Trudy Mercadal
Investigadora social

A estas alturas, ya sabemos cómo es que va la cosa: la gente comienza a anunciar, en oleada cada vez más creciente, sus resoluciones para el año venidero. En consecuencia, sentimos la presión, también, de generar resoluciones (por irreales que sean) y anunciarlas. A lo mejor hasta nos la creemos, por un ratito al menos, que las vamos a cumplir. También es posible que creamos que hemos llegado a nuestras resoluciones de manera independiente y que estas son muy originales. Y bueno, no es cosa de negar que, técnicamente, es cosa buena eso de ponernos metas para mejorar nuestra vida, aunque para eso no necesitamos de una fecha en especial. Más aún si recordamos que fechas como Navidad, Año Nuevo, fiestas patrias y demás, son más o menos arbitrarias y han cambiado a través de la historia dependiendo de quién determina el calendario que se usará durante algún período histórico. Para mejorar nuestra vida, si realmente estamos determinados a hacerlo, cualquier momento es bueno. Aun así, hacer una revisión a ojo de pájaro de las resoluciones que hacemos es muy ilustrativo, pues estas son representativas de quienes somos como personas y como cultura. La mayor cantidad de resoluciones, según varios estudios estadísticos, gira alrededor de vivir más saludablemente, perder peso, hacer más ejercicio, aprender algo nuevo, viajar, leer más o ahorrar, entre otros. De hecho, de acuerdo con un sondeo por la empresa Inc. Report (2019), aproximadamente el 70 por ciento de resoluciones de año nuevo son comer más sano. Son, sin embargo, ideas muy generales y amplias, sin un plan específico de acción. El hecho es que son metas a demasiado largo plazo, pues un año es un período extenso para una resolución sin planificación, es decir, sin horarios y fondos agendados para la resolución, sin mojones establecidos para monitorear el progreso. Por ende, paramos tirando la toalla una y otra vez. Pero ¿saben quién sí se beneficia de esta oleada de resoluciones de año nuevo? ¡El mercado! Las empresas en las industrias de la dieta, nutrición y “fitness” (gimnasios, spas), métodos para dejar de fumar y viajes, entre otros, generan muchas ventas del fenómeno de las resoluciones de año nuevo. Por poner un ejemplo, como es bien sabido, las personas compran promociones y ofertas de membresías de un año entero en un gimnasio, pero solo usan una pequeña porción de la promoción, aunque la hayan ya pagado, pues si están asistiendo como resultado de una resolución de año nuevo, al rato dejan de asistir. ¿Por qué sucede esto? Me parece que está relacionado a caer en optimismos intensos, pero mal cimentados. En épocas más prósperas y en países como Estados Unidos, aproximadamente 60 por ciento de las resoluciones no se cumplen para nada. Aunque estos estudios no son sobre Guatemala, imagino que aquí los resultados serán similares o, incluso, mayores, porque en Guatemala se gana menos y, culturalmente, carecemos de menos disciplina para planear y lograr metas a largo plazo. También tiene que ver, en muchos sentidos, con ser relativamente privilegiados, con tener razones para tener esperanzas de invertir en lograr resoluciones que incluyan comprar membresías a gimnasio, productos para dejar de fumar, estudiar, viajar, etc. La mayoría de gente en situación de pobreza, que vive al día, que no se siente en control de su futuro y de sus circunstancias, seguro mira el futuro con temor, como un eterno sobrevivir de cada día y con bastante desesperanza de que les depara el año nuevo. La realidad, según estudios diversos, es que las metas que más funcionan son las de corto plazo, no solo porque son más fáciles de lograr, sino porque al irlas logrando, se va cimentando lo que se llama popularmente “auto estima”, en este caso, el darse cuenta de que lograr las metas inmediatas es posible y la persona va así, de a pocos, sintiéndose más motivada y extendiendo sus metas a temporalidades más realizables. Entre las más alcanzables, las más sostenibles en el tiempo, son tales como gastar menos en comprar cosas que se pueden hacer en casa (comida y café, por ejemplo), reunirse con amigos o amigas cercanos más a menudo, o sea, cosas muy específicas con plazos que pueden ser cortos y constantemente renovables y que, en general, no requieren de gastar (y, a la larga, desperdiciar) mucho dinero. De hecho, una gran cantidad de estadísticas muestran que con acciones como cocinar en casa, se pierde peso casi automáticamente y mejora la salud. La gente que se encuentra contenta consigo misma y los suyos, siente menos presión de gastar en bobadas. Este tipo de resoluciones, claro, no le convienen al mercado, pues el capitalismo se sustenta de que gastemos en cosas innecesarias. Estamos atravesados por el capitalismo y sus imperativos de consumo. No puede ser sino bueno resolver desabonarnos de esos modos de ser. Sin embargo, la cultura tecnocrática típica del capitalismo neoliberal, exacerba el fenómeno de las resoluciones para año nuevo. Estas se han convertido en una especie de acto performativo, es decir, algo para plasmar en las redes sociales, para alardear, cuyo propósito es sustentar el ego. La verdad es que, a muchos de los usuarios de redes que leen estas resoluciones de los demás, les interesa poco. Una de las formas por las que se sabe esto, es por sondeos a los usuarios sobre si recuerdan las resoluciones de sus amigos y resulta que la mayoría de gente olvida pronto las resoluciones de los otros. Aún así, el hecho de que sus conocidos publican resoluciones, incita a hacerlo también. Y como todo en las redes, toma efecto de cámara de eco, de amplificación, y la gente replica versiones de las nociones que inundan los medios, pero nadie pone atención real a los demás. El fenómeno de las resoluciones ha sido hábilmente cooptado por el mercado, por industrias que sacan ganancia de estas. En revistas y periódicos entrevistan a celebridades y les preguntan sus resoluciones de año nuevo. Abundan encabezados como “Las 10 resoluciones de año nuevo más populares”, “Como lograr cumplir con sus resoluciones de año nuevo”, “Resoluciones de año nuevo que inspiran” y, para aquellas personas que no caen en lo de las resoluciones, “Porqué hacer resoluciones de año nuevo”. Hasta a otras empresas empujan con esto. En un artículo titulado “9 resoluciones de año nuevo para la pequeña empresa”, se recomienda capacitar a los empleados, mediante contratar empresas que provean capacitaciones; mejorar la presencia digital, que implica invertir en sistemas móviles que habiliten la presencia digital; publicitar mejor y optimizar la huella tecnológica, todo lo cual implica, de alguna manera, mayor inversión y gasto. Repito, sin embargo, que no es que sea malo resolver mejorar nuestra vida y superarnos como personas. De hecho, es posible que enfrentemos cambios en esta dinámica. La pandemia del Covid-19 ha tenido profundos efectos económicos y culturales. En esta encrucijada de impacto económico y cultural, se ha dado una depuración de cómo gastamos—en parte, porque ahora convivimos menos en el ámbito público y hay menos fondos para hacerlo. Será interesante ver si hay cambios en el fenómeno de las resoluciones de año nuevo. ¿Se abocará la gente a una visión más colectiva y solidaria del quehacer de la vida a futuro? ¿Una más activa participación ciudadana e involucración humanitaria? ¿Menos gasto y mayor creatividad? O, como nos incitan el mercado, los medios y los gobiernos, ¿volveremos a un vaivén esquizofrénico entre “la nueva normalidad” y el mismo individualismo consumista de siempre? El tiempo nos dará la respuesta. Vale la pena tener en mente la conclusión del sociólogo e historiador David N. Bellah, quien determinó que cada ser humano se define por los compromisos personales que hace en su vida y que estos compromisos, sean cuales sean, serán inevitablemente políticos, aunque no lo parezca a simple vista. Es decir, nuestras decisiones personales, tienen a la larga un impacto social. Esto, por ejemplo, lo evidencian fenómenos como la acelerada destrucción del planeta. ¿Serán, entonces, estas nuevas resoluciones, más que decisiones efímeras, compromisos para el bien común? ¿Compromiso hacia la intolerancia para la corrupción política y la injusticia social? ¿Para inclinarnos hacia el enriquecimiento intelectual, espiritual y comunitario? ¡Ojalá! Fuentes: “New Year’s Resolutions Don’t Work” (C. Anagnos, Foundation for Economic Education, diciembre 2019), Habits of the Heart: Individualism and Commitment in American Life, (D.N. Bellah, 2007)


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