Daniel Alarcón Osorio
Académico Universitario
La filosofía es el discernimiento de la vida, de lo cotidiano, de lo real o de lo imaginario y que no se aprende en las universidades, donde además es asesinada la intuición y la creación.
Allí, se llega a coleccionar aforismos y sentencias, para luego dedicarse a lo que los loros vienen haciendo, sin menos pretensiones, desde hace miles de años, repitiendo lo mismo.
En el pensum de estudios no hay rastro de filosofía latinoamericana. Los alemanes, son el delirio, siempre y cuando queden fuera Marx y Brecht. Después de todo se le sigue rindiendo pleitesía a los nietos del nazismo, refugiados al norte de este simulacro de país.
El discernimiento lleva muchas horas de lectura y discusión, basado en la apropiación de la teoría, no como máscara o maquillaje de erudición humana y profesional. Pero, olvídenlo, acá no pasa nada de eso.
El maquillaje filosófico, promovido por profesionistas políticamente correctos en las instituciones educativas y culturales, no tiene límites desde hace mucho tiempo.
Observar la existencia de oenegés familiares que hacen de la filosofía y la literatura y la educación bajo el amparo de la hipocresía, mediocridad y corrupción institucionalizada, espacios para el decente ejercicio de la rapiña y la promoción secreta de «privatizar las aulas para que únicamente vengan quienes tengan un genuino deseo de estudiar».
Me correspondió ser la ponente en un seminario de Filosofía, para disertar sobre la Crítica de la razón pura.
Immanuel Kant escribió, además de otros títulos, la Crítica de la razón práctica.
No me detendré a dar explicaciones acerca de los libros de Kant, quizá se aburran antes de tiempo y terminen odiándome o se duerman, da igual, en estos tiempos.
Al seminario asistieron alrededor de 40 personas, un milagro en tiempos de «tendencias» y «memes» y «likes».
Con razón estudiantes y profesores hablan y caminan como seres inmensamente alejados de los demás, como pensadores contemporáneos, en plena catarsis, atrapados en su liberación narcisista.
Satisfactorio fue observar que no asistió el biólogo, entregado a la tarea de acabar el vino en los eventos académicos.
Inmediatamente después del seminario, guardé los apuntes (que no leí por respeto a la concurrencia), la letra y música de la canción Un ramito de violetas, brotó como botón de flor, trayendo recuerdos no gratos de mi vida en tiempos de casada.
Un asistente al seminario, en la puerta, me solicita la ponencia, que con gusto le entrego.
Esa canción, convertida en himno, me invitó a cerrar los ojos, respirar lento y evitar las holísticas lágrimas cuya integración de historia, espacio, tiempo, eventos, personajes, y cuyo aparecimiento son la crítica de la razón práctica ante el paso del tiempo en la historiografía de mi vida, que, en las poquísimas reuniones con amistades, tarareamos cuando el vino afloja el cuerpo y los recuerdos vuelven como premisa filosófica.
A los ocho días de concluido el seminario, cubículo 17, facultad de Filosofía y Letras, del vetusto edificio de repetición del conocimiento, donde por medio tiempo, laboro como profesora titular, jornada nocturna, un trabajador del área administrativa, conocido como Chicharito, por su afición al futbol mexicano, lleva un arreglo floral, específicamente, un ramito de violetas, y me las entrega.
El pensamiento crítico, la realidad, lo real, se convierten en las palabras que preguntan por el origen y motivo del envío de las violetas, hasta llegar al insomnio.
Por fortuna, estoy divorciada. Al no dar con el nombre del remitente, dejé las cosas como si nada estuviera pasando. Semana a semana, durante tres meses las violetas, sin conocer al personaje, no faltaron.
Pero esta vez, al terminar el período de clases y llegar a mi cubículo, me percato que alguien me espera. No lo conozco.
Me saluda y entrega un encuadernado con mi ponencia sobre Kant. Aprovecha para saber si los colores de las violetas han sido de mi agrado y me entrega la novela Los últimos días de Kant de Thomas de Quincey.
Percibo que un silogismo debe ser resuelto cuando me dice su nombre y su interés por conocerme, no de forma profesional, sino como mujer, con invitación a cenar al salir de la universidad.
Sospecho que, gracias a Kant, me espera una lectura de la crítica de la razón erótica.