Mario Roberto Morales
Miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española

Segunda Parte

Cara de Ángel, figura demoníaca y angelical al mismo tiempo, es un personaje que encarna las preocupaciones asturianas en el período en que nuestro autor construía su gran mural de la interculturalidad y la interetnicidad. Cara de Ángel es un adulador del Señor Presidente, le prodiga elogios, lo alaba, le miente en forma deliberada y sistemática porque ese mecanismo le garantiza su sobrevivencia en calidad de “favorito” del dictador. La figura de un personaje que le devuelve a otro —que por lo general se encuentra en una posición de poder— una imagen falsa de sí mismo para así asegurar la propia existencia y, eventualmente, causar la caída del personaje poderoso, es recurrente en la obra asturiana y su referente extratextual es la leyenda de Quetzalcóatl (o Cuculcán) y su “espejo humeante”, Tezcatlipoca.1 Como motivo asturiano lo encontramos primero en el Guacamayo saliva de espejo engañador, de las Leyendas de Guatemala, quien le miente a Cuculcán en forma pertinaz con el fin de mantenerlo contento y engañado en un espacio sin tiempo y en un tiempo sin espacio en el que sólo la apariencia es real, cuestión esta que valida la existencia del mismo Guacamayo como un ser cuya esencia es la apariencia (un ser-espejo). Cuando Cuculcán exclama: “¡Soy como el Sol!”, el Guacamayo lo corrige espetándole: “¡Eres el Sol, acucuác, eres el Sol!”.2 Igualmente, en “El rey de la altanería”, es Hablarasambla, el bufón, quien juega este papel, engañando al rey, que encuentra, de engaño en engaño, su perdición personal. La condición servil de bufón, de individuo sometido al poder pero que extrae del poder, mediante su manipulación, las ventajas del mismo aunque sea a costa de su propia dignidad, constituye un motivo constante en la construcción identitaria asturiana, caracterizada por una disglosia intercultural en la que los componentes del constructo sirven a la intención de proponer un sujeto popular interétnico como eje de la nacionalidad. Los juegos de transfiguraciones e interpenetraciones especulares de las que Asturias se vale para construir las historias de Mulata de tal ilustran claramente esta intencionalidad. El condicionamiento servil propiciado por el ejercicio omnímodo del poder lo desplaza Asturias de los individuos al pueblo, porque es en medio de las condiciones sociales y políticas concretas de su país (agobiado por las dictaduras militares) que él intenta forjar su construccionismo identitario, el cual va desde la propia asunción de sí mismo como sujeto mestizo (Leyendas), hasta la superación del conflicto político (Mulata), habiendo pasado por la mestización del pueblo (Hombres de maíz) y, antes de eso, por la toma de conciencia de la condición psicológica, social y política concreta de ese pueblo (El Señor Presidente, que es simultánea en su hechura a las Leyendas). Para explicarnos esta toma de conciencia acerca de la condición psicológica, social y política concreta de su pueblo en relación a la novela que nos ocupa, debemos empezar por preguntarnos, ¿cómo funciona el papel del bufón especular en esta lógica asturiana?

La obra que nos ocupa es, entre otras cosas, una exploración del poder como agresividad, identificación, narcisismo y objeto de deseo; y como significante arbitrario que da sentido a una sociedad: es decir, del poder como una realidad cuya mayor concreción la extrae de su mera enunciación.3 Es decir, de una validez en sí misma que ha sido socialmente impuesta como “significante flotante” o “punto nodal” que otorga sentido a todo el universo simbólico.4 Y, como tal, actúa como un superego traumatizante que cohesiona la sociedad a partir de la represión individual y colectiva de su verdad.5 Con ello, la dictadura se justifica mediante valores liberales como los de Justicia, Orden, Progreso y Paz. Al reprimir la verdadera naturaleza del poder (que consiste en que la Ley carece de Verdad y solamente posee “necesidad”), su ejercicio y su padecimiento comienzan a articular los objetos de deseo de los individuos precisamente porque éstos carecen de él, y los esclavos comienzan a admirar a los amos, a soñar en ser como ellos a fin de llenar su carencia, y empiezan a practicar en sus prójimos todas las maldades que aquéllos les aplican, para lo cual el único camino expedito es identificarse con los amos y servirlos, complacerlos, divertirlos, humillarse ante ellos, mirarse en su espejo, ser su espejo y devolverles una imagen bella de sí mismos (que es la misma que el espejo desea), como ocurre con los lacayos, los esbirros, los consejeros y los bufones. Esta conducta contradictoria lo es porque la identificación con el objeto de deseo es inconsciente, y el inconsciente opera no con los significados sino con los significantes; por ello, reprime el hecho de que el orden social carece de sentido y que el “significante flotante”, en este caso el que le da sentido a la dictadura como régimen de Orden, Paz y Progreso, es arbitrario y depende de la voluntad del amo.6 Con la cual el sujeto carente se identifica (por deseo-carencia inconsciente) y a la cual repudia (por represión “moral” consciente).

Aunque Cara de Ángel no es exactamente un bufón en el sentido lato de la palabra, las implicaciones morales de su conducta frente al distanciado narrador de hecho lo colocan en un espacio de servilismo al poder que lo equipara despectivamente con la bufonería. Además, el poder omnímodo del dictador a menudo se autoinstituye como evocación —si bien caricaturizada— de algún lejano absolutismo monárquico (Rey-Dios) que, dicho sea de paso, permeó muchísimas conciencias criollas durante el limbo histórico que dejó la época posterior a los procesos independentistas, en los que los caudillos militares dieron paso a las dictaduras liberales. Pero junto a la condena explícita que el narrador aplica a Cara de Ángel mediante un distanciamiento que se torna poético (y hasta humorístico) 7 precisamente porque no se confunde con la mentalidad servil de quienes rodean al Señor Presidente (es decir, de todos los personajes de la historia), Asturias deposita en el favorito también las virtudes del amor (desinterés, nobleza, bondad, sacrificio), si bien lo hace en la clave melodramática romántica y modernista en que funcionaba la inercia estética que convivía entonces con las vanguardias artísticas en las que nuestro autor se vio inmerso en el París de los años veinte. Cara de Ángel es, entonces, para su autor, ángel y demonio en igualdad de condiciones: cara de ángel y alma de diablo, polaridades que al final se intercambian intertransfigurándose como ocurre con los diablos de Mulata de Tal y con los componentes identitarios de Cuero de Oro. De esta extraña manera, la moral (conducta) de Cara de Ángel queda, a la vez, condenada y justificada en el clima de miedo y consecuente identificación con el poder dictatorial en el que tanto él como el pueblo (seres especulares) deben vivir, a la sombra de la suprema voluntad del Señor Presidente. Aquí tampoco opta Asturias por una polaridad u otra sino por la fisura, por la zona gris de la ambigüedad (del mestizaje) y la hibridación moral.

La falsa imagen que el favorito devuelve al dictador en forma constante recuerda, por supuesto, la función del espejo humeante en la leyenda de Quetzalcóatl. El espejo sirve, mediante las palabras engañosas de Tezcatlipoca, para que Quetzalcóatl descubra que tiene un rostro y que, además, este rostro es bello, haciéndolo sucumbir así en la vanidad. Tezcatlipoca es el otro yo de Quetzalcóatl (llamado Kukulkán en maya y Gucumatz en quiché), su lado oscuro, el componente complementario de su lado luminoso. La función de las palabras de quien funge como espejo engañador es la de hacer sucumbir a quien se mira en él, causar su perdición porque la imagen devuelta siempre es falsa, aunque el engañador corra igual o peor suerte que la de su contraparte, como ocurre en “Cuculcán” y en “El rey de la altanería”. Existe, por supuesto, la posibilidad de salvarse para la parte luminosa, y la posibilidad de redimirse para la parte oscura. Esto ocurre cuando el individuo logra integrar ambas a la plena conciencia de su ser, que es lo que logra Quetzalcóatl cuando desciende a sus propios infiernos y recobra su pasado, su sentido pleno, su memoria, y asciende al cielo convertido en la Estrella de la Mañana, es decir, en una forma de existencia cualitativamente superior a la que tenía cuando sus dos componentes aún estaban en lucha. Como expliqué en otro ensayo,8 esta integración de los contrarios se logra en Mulata de Tal mediante una metáfora que nos remite a una utopía pospolítica: la del canto de los niños al final de la novela, para quienes ya nada material importa. En “Cuculcán” todavía triunfa “el bien” sobre “el mal”, así como en “El rey de la altanería”, porque la bipolaridad aún no se resuelve en su propia síntesis. En El Señor Presidente, en cambio, el que triunfa es “el mal”. Tratemos de explicarnos por qué.

La función del espejo como elemento articulador de la identidad es explicada por Lacan en términos de la propiciación de una conducta acorde con la ilusoria imagen que nos sirve de modelo. El espejo es, así, el origen del fundamental carácter ficcional de la identidad.9 Es decir, la condición necesaria para que el sujeto se construya a sí mismo como identidad primordialmente enajenada, ya que, en términos sociales, el espejo es “el otro”, y ese otro forma parte de un universo simbólico al que el “significante flotante” que le da sentido es la Ley como algo válido por su mera enunciación.10 El espejo funciona, pues, como metáfora del “otro”, quien me sirve de imagen para constituirme a mí mismo como una identidad. Así, el espejo obra en la novela que nos ocupa como recíproco condicionador de las conductas serviles que se ilustran, por ejemplo, en el capítulo XXIII, titulado “El parte al Señor Presidente”,11 y en el constructo conductual llamado Cara de Ángel.

La función de Cara de Ángel como alterego del Señor Presidente, como su espejo engañador a la vez enajenado por el (sin)sentido de la Ley-voluntad presidencial, se cumple en la obra que nos ocupa pero en forma invertida en relación a como funciona en la leyenda original de Quetzalcóatl y en “Cuculcán”. En este caso, el Señor Presidente es el lado oscuro de Quetzalcóatl y Cara de Ángel su emergente lado luminoso. Vayámonos a un pasaje muy señalado, al capítulo XXXVI, “El baile de Tohil” (263-272), y veamos cómo Cara de Ángel tiene de pronto una visión macabra cuando el Señor Presidente le ordena salir del país en una falsa misión que sería el inicio de su caída definitiva. En ella, el Señor Presidente aparece como Tohil:

Un grito se untó a la oscuridad que trepaba a los árboles y se oyeron cerca y lejos las voces plañideras de las tribus que abandonadas en la selva, ciega de nacimiento, luchaban con sus tripas —animales del hambre—, con sus gargantas —pájaros de la sed— y su miedo, y sus bascas, y sus necesidades corporales, reclamando a Tohil, Dador del Fuego, que les devolviera el ocote encendido de la luz. (…) Tohil exigía sacrificios humanos. (…) ¡“Como tú lo pides —respondieron las tribus—, con tal que nos devuelvas el fuego, tú, el Dador del fuego, y que no se nos enfríe la carne, fritura de nuestros huesos, ni el aire, ni las uñas, ni la lengua, ni el pelo! ¡Con tal que no se nos siga muriendo la vida, aunque nos degollemos todos para que siga viviendo la muerte!” “¡Estoy contento!”, dijo Tohil. ¡Re-tún-tún! !Re-tú-tún!…, retumbó bajo la tierra. “¡Estoy contento! Sobre hombres cazadores de hombres puedo asentar mi gobierno. No habrá ni verdadera muerte ni verdadera vida. ¡Que se me baile la jícara!” (271-272).

En esta clara metáfora de la dictadura, expresada en las claves del Popol Vuh, el Señor Presidente es equiparado e identificado con Tohil, una de las transfiguraciones oscuras de Quetzalcóatl o Kukulkán o Gucumatz, y como un (anti)héroe civilizador (portador del fuego, como Prometeo):

Porque, en verdad, el llamado Tohil es el mismo dios de los yaquis cuyo nombre es Yolcuat-Quitzalcuat. 12

Notas
1 Cuenta la leyenda que había un soberano justo y sabio que se llamaba Serpiente Emplumada. Un día, su enemigo, llamado Espejo Humeante, quiso hacerle daño y le regaló un espejo para que se envaneciera mirando su propia imagen. Como era un dios, Serpiente Emplumada ignoraba que tenía un rostro humano, una identidad, y cuando la descubrió quedó fascinado con ella. Entonces Espejo Humeante le ofreció chicha para celebrar el acontecimiento y Serpiente Emplumada se emborrachó y, estando borracho, Espejo Humeante le propuso mandar traer cortesanas para seguir celebrando. Serpiente Emplumada no sabía que entre las cortesanas estaba su hermana, a quien su enemigo había ubicado entre ellas forzadamente. Así las cosas, Serpiente Emplumada, borracho, comete involuntariamente el delito de incesto.

Al día siguiente, siendo consciente de que su proceder había sido producido por la vanidad, Serpiente Emplumada se impuso bajar a los infiernos para recobrar los huesos de sus ancestros y así recobrar también el antiguo sentido de su dignidad o sentido de sí mismo; es decir, sus valores morales perdidos. Se despidió de su pueblo y bajó al inframundo, en donde jugó el juego mortal de la pelota y luchó contra los demonios matando a varios de ellos, hasta que les arrebató los huesos de sus ancestros. Luego, subió a la superficie del mundo y le dijo a su pueblo que se marcharía hacia otra parte en donde ahora le correspondía estar, pero que habría de volver para redimirlo y salvarlo. Seguidamente, se prendió fuego frente al mar y se elevó al cielo convertido en la Estrella de la Mañana (que es también la Estrella de la Tarde), conocida también como Venus.

Esta es la leyenda. Su contenido y significado, es decir, el simbolismo que encierra puede explicarse así: cualquier ser humano que se ha denigrado puede reconstruirse con su propio esfuerzo y llegar a ser mejor de lo que antes era, hasta convertirse en dios. Para lograrlo, la persona tiene que recobrar el sentido de sí mismo, sus valores (simbolizados por los huesos de los ancestros) y enfrentar sus demonios en su propio infierno personal, que son sus propias contradicciones (ese es el simbolismo del infierno). La serpiente con plumas y que vuela es una figura poética que simboliza la unidad y armonía de los contrarios: reptil y ave, tierra y cielo, dios y hombre, unidos en el ser humano capaz de ponerlos en armonía mediante su práctica espiritual. En este caso, el nombre de Kukulkán simboliza a ese ser humano.

Para una interpretación de la leyenda original, ver, Laurette Séjourné. El universo de Quetzalcóatl. México: FCE, 1962.

“Asturias was also the first major novelist to percieve in Quetzalcóatl the greatest of all American myths and a convincing alternative to Jesus as a searcher, a culture hero, all-embracing and integrative, without separations and exclusions… (…) Clearly when we speak of Ulyssean (or Thesean or Dantean) novels, we must not forget the possibility of a Quetzalcoatlian novel”. Gerald Martin, Journeys 147-48.
2 Miguel Ángel Asturias. Leyendas de Guatemala. Buenos Aires: Losada, 1957: 78.
Para un análisis de “Cuculcán”, ver Mario Roberto Morales. “El sujeto intercultural en el teatro de Miguel Ángel Asturias”. Miguel Ángel Asturias. Teatro. Edición Crítica. Lucrecia Méndez de Penedo, Coordinadora. París: Archivos, 2000.
3 “What we call ‘social reality’ is in the last resort an ethical construction; it is supported by a certain as if (we act as if we believe in the almightiness of bureaucracy, as if the President incarnates the Will of the People, as if the Party expresses the objective interest of the working class…) (…) It follows, from this constitutively senseless character of the Law, that we must obey it not because it is just, good or even beneficial, but simply because it is the law —this tautology articulates the vicious circle of its authority, the fact that the last foundation of the Law’s authority lies in it process of enunciation… this traumatic, non-integrated character of the Law is a positive condition of it. This is the fundamental feature of the psychoanalytic concept of the superego… Žižek, The Sublime 36-37.
4Ver, Ernesto Laclau and Chantal Mouffe. Hegemony and Socialist Strategy. London: Verso, 1985.

A propósito, dice Žižek: “Ideology is usually conceived as a discourse: as an enchainment of elements the meaning of which is overdetermined by their specific articulation, i.e., by the way some ‘nodal point’ (the Lacanian master-signifier) totalizes them into a homogeneous field. We could refer here to the already classic Laclauian analyses of the way particular ideological elements function like ‘floating signifiers,’, whose meanings are fixed retroactively by the operation of hegemony (‘Communism,’ for example, operates a ‘nodal point’ that specifies the meaning of all other ideological elements: ‘freedom’ becomes ‘effective freedom’ as opposed to ‘formal bourgeois freedom,’ ‘state’ becomes ‘the means of class oppression,’ etc.)” Looking Awry 129.

5 “… the superego: an injunction which is experienced as traumatic, ‘senseless’ — that is, which cannot be integrated into the symbolic universe of the subject. [So, it] must be repressed into the unconcious through the ideological, imaginary experience of the ‘meaning’ of the Law of its foundation in Justice, Truth (or, in a more modern way, functionality). Žižek, The Sublime 37-38.
6 “According to Pascal, the interiority of our reasoning is determined by the external, nonsensical ‘machine’ — automatism of the signifier, of the symbolic network in which the subjects are caught… Here Pascal produces the very Lacanian definition of the unconscious: ‘the automaton (i.e. the dead, senseless letter) which leads the mind uncounsciously (sans le savoir) with it’. (…) The only real obedience, then, is an ‘external’ one: obedience out of conviction is not real obedience… What is ‘repressed’ then, is not some obscure origin of the Law but the very fact that its authority is without truth. The necessary estructural illusion which drives people to believe that truth can be found in laws describes precisely the mechanism of transference: transference is the supposition of a Truth, of a Meaning behind the stupid, traumatic, inconsistent fact of the Law”. Žižek, The Sublime 37-38.
7 Que Asturias tenía un sano distanciamiento crítico y humorístico de la dictadura se evidencia en el epígrafe al inicio de este ensayo, el cual tiene el sabor del sarcasmo estudiantil del cual él fue partícipe y artífice, sobre todo como autor de textos para las celebraciones y publicaciones del desfile bufo de estudiantes conocido como Huelga de Dolores.
8 Morales, “La colorida”.
9 “… la cría de hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero todavía un tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpacé, reconoce ya sin embargo su imagen en el espejo como tal. (…) Este acontecimiento puede producirse… desde la edad de seis meses… hasta la edad de dieciocho meses… Basta… comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término… El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente… manifiesta… la matríz simbólica en la que el yo (je) se precipita en una forma primordial… Pero el punto importante es que esta forma sitúa la instancia del yo, aún antes de su determinación social, en una línea de ficción, irreductible para siempre por el individuo solo…” Jacques Lacan. Escritos 1. México: Siglo XXI, 1998: 86-87.

“La función del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular de la función de la imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad… (89).

“Lo que he llamado el estadio del espejo tiene el interés de manifestar el dinamismo afectivo por el que el sujeto se identifica primordialmente con la Gestalt visual de su propio cuerpo (105).
10 “Este desarrollo es vivido como una dialéctica temporal que proyecta decisivamente en historia la formación del individuo… desde una imagen fragmentaria del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad –y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental” (Lacan 90).
11 Miguel Ángel Asturias. El Señor Presidente. Buenos Aires: Losada, 1958: 161-165.
12 Anónimo. Popol Vuh. Traducción de Adrián Recinos. México: FCE, 1973:123.

En esta página aparece la nota 16 a la Segunda Parte, del traductor, que dice así: “El gran civilizador era adorado como una divinidad por los antiguos mexicanos, quienes le daban diferentes nombres. Llamábanle Ehecatl, o dios del viento; Yolcuat, o sea serpiente cascabel; Quetzalcóatl, o serpiente cubierta de plumas verdes. Este último significado corresponde también al nombre maya Kukulkán y al nombre quiché Gucumatz. En este lugar del texto se revela que los quichés identificaban también a Quetzalcóatl con su dios Tohil” (176).

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