Raúl Fornet-Betancourt
Escuela Internacional de Filosofía Intercultural. Aachen/Barcelona.
A la memoria de Ernesto Martín Fusté SJ
En el artículo “¿Cautivos de las sombras?”, publicado en este mismo medio, hablaba de nuestra civilización hegemónica en el sentido de una gigantesca fábrica multinacional de máscaras que con miles y siempre renovadas estrategias nos incita y muchas veces –como muestra ya el hecho del continuo aumento de las ganancias de los que impulsa esta civilización– también nos convence de que hacemos bien convirtiéndonos en agentes de realidad y vida enmascarada. Y ante esta situación planteaba la pavorosa pregunta de si el hombre actual quiere realmente liberarse de las máscaras que lo forman y a las que conforma su manera de ser, pensar y vivir.
Ahora, en el presente artículo, quiero volver sobre esta pregunta; pregunta que he llamado pavorosa porque la entiendo como el inicio de un camino al final del cual no nos encontraremos ni con la estación “Angustia” (pensemos en las antropologías existencialistas, por ejemplo) ni con la estación “Miedo a la libertad” (Erich Fromm), sino con la estación “Vergüenza”, en la que se nos invitaría a obtener un boleto de “avergonzados” para iniciar otro viaje, que no sería de “vuelta” sino de “salida” en una dirección opuesta a la trazada por la historia de los enmascarados. Es, dicho menos metafóricamente, la pregunta cuya respuesta nos puede golpear con el pavor que produciría la certeza de que hemos errado el camino de lo humano. Es, dicho todavía de otro modo, acaso más coloquial, la pregunta de si queremos realmente, como personas y sociedades, quitarnos la careta; y, en el sentido en que el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española define este giro, “darnos a conocer tal como somos moralmente, descubriendo los propósitos, sentimientos, etc., que procuramos ocultar”. Y antes de seguir me permito intercalar lo siguiente:
El camino que se inicia con esta pregunta es decisivo y fundamental para aprender a fundar la vida individual y la convivencia social sobre bases nuevas, esto es, sobre esperanzas nuevas que nos conforten para comenzar con cambios que realmente cambien el rumbo de la vida. Pues considero que solamente hombres y mujeres que sepan quienes son o, dicho con mayor exactitud, hombres y mujeres que sepan cómo han llegado a ser el “personaje” que representan y porqué han confundido la existencia con darse un “papel”, podrán abrirse a esa sabiduría de vida que permite no sólo percatarse de que se ha errado el camino, sino también leer las faltas como indicaciones de lo que verdaderamente falta y sentir así, desde dentro mismo de la historia errada, la necesidad de cambios profundos, entendiendo por éstos no esos cambios que aceleran y diversifican las ofertas del sistema sin cambiar sus bases ni horizonte, sino aquellos cambios que realmente cambian “las cosas” porque responden a las exigencias reconocidas como alternativas en nuestra propia historia de humanos necesitados o faltos de humanidad. Pero vuelvo a la pregunta y su camino.
La pregunta quiere encaminarnos por la senda de un “examen de conciencia” o, si se prefiere un lenguaje más secular, por la senda de un análisis crítico del hombre contemporáneo y sus sociedades. Y ello con el fin, ciertamente, de aclarar la confusión e incertidumbre que generan las máscaras personales y las fachadas institucionales en que nos movemos. Esta tarea, digo, es certera, pues tenía razón Spinoza al sentenciar que los hombres padecen y yerran el sentido de su vida porque no tienen ideas adecuadas de lo que son. Pero al mismo tiempo debo subrayar que, como se insinuaba por lo adelantado arriba, la senda del “examen de conciencia”, debe ser también, y en lo decisivo, el camino en cuyo curso la luz intelectual liberadora de la confusión de las caretas renace en el corazón como la fuerza vital que nos “tira” a sentir que no debemos consentir con “la máscara y vicio del corredor de mi hotel”, para expresarlo con un conocido verso de José Martí.
Así, al filo del recorrido de esta pregunta, el aprendizaje intelectual por el que nos vamos “curando de la insensatez” de no reconocer lo verdadero y auténtico (Platón) se prolonga y encarna en un ejercicio de nuevas acciones para regenerar la vida y la convivencia humanas.
Pero ¿qué quedaría, pues, si realmente damos ese paso práctico y nos quitamos la careta como individuos y sociedades?
Mirando hacia atrás, quedaría sin duda en primer plano el desconsolador panorama de un teatro en ruinas, habitado por personajes errantes e irreconocibles por la pérdida de sus máscaras. Pero, por la memoria de bondad que también nos constituye, aunque no haya sido el caso tratarla aquí, quedarían también las tantas estrellas de las “vidas ejemplares” y “alternativas utópicas” que desde siempre han exhortado y exhortan a que vivamos atentos al auténtico sentido para no fallar el rumbo de la realización de lo humano.
Y mirando hacia adelante, hacia ese horizonte de las estrellas que han evitado el naufragio total de lo humano, quedaría la esperanza de la resurrección de la vida en formas de vivir y de pensar que recreen los lazos rotos con “el cielo y la tierra”, es decir, mediante hombres y mujeres que, asumiendo que la vida no es un fondo privado para invertir en la invención de un personaje, cultivan la vida desde la conciencia que viven porque son herederos de vida; y responsables, por tanto, de cuidar el flujo de la herencia perfeccionando la convivencia.
Con todo me asalta, sin embargo, la pregunta de si este “examen de conciencia” que, a fin de cuentas, debería llevarnos al reencuentro y diálogo con las estrellas en nuestra memoria de humanidad, no exigiría todavía como condición preparatoria el fomento del silencio y la soledad, tanto en el alma humana como en el curso del mundo. Y me asalta también la pregunta de si, en las condiciones estructurales dadas y ante las dificultades reales que tiene tanta gente para satisfacer sus necesidades más básicas, la exhortación ética a ser verdaderos y veraces que resume el giro del “quitarse la careta” no representa una imprudencia.
Ambas son cuestiones graves que requiere tratamiento aparte y como tales se dejan aquí apuntadas como temas de posibles consideraciones futuras.