eso, la admiración por este grupo en particular dentro del cortejo procesional, empezó a robarse la atención y el asombro de Mauricio, con sus escudos, lanzas y pendones, como también lo fue indudablemente, contemplar una hermosísima alfombra de aserrín de colores, que los propietarios de la mencionada panadería elaboraron frente al establecimiento, complementada con frondosos panes, y la presencia de quienes la habían elaborado, de rodillas al paso de Jesús con lágrimas en sus ojos, pidiendo por una necesidad o por agradecimiento.

Llegada la procesión a la altura del Parque Infantil Colón, los cuatro amigos salieron a refrescarse a la Dulcería San Carlos en la 9ª calle y 11 avenida, con disfrutando de un vaso de horchata bien fría, eso sí “a la ley de Cristo” para luego retornar al cortejo, que pasó al lado del Mercado Central y del Colegio de Infantes, y luego subir la 10ª calle de la zona 1. Conforme había sido acordado con la familia de Rafa, al llegar a la 5ª avenida frente al Liceo Francés, estaban los papás de este último, y para una agradabilísima sorpresa de Mauricio, se hacían acompañar de sus hijas mujeres, entre ellas Brenda, quien cautivó con su sonrisa la mirada de Mauricio, para almorzar todos juntos en el CAFÉ DE PARÍS, lugar famoso por la venta de sándwiches, hamburguesas y hotdogs. Sudorosos, los jóvenes cucuruchos se despojaron por unos minutos de sus túnicas, y las doblaron cuidadosamente, mientras bebían una refrescante gaseosa “Naranjita” y comían un reparador almuerzo.

Reincorporados los penitentes a su recorrido, la Procesión llegó al crucero de la 10ª calle y 1ª avenida de la zona 1. Otro hecho notable llamó poderosamente la atención de Mauricio, esta vez médicos, enfermeras y sobre todo pacientes de dicho Centro Asistencial, cantaban al paso de la procesión, un canto de “Perdón”, indudablemente los últimos pidiendo con mucha devoción por su salud. Nuestro personaje nunca olvidó este detalle.

Y aunque en un principio, el considerable peso de las “andas josefinas” hizo que Mauricio se doblara, al escuchar los redoblantes y la marcha que interpretaba en el turno número CUARENTA Y CINCO la banda de música, y de reojo ver la atención y especial devoción de los asistentes al cortejo, el momento le hizo experimentar un sentimiento tan especial que difícilmente se puede describir en palabras: una mezcla de alegría, sano orgullo, emoción, pero sin duda alguna, ahora entendía por qué llevando sobre sus hombros las andas, se puede estar más cerca de Dios. Concluyó el turno y la Procesión llegó al Parque Central, cerca de las cinco y media de la tarde. Ya cansados y con pies adoloridos luego de fatigosa jornada, pasaron frente al Portal del Comercio, la Catedral, El Palacio Nacional y el Parque Centenario, cayó la noche y nuestro grupo de cuatro valientes jóvenes cucuruchos, apreció el inicio de la iluminación artificial del mueble; a la distancia continuaba la procesión de la Virgen de Dolores, notablemente acompañada por un grupo numeroso de damas. El cortejo empezó su descenso por la 5ª calle en busca de su templo, y alrededor de las ocho de la noche, al pasar a un costado del templo de la Merced, lugar previamente acordado con el papá de Rafa, este les hizo la clásica señal para que se quedasen en dicha esquina, donde tenía estacionado su vehículo que los trasladaría de regreso a casa.

Se santiguaron al paso de Jesús de los Milagros, y de la Santísima Virgen, cuyas imágenes estaban a pocas cuadras de retornar a su templo, y así se despidieron de ellas con la satisfacción del deber cumplido, Héctor Hugo, Rafa y Alex por un año más. Mauricio por primera vez. Con el frío de la noche y la severidad del cansancio y el dolor muscular, dentro del Land Rover, la pregunta fue unánime para Mauricio por parte de sus tres amigos, – BUENO Y QUÉ TE PARECIÓ ¿? – Mauricio simplemente mostró una amplia sonrisa.

El vehículo con sus tripulantes arrancó por la doce avenida y séptima calle, para virar y tomar rumbo a Jardines de la Asunción, bajo el cielo estrellado y la tranquilidad de la noche. Había concluido el Domingo de Ramos…

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