Juan Alberto Sandoval

Escuela de Historia

Universidad de San Carlos de Guatemala

 

 

En el ciclo mayor de la Navidad, las tradiciones y devociones populares dedicadas a los Tres Santos Reyes Magos en Guatemala, tienen su origen en los diferentes procesos que se desarrollaron en torno a la primitiva evangelización y la incorporación, violenta o sutil, de los nuevos conversos a la estructura filosófica y doctrinal del cristianismo, en la cual, el arte en todas sus manifestaciones fue determinante. La producción artística procedente del periodo de la dominación hispánica, relacionada con esta temática, nos da los primeros indicios. Al hacer deducible el arte regional mesoamericano, en las ramas de la pintura y la escultura, dejando para otros estudios la bastedad de ejemplos en los campos de la música, las danzas el teatro y la literatura, podemos afirmar que las primeras representaciones plásticas con este tema fueron creadas para integrar los retablos para vestir templos y conventos, a partir de la segunda mitad del siglo XVI. A guisa de ejemplo podemos citar las obras que forman parte de las colecciones estatales en las iglesias y museos de Guatemala, las cuales son producto del intenso intercambio artístico entre el virreinato de La Nueva España y la Capitanía General del reino de Guatemala, realizadas por los pintores barrocos mexicanos Cristóbal de Villalpando, Pedro Ramírez, Juan Correa y Miguel Cabrera, por mencionar algunos nombres que brillan rutilantes en el firmamento de las artes hispanoamericanas las cuales aún se exponen en la Catedral Metropolitana sede de la Arquidiócesis de Santiago de Guatemala en La Nueva Guatemala de la Asunción y el Museo de Arte Colonial de La Antigua Guatemala, Sacatepéquez. Por otra parte, en los monumentales retablos que se conservan en los templos de las ciudades del valle central de México, cuyos habitantes llegaron a nuestro suelo formando parte de las falanges de los españoles que conquistaron y sojuzgaron la región, podemos apreciar, entre las escenas de la representación de la natividad de Jesús, dos que son fundamentales, siendo éstas la Adoración de los Pastores, que se encuentra colocada, por orden cronológico, sobre la “calle” de la Epístola, es decir a la izquierda del mueble y en la “calle” del Evangelio, a la derecha, la Adoración de los Tres Santos Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltazar. Estas dos epifanías estuvieron siempre presentes en los retablos que vistieron los templos de las ciudades europeas y las de las colonias españolas a ultramar, en el continente americano, particularmente y con mayor énfasis, en las ciudades virreinales de México y el Perú. En Puebla de los Ángeles, México, ornando una de las naves procesionales del templo del convento franciscano de San Miguel Arcángel de Huexotzingo, existe una obra que presenta la escena de la adoración de los tres Reyes magos, probablemente de finales del siglo XVI, atribuida al pintor Baltasar de Chávez Ório (1548-1620) llamado Echave “El viejo”, cuya observación directa del original por parte del autor en el año 2016 , motivó este ensayo. Aparece también un trabajo de similares características a la obra angelopolitana en el templo de San Bernardino de Xochimilco, cuya referencia se agradece a la periodista e investigadora mexicana Isabel Aquino Romero, vecina de la ciudad de San Luis Huamantla, Tlaxcala, quien amablemente me compartió la referencia documental del Instituto Nacional de Historia de México, en ella la autoría de la obra se atribuye al artista Simón Pereyns, quien pudo haberla realizado en el año de 1584. Ambas “adoraciones” o epifanías tienen singular importancia en la celebración de los misterios relacionados con el nacimiento del niño Jesús, tema central del ciclo de la natividad, la primera por ser la realizada por el pueblo judío significado en los pastores de Belén y la segunda, la de las naciones de la gentilidad, en clara alusión a la adoración de los Tres Santos Reyes Magos procedentes de Asia, Europa y África, el mundo conocido en esa temporalidad, haciendo énfasis en el pensamiento teológico de la época, que gustaba de contraponer las dos manifestaciones. En las obras pictóricas referidas no hay ninguna novedad iconográfica ni alguna sutileza que las impregne de originalidad, como sucederá posteriormente a partir del siglo XVII. Podemos inferir que esta situación obedece a que el tribunal de la Inquisición no hubiera permitido ningún cambio en las composiciones artísticas, agregado a que la mayoría de pintores novohispanos mexicanos al igual que los santiaguinos en Guatemala, tomaron como modelos, sin ser posible ninguna alteración, los dibujos y grabados europeos, los cuales llegaron desde las cortes españolas al Puerto de la Veracruz en México y en consecuencia desde allí a Guatemala, para ser entregadas a los obispos quienes los distribuyeron entre los artistas locales residentes en sus prelaturas, sirviendo estos diseños como la base para la producción de las obras de arte con temas religiosos relacionados con la vida de Jesús, la Virgen María y de los Santos en los distintos misterios de fe, inspirados en fuentes hagiográficas de gran impacto en el mundo de la plástica occidental, tales como la leyenda Dorada Medieval de Santiago de la Vorágine, los evangelios apócrifos y los canónicos. Ya en el siglo XVII, a pesar de la vigencia de la real disposición vigilada por la iglesia y el Santo Oficio, los artistas locales sacan partido del carácter popular de la escena, de los contrastes que ofrecen las rusticas vestimentas de los pastores y lo ampuloso de los atuendos de los Tres Santos Reyes Magos, el esplendor de sus finos brocados, la riqueza exquisita de sus joyas y de los presentes onerosos para el niño Dios, encerrados en finos cofres, y sobre todo, el tipo aristocrático de los santos adoradores visitantes del recién nacido Rey de reyes, personalizando con ciertos detalles y genialidades su trabajo. No se puede dejar de citar las dos magnificas “Adoraciones”, obras de Cristóbal de Villalpando, realizadas en la segunda mitad del siglo XVII, que se encuentran expuestas en la pinacoteca de la Iglesia de San Diego, en México, y que forman parte de los catálogos del pintor, cuyo trabajo fue el más numeroso y prolijo en el intercambio entre ese país y Guatemala, siendo posible apreciar en el acervo del Museo de Arte Colonial de La Antigua Guatemala y el templo de San Francisco El Grande de La Nueva Guatemala de la Asunción, una muestra de su extraordinaria calidad artística en las obras que integran la Serie de “La vida de San Francisco”, piezas autógrafas y fechadas, la mayoría, en 1692. En beneficio del Maestro Villalpando, debe mencionarse que una de las innovaciones que imprime en su obra, consiste en incorporar en la composición de las pinturas relacionadas con la Natividad, un “foco” de luz que ilumina al grupo de personajes, brotando los rayos del cuerpo del niño Jesús recostado en el pesebre, irradiando un resplandor que delinea y enfatiza las figuras de la Virgen María y San José, sacando de las sombras de la penumbra, las siluetas de los pastores y los tres Santos Reyes Magos. Este procedimiento empleado por Villalpando, impregna sus obras de un carácter especial y les confiere un cierto “encanto”, que las caracteriza, el cual es tomado para la realización de uno de los cuadros más importantes sobre este tema, como lo es “El nacimiento”, obra maestra de grandes dimensiones (6×3 metros), del Pintor novohispano del siglo XVII, Pedro Ramírez, “El Mozo”, autor de las pinturas de la Serie “La vida de la Virgen Maria” que se exponen actualmente en la nave central de la Catedral Metropolitana de La Nueva Guatemala la Asunción. La obra maestra de Ramírez, fue encargado para la Rectoría del Convento de Padres Bethlemitas, filial de la Orden hospitalaria fundada en Guatemala en el siglo XVII por iniciativa del ahora Santo Hermano Pedro de San José de Betancourth, difundida en las américas (Centro, norte, sur e insular) por Fray Rodrigo de La Cruz, su sucesor. La casa conventual Bethlemita que fue fundada en el virreinato de la Nueva España, con hospital anexo, funcionó en el crucero de las calles de Tacuba y Bolívar, en donde se conservan aún en la actualidad, parte de sus ruinas, lugar del que irradió, entre otras virtudes y méritos que le corresponden a la Orden Betlehemita y a su fundador, la difusión de la tradición de Las Posadas Guatemaltecas en la capital del vecino país y en consecuencia su irradiación a todo el territorio mexicano en sustitución de las misas de Aguinaldos, siendo enriquecidas con juegos y otras actividades lúdicas para infantes que coadyuvaron a la evangelización y enseñanza de la doctrina católica incorporando la quiebra de cerámica, ritual antiguo de los pueblos originarios, modelando piñatas de ese material pintadas convenientemente para atraer a los niños, decoradas con siete 7 picos que representan los siete pecados capitales. No era de extrañarse. En el lugar de origen de las posadas, La ciudad de Santiago de Guatemala, la procesión nocturna incorpora instrumentos de aliento y percusión creados por los antiguos músicos Mayas, complementados por otros de origen europeo y africano. Conociendo la forma y los medios por los que se introduce y se da a conocer la devoción a los reyes magos en Guatemala y su presencia a través del arte plástico, en lo relacionado a las tradiciones populares de su día, el 6 de enero, según estudios realizados por el Licenciado Mario Ubico Calderón, profesor titular de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos, el “Cambio de Varas”, en los primeros días del año, es decir la entrega del Bastón que simboliza la autoridad de los alcaldes y otros puestos de dirección local a las nuevas autoridades en los pueblos y ciudades del interior, fue motivo para vincular esta actividad a la festividad religiosa del día, la cual fue observada por el fraile dominico y viajero inglés Tomás Gage en la primera mitad del siglo XVII, según la descripción de su viaje por Guatemala contenida en su crónica de viajero, la cual refiere que “El día de los Santos Reyes, los alcaldes y todos los oficiales de justicia vienen también a rendir sus homenajes y a traer sus ofrendas a ejemplo de los santos reyes, porque ellos representan el poder y la autoridad del rey”. El Santo Hermano Pedro de San José de Betancourth, en su testamento, menciona que a mediados del siglo XVII, en el reino de Guatemala, se celebraba con fervor la festividad en torno a los Santos Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltazar, con una solemne procesión: “La víspera de los reyes, en memoria de la adoración que hicieron al Verbo Divino, se traen las imágenes de los Santos Reyes desde el convento de la Merced a esta casa de Belén, repitiendo a coros el Rosario”. En pleno siglo XXI, en la ciudad de México, la solemne y festiva procesión de la Entrada de los Reyes se registra sin interrupción saliendo de la Sede conventual de la Merced finalizando frente a las ruinas de la casa Bethlemita de esa ciudad. Como testimonio de la veneración del Santo guatemalteco, de origen Canario, sobre el misterio de la encarnación, los hechos anteriores y posteriores, en el escudo de la Orden Bethlemita aparecen representados los tres Santos Reyes Magos por tres coronas ducales en formación bajo la estrella luminosa de Belén que los guío hasta el pesebre del niño Jesús. Las festividades del 6 de enero tuvieron como principal sede la iglesia del pueblo viejo de San Gaspar Vivar, que se encuentra a tres kilómetros de la ciudad de La Antigua Guatemala, en las faldas del volcán de Agua, cuya fachada y altar mayor es presidida por las imágenes de los tres Reyes magos, recibiendo en aquel lugar especial veneración desde mediados del siglo XVI hasta la fundación del pueblo nuevo de San Gaspar de Vivar en la Nueva Guatemala de la Asunción, en el sector principal de la actual zona 8 de la ciudad capital, como parte de las normas del reglamento de traslación del rey Don Carlos III, después de ocurrida la ruina de la ciudad en 1773, entre los 13 pueblos que se ubicaron en la periferia a la ciudad de Santiago, trasladada a su nuevo asentamiento en el valle de la Ermita, se incluye el de San Gaspar Vivar, que se ubicó, a partir de 1777, en las afueras de la ciudad en las prominencias y declives del cerro y garita llamados “De Buena Vista”, a la orilla del antiguo Camino Real (La actual Avenida Bolívar, en las zonas 4 y 8, sector sur poniente de la ciudad). En este lugar se continuó realizando la fiesta de los Santos Reyes el 6 de enero de cada año, produciéndose verdaderas muestras de arte en torno a la danza y el teatro popular con sus dramatizaciones y desafíos. En cuanto al carácter de las festividad y su alcance, estas devociones se extendieron desde el espacio sagrado del templo hasta los espacios domésticos, trasladándose los rituales específicos y ceremoniales al dominio popular, que se convirtieron, con el paso del tiempo, en devociones públicas y privadas, cuyos ejercicios piadosos se prolongaron de uno a nueve días consecutivos previos la fecha de la festividad, con carácter de preparación o premonitorios, conmemorando las motivaciones y los momentos más significativos de la búsqueda de los tres hombres sabios que la tradición reconoce y su encuentro final con el niño Jesús recién nacido. Estos antiguos conocimientos quedaron plasmados en pequeños libretos de mano llamados “Novenarios” que fueron elaborados para tal finalidad, auspiciados por los mismos devotos, cuyos ejemplares fueron realizados en imprentas de La Nueva Guatemala de la Asunción a principios del siglo XIX, encerrando en ellos las oraciones, rezos, cantos y letanías transmitidas de generación en generación por las “rezadoras” conservándose las antiguas fórmulas. Aunque los embates liberales de finales del siglo XIX y la modernidad que afectó la vida citadina de los novoguatemalenses durante el siglo XX, que parecen olvidar la duración del ciclo que se extiende hasta el 02 de Febrero de cada año, el 6 de enero en el viejo barrio del Pueblo de San Gaspar, sigue siendo motivo de fiestas y ceremonias solemnes en torno a la imagen de la Inmaculada Concepción y la cansada, pero extasiada figura de los Tres Reyes que, conforme la tradición, ese día son “acercados” al pesebre del niño en el nacimiento de la casa, que ya sentado y vestido, recibe a tan ilustres visitantes durante el rezo del “Cabo de novena” amenizado con un armonio desvencijado y la voz destemplada de las “cantoras” del barrio, entre ponches y golosinas, como signo de la convivencia y socialización fraternal propia de esta época.

 

 

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