Feuerbach

Ludwig Feuerbach (1804-1872) es uno de los grandes críticos de la religión. Para Feuerbach, la religión no es otra cosa que una creación humana. Pero esta creación no es un invento arbitrario ni un mero «engaño sacerdotal» destinado a estafar al pueblo. La religión es algo más importante: es una alienación de la esencia humana. En religión el hombre se enajena, pero esta enajenación es justamente la expresión de lo más grande y valioso que hay en el ser humano. La sabiduría, la libertad, la generosidad, el poderío, siendo atributos que en realidad pertenecen a la especie humana, son puestos por el hombre en un ser trascendental al que llaman Dios. Con esto, el hombre se empobrece, engrandeciendo a la divinidad. Para Marx, que fue hondamente influido por Feuerbach, esta crítica es muy valiosa, porque permite explicar cómo el hombre, en una situación de explotación y de miseria, busca realizar en el mundo celestial su verdadera esencia humana, en lugar de realizarla en la historia. (*)

* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.

La religión, al menos la religión cristiana, es la relación del hombre consigo mismo, o mejor, con su ser esencial; pero una relación con su ser como un ser indiferente. El ser divino no es otra cosa que el ser humano, o mejor, que el ser del hombre separado de los límites del hombre individual, es decir, real y corporal; y objetivado, esto es, contemplado y adorado como otro ser distinto de él. Por esto todos los atributos de ser divino son atributos de ser humano. (…).

Para enriquecer a Dios, el hombre debe hacerse pobre; para que Dios sea todo, el hombre no debe ser nada. Pero no tiene ninguna necesidad de ser algo para sí mismo, puesto que todo lo que él se quita, no se pierde en Dios, sino que se conserva (…). Todo lo que se sustrae a sí mismo el hombre, todo aquello de que se priva, goza por ello en Dios una medida incomparablemente más alta y más rica. (…)

La religión es la actitud del hombre para con su ser -en eso reside su verdad y fuerza moral salvadora-; pero para con su ser, no como el suyo, sino como otro ser distinto de él y aun opuesto, y ahí reside su falta de verdad, sus límites, su contradicción con la razón y con la moral: ahí la fuente funesta del fanatismo religioso, ahí el principio metafísico de los sangrientos sacrificios humanos. (…)

Nuestra actitud para con la religión no es, pues, una actitud negativa, sino crítica; lo único que hacemos es distinguir lo verdadero de lo falso, aunque, ciertamente, la verdad contra distinguida del error es siempre una verdad nueva, diferente esencialmente de la antigua. La religión es la primera conciencia de sí del hombre. Santas son las religiones, precisamente porque son la tradición de esa primera conciencia. Pero lo que para la religión es lo primero, Dios es (…) lo último, pues Dios no es más que la esencia del hombre objetivada a sí mismo. Y lo que es último, el hombre, debe por lo mismo, ser puesto y proclamado como lo primero. El amor al hombre no debe ser un amor derivado, hay que hacerlo un amor originario. Sólo entonces resulta el amor una fuerza verdadera, santa y segura. Si el ser del hombre es el ser supremo del hombre, también en el orden práctico la ley suprema y primera debe ser el amor del hombre al hombre: Homo homini Deus est (el hombre es Dios para el hombre): he ahí el viraje de la historia del mundo.

(Tomado de la Esencia del cristianismo, 1841)

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