Catalina Barrios y Barrios
Escritora e Investigadora

Camino por las calles para estar cerca del pueblo. Comparto la opinión de John Hammock de la Universidad de Oxford en que “Cualquier persona, en dos o tres días ve la pobreza en las calles de Guatemala”. Vivimos con grandes diferencias sociales. Ancianos barren las calles, niños lustran los zapatos, ancianas venden frutas en las aceras las que la policía tira al suelo por falta de pago municipal.

Alguien me pregunta la dirección del “crematorio de música”. Un señor me comenta que hay sol en la mañana porque ya se inició la “clavícula”. Un borrachito me pide “pisto” como no le doy me insulta. Un joven, casi un niño me pide colaboración, me agradece y se despide con un “Dios te acompañe”. Cruzo una esquina y encuentro a dos jóvenes drogados, pienso que me asaltarán, pero no, me invitan a pasar con un “Dios vaya con vos”.

Mientras una amiga dice que ellos son una lacra, conmueve, ellos solo dejan su vida en las manos de Dios. Un campesino se acerca, lo acompaña un niño, como nota mi desconfianza me aclara que viene de una aldea y le urge llamar por teléfono a un pariente, pero no sabe cómo hacerlo, antes de darme el número me pregunta si sé leer para darme su documento de identificación, como no le respondo sino le pido el número para hacerle la llamada el niño comenta que medio vergüenza decir que no sé leer.

Enferma de la garganta voy a la farmacia, perdí la voz, encuentro a dos niños y me preguntan por la hora, como no me escuchan les muestro mi reloj para que lo vean y se dicen “esa tiene reloj y no lo sabe”. En una acera unos niñitos juegan de pronto uno de ellos se me acerca y me dice “Adiós mi reina” y como yo le respondo “adiós mi rey” sus amigos se burlan y el niño se pone a llorar.

Necesito atravesar la avenida, pero un motorista me lo impide bruscamente, pasan otros a gran velocidad, luego una radiopatrulla, un carro blindado donde viaje el presidente de la república, atrás un vehículo con hombres vestidos de negro, y otro con hombres uniformados, pasarán cerca de una esquina donde unos niños descansan en los arriates porque no tienen cama para dormir.

Regreso a mi casa, leo los periódicos y me entero de que el gobierno solicitó la sede para la conferencia del cambio climático a desarrollarse en noviembre del 2019 y que costará a Guatemala cien millones de dólares. Seguramente, digo yo, esta conferencia se realizará dentro de una ciudad situada, en cuyas calles yo no podré caminar pues serán prohibidas para peatones.

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