Max Araujo
Escritor

De los escritores guatemaltecos que se exiliaron en México como consecuencia de la intervención armada de 1954, que puso fin al gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán, con quienes tuve una buena amistad fue con Mario Monteforte Toledo y Otto Raúl González. Supe de este último cuando leí por primera vez su poemario “Voz y voto de geranio”. Un libro escrito en su juventud en los años cuarenta del siglo pasado que impactó en el medio social y literario de Guatemala. Con otros, Tito Monterroso, Carlos Illescas, José Luis Balcárcel, mi relación fue menos constante. A Raúl Leiva y a Luis Cardoza y Aragón nos los conocí. De don Luis tuvimos los participantes al Congreso Centroamericano de Escritores, que se celebró en el Paraninfo Universitario, ahora Centro Cultural de la Universidad de San Carlos, situado en la segunda avenida del Centro Histórico, un saludo que nos envió con Eraclio Zepeda, – quien encabezó la delegación mexicana que asistió-. Tengo también de él un ejemplar del libro “El Rio, novelas de caballería”, con una dedicatoria a mi persona, que me hizo llegar por medio de Marco Vinicio Mejía, quien lo visitó en una ocasión, en su casa de Coyoacán en México. Vivienda que según me contaron fue diseñada por Amerigo Giracca imitando un ambiente antigüeño.

Con Eraclio Zepeda tuve mucha cercanía. Lo vi en París en el 2001, cuando en representación del Ministerio de Cultura y Deportes asistí a una de las reuniones del Comité Jurídico de la Unesco, entonces se preparaba la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial en el 2001. En el 2003 emití el voto favorable de Guatemala para la emisión de la misma. En ambas ocasiones sostuve reuniones con Amos Segala, encargado de la colección Archivos de la Unesco. Colección que se inició con el archivo personal de Miguel Ángel Asturias. Segala fue secretario de este autor guatemalteco. Nuestro país fue uno de los patrocinadores de esa colección de autores iberoamericanos, en los que se incluía, con las obras seleccionadas textos críticos a las mismas, realizadas por expertos. Se caracterizó por la calidad de sus ediciones y de sus publicaciones.

 

A Otto Raúl González lo traté la primera vez en uno de los encuentros entre intelectuales guatemaltecos y chiapanecos que se celebraron en San Cristóbal de las Casas. Lo primero que me preguntó es si yo era pariente de unos de sus grandes amigos, Osmundo Garcia Araujo, papá de los dueños de la imprenta Papiro, en la que se publicó libros de autores nacionales. Le indiqué que no lo conocía, que solo había escuchado su nombre. Conversé con él meses después con ocasión del congreso de literatura, del que hablé antes, cuando Enrique Augusto Noriega, otro de sus grandes amigos, y papá del poeta Quique Noriega, me invitó para que cenara con ellos en su casa de la zona tres. Fue la primera visita de Otto Raúl a Guatemala después de su exilio en México. Lo más cercano que había tenido antes fue un paso fugaz por el Aeropuerto La Aurora en un viaje hacia Nicaragua, después de la revolución sandinista. Disfrutó con nostalgia una vista aérea de la geografía de Guatemala y de una mirada lejana hacia las montañas que por el oriente custodian a la ciudad capital. Contó que tuvo sentimientos encontrados

Posteriormente a la cena en la casa de los Noriega, dos días después, al final de una jornada del mencionado congreso, nos tomamos unos tragos con él, con Marco Vinicio Mejía y mi comadre María Eugenia Muñoz Talomé, en el bar el Góspel, que se encontraba en la sexta calle de la zona uno, entre tercera y cuarta avenida. Esa noche se inició la relación sentimental entre Mejía y Muñoz que los llevó a su casamiento; matrimonio que terminó con la muerte trágica de María Eugenia, y de una de sus pequeñas hijas, en una finca de su propiedad ubicada en Escuintla. Ella fue una excelente maestra en el colegio Monte María y en la Universidad Rafael Landívar, en donde yo la conocí. Dejó muchos recuerdos entre sus exalumnos y entre quienes fuimos sus amigos.

A Otto Raúl se le otorgó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en 1990. Con ocasión del acto de entrega yo le fui a buscar, a él y su esposa, Aidé Maldonado, para transpórtalos en mi vehículo a la casa donde se hospedaban, propiedad de la familia Caniz, situada en la avenida Hincapié, zona trece, ciudad de Guatemala, en donde también está la sede de la empresa de transportes que lleva el apellido de sus dueños, especializada en carga de bienes muebles, entre ellos del patrimonio cultural tangible. La mujer del propietario era hermana de la de González. En ese momento era Ministra de Cultura y Deportes Marta Regina de Fahsen. Ella, unos años antes hizo su tesis de graduación como licenciada en letras en la Universidad Landívar con un estudio sobre la poesía de Otto Raúl.

 

A Aidé mi familia la recordaba porque de joven fue maestra en San Pedro Sacatepéquez, Guatemala, lo mismo que al papá del expresidente Alfonso Portillo. Ellos, con otros personajes de la vida nacional fueron maestros de educación primaria siendo jóvenes, en las cabeceras municipales de la región de la que somos los Araujo, algunos Ruices y Garcías, los apellidos de mis ascendientes.

El acto de entrega del Premio Nacional de Literatura se realizó en una ceremonia con pocos invitados, en la casa presidencial. Fue el Presidente de la República, Marco Vinicio Cerezo, quien le impuso la orden. Editorial Cultura publicó las memorias del galardonado con el título de “Caminos de ayer”

De mis encuentros con Otto Raúl recuerdo cuando con William Lemus, en 1998, fuimos invitados para un evento de literatura en Tuxtla Gutiérrez, al que viajamos en avión de Guatemala a la ciudad de México y de esta a Chiapas y en sentido contrario. González nos puso en contacto con Carlos Illescas, quien residía en la capital de México, lo que generó que este escritor viniera a nuestro país después de su salida en 1954.

A Illescas le habíamos conocido años antes en uno de los encuentros Chiapas –Guatemala organizados por autoridades y entidades de cultura de ese Estado–. En nuestra plática con Carlos, en su casa, en donde fuimos recibidos por él y uno de sus hijos, surgieron preguntas y respuestas, así como anécdotas, algunas muy graciosas. Descubrimos en esa ocasión que con Lemus pertenecíamos a una generación puente, entre la de Illescas y los jóvenes que estaban detrás de nosotros. La visita breve, planificada por la familia de Carlos, por encontrarse él en cama, por una intervención quirúrgica reciente, se convirtió en toda una tarde, matizada por una botella de tequila que nos ofreció el visitado, y la música de guitarra que uno de sus hijos tocó en algunos momentos. A nuestra despedida le ofrecimos hacer gestiones para que visitara Guatemala, pues tenía ese deseo, dado que ya se había firmado la paz que puso fin al conflicto armado. El hijo, que había estado presente en el encuentro, muy agradecido nos indicó que le habíamos dado una gran alegría a su padre, pues le habíamos traído “su Guatemala”, la que él amaba.

A nuestro regreso hicimos gestiones en la Embajada de México, quienes pagaron el pasaje de ida y vuelta de Illescas de México a Guatemala y viceversa, y ante el Ministerio de Cultura y Deportes, quien le otorgó, por medio de sus autoridades en ese momento, Arquitecto Augusto Vela y Carlos Enrique Zea, la Orden Miguel Ángel Asturias -del mismo nombre del premio nacional de literatura, lo que causa confusiones-. Recuerdo que lo recibimos con Lemus y con Quique Noriega en el Aeropuerto La Aurora. Lo primero que nos solicitó fue que lo lleváramos a comer una enchilada guatemalteca, lo que hicimos en cuanto se dejó arreglado su alojamiento en el hotel Conquistador. Lo llevamos a “Los Antojitos” de la Calzada Roosevelt.

En los días de su estadía en Guatemala Illescas pudo visitar a familiares y amigos, sobre todo a algunos de la generación del cuarenta. El Ministerio de Cultura le organizó una visita a Tikal. Fue una estadía muy especial para Illescas. Meses después de esta visita Carlos falleció.

Otro hecho que recuerdo de Otto Raúl González fue cuando me invitó en 1990, cuando Chiapas le otorgó la “Orden Nacional Jaime Sabines” por su obra “El conejo de las orejas en reposo”. Viajamos para ese evento con Lourdes Chávez y su novio de ese momento, un muchacho de apellido Arce, quién hizo de piloto, en el vehículo de esta amiga. Ella era vicecónsul de México en Guatemala. Fue un memorable viaje por tierra. Ingresamos a Chiapas por Tapachula, lo que me permitió conocer caminos que desde el sur llevan a los altos de dicho Estado. En ese evento fortalecí mi amistad con escritores e intelectuales de Chiapas.

Entre los hechos que recuerdo de ese viaje fue que una de las noches en Tuxtla amanecimos con Otto Raúl y tres escritores mexicanos. En mi caso fui un oyente de discusiones que entre ellos se dieron sobre la obra literaria de Octavio Paz. Pude comprobar la estima y el casi odio a ese autor por sus ideas políticas más que por su obra literaria. A pesar de las discusiones la sangre no llegó al río.

Lourdes Chávez estudió la carrera de letras en la Universidad Rafael Landívar, y militó en movimientos culturales y literarios a fines de los años ochenta en Guatemala. Es recordada por quienes compartimos con ella su amistad y sus afanes. Es madrina de uno de los hijos de Paco Morales Santos.

Otro recuerdo que tengo de mi amistad con Otto Raúl y su familia, fue cuando después del retorno que en 1990 tuvimos, con Fernando Cifuentes e Irene Piedrasanta, de la Feria del libro de Guadalajara, en donde montamos un stand con libros de Guatemala, nos hospedamos por tres días en su casa de habitación, ubicada en un barrio de la periferia de la ciudad de México. Fuimos atendidos con cariño y fraternidad, por él, su esposa y uno de sus hijos.

Con Cifuentes viajamos a esa feria en un vehículo del Ministerio de Cultura y Deportes. Fue nuestro compañero hasta la ciudad de México el abogado Otto Marroquín, quien años después fue magistrado de la Corte Suprema de Guatemala. Antes estuvo exiliado en Chiapas. A nuestra llegada a esa ciudad nos recibió González, quien nos invitó para que a nuestro regreso de Guadalajara nos hospedáramos en su casa. Así lo hicimos. Irene hizo los viajes por avión.

En una de las estadías de Otto Raúl en Guatemala, tuvo que ser a principios a mediados de los noventa del siglo pasado, recuerdo el almuerzo que le ofrecimos varios amigos, con comida típica, en la casa de la crítica literaria Lucrecia Méndez de Penedo, en la colonia Mariscal, zona 11, muy cercana la casa museo Flavio Herrera, ocasión, en la que ella por sus compromisos de trabajo, a pesar de ser excelente cocinera, no pudo a hacer la comida, por lo que le pedí a mi madre que nos hiciera, para esa ocasión, un pepián y unos frijoles volteados con manteca de cerdo. Con Otto Raúl pasamos por nuestra casa a traer la comida. Esta fue un éxito. Se limpiaron los platos literalmente.

 

La última visita de Gonzales a Guatemala, en 2006, apenas le pude saludar. Ya lo transportaban en silla de ruedas. La Universidad de San Carlos le dio un homenaje que se celebró en el MUSAC. Se llenó el salón principal. Falleció en junio del 2007. Tenía 86 años.

Otto Raúl fue consecuente con su forma de pensar. Un escritor de casi todos los géneros literarios. Dejó una extensa obra. Fue merecedor de muchos reconocimientos, órdenes y premios. Nunca dejó de fumar cigarrillos ni de tomar licor. En broma decía que esto era el que le daba salud.

PRESENTACIÓN

Otto Raúl González es uno de los escritores más sobresaliente de la literatura guatemalteca del pasado siglo XX.  Aproximarnos a la figura del poeta es un imperativo si se quiere ya no solo conocer su vena literaria y sensibilidad estética, sino el carácter de testigo de la época convulsa que le tocó vivir.  Nadie mejor para conseguir ese propósito que introducirnos a través de la propuesta de Max Araujo.

Nuestro conocido colaborador, figura infaltable también de la gestión cultural del país, nos acerca a un Otto Raúl que tradujo la pasión por Guatemala a través de sus publicaciones.  Así, el trazo humano conseguido por Araujo constituye la puerta de entrada a la lectura del poeta amante de las letras y permanentemente exiliado.

Lo invitamos a la lectura de nuestra edición, disfrutando de uno de los textos del vate:

Amé su cuerpo entonces y su alma.
Su piel fue para mí la tierra firme;
la soñé como un sexto continente
no registrado en mapas todavía.
Soñé con la bahía de su boca.
Su pelo era una selva virgen
que abría su misterio mineral y oscuro.
soñé con las ciudades de sus pechos.
Los ríos de las venas que afloran en su piel
eran rutas abiertas
a la navegación y al gozo.
Se podía viajar en su mirada.
En las blancas llanuras de sus manos
yo cultivé el maíz y buenas relaciones.
Después, no pude estar sino en su cercanía.

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