Hugo Amador Us
Escritor

Lo que más coraje me da no es todo este tiempo que perdí buscándola con la esperanza de encontrarla. No, fíjese don. Tampoco que mi patojo se me pusiera tristón porque la habíamos perdido. Estuvo va de llorar como si alguien se hubiera muerto. Ni cuando se murió tu abuelita lloraste tanto, le reclamé. Motivos para andar bravo tengo de sobra. ¡Vaya si no! Imagínese que llevaba ya tres semanas va de buscarla. Y eso que no es nada. A mi primo Epifanio se le había perdido una también y la anduvo busca que te busca por dos meses. ¡Y no mira que la encontró pues! Bien lejos de aquí, eso sí, ya casi llegando a La Campana, como para que se dé una idea de lo lejos que se fue la condenada, pero la encontró.

Ahora que usted ya fue a conocer por allá, sabe bien lo lejos que mi primo la fue a encontrar. Hasta más gordita la encontró dijo, todo porque se había dado sus buenas forradas. No mira que dice que echada la encontró a la condenada, de plano de tanto que se había hartado ya ni caminar podía. La encontró toda comodona, debajo de un palo de aguacate. Puede que hubiera engordado de comerse los aguacates que se caen así de maduros o de podridos o quién sabe cómo había engordado. Mi primo no cabía de contento de haberla encontrado y más por lo bien forrada que andaba. Eso sí, le costó llevársela de regreso; casi a rastras la tuvo que llevar, ya no andaba ligerita como antes, cuando hasta se le asomaban un poco las costillitas.

Al otro día, corriendo se fue a venderla al mercado de Chicamán y su buen pisto fue a hacer. Parece que la vendió como a ocho mil lo muy menos. ¿Tan así de cara pregunta usted? Si don, una buena vaquita no baja de sus seis mil quetzales. Por eso es que yo abrigaba la esperanza que iba encontrar a la mía también. ¿Qué cómo se nos perdió dice? Fue el puro descuido de mi patojo. Pasa que ahora con eso que en la comunidad están estrenando campo de fut ya no hay tarde que la patojada vaya a darse sus buenas chamuscas. Andan tan emocionados que ya hasta nombre le están poniendo a sus equipos y hasta están diciendo que quieren jugar en campeonatos del departamento.

Ni modo, soñar no cuesta. Yo los entiendo. Cuando crecí, todo esto que usted ve era pura tierra abandonada a la buena de Dios; puras piedras nomás pues. Así como ve, todos estos cerros pelados, apenas con unas matitas todas raquíticas y con este sol que hasta le pica a uno toda la cabeza; dígame usted si no es para desesperarse. Usted no puede decir que no; lo he visto va de tomar agua desde hace rato. Este calor quién lo aguanta. Y eso que ahora estamos en febrero; usted no va querer asomarse por marzo o abril. Es como para salir huyendo de estos lugares. Solo nos aliviamos por ahí por mayo o junio, cuando caen los aguaceros.

Le contaba que ahora que vino esa empresa que dejó hecho el camino se pusieron vivos los comunitarios y le pidieron que aplanara un cerrito y lo convirtieron en campo de fut. Pero sepa disculparme usted don, ¿ingeniero me dijo que era verdad? ¿o licenciado? Es que yo no mucho sé de eso. Pues le decía que mi patojo, Casimiro se llama, no sé si ya le había dicho, de puro descuidado que se fue a echar su chamusca esa tarde y olvidó dejar amarrada a la vaquita. Y como cada vez que hay chamusca, lo muy menos se tardan un par de horas corriendo y pateando la pelota. Parece que no se cansaran.

Y en eso que yo regreso de hacer un mi mandado de Cubulco, ya entrando la tarde. A esa hora ya la vaquita la tenemos amarrada y que me da un brinco en el corazón cuando solo veo el palo donde la amarramos. Iba a echar la carrera para el campo de fut pero ¿de qué me servía reclamarle a mi patojo? Ya era muy tarde y ya estaba entrando la noche. Todavía fui a dar una vuelta por ahí cerca para ver si de repente la encontraba quien sabe tal vez echadita o masticando las pocas hierbas que se encuentran cerca, pero nada don.

Ni sombras de la bendita vaca. Con decirle que ni siquiera su caquita fresca encontramos. Como para que uno dijera, acaba de estar por acá o acaba de pasar por aquí y tal vez se fue para allá. Nada don. Ahí fue donde comenzó todo el desmadre de su búsqueda. Esa noche a duras penas logré pegar los ojos. A mi patojo sólo le reclamé; ya está grande como para andarle pegando, hasta feo se hubiera visto eso ¿no cree? ¿usted tiene hijos dice? Bueno, ya me entiende entonces lo que quiero decir.

Pues esa noche le decía que casi no pegué ojo, pensando en la desgracia que nos había pasado. No crea que exagero; es la pura verdad. Nosotros la conseguimos así de ternerita todavía, ahora hace ya cuatro años. Se la compramos allá abajo, a un señor de Chitomax. “Llevemos esta” me dijo mi señora; “esta me gusta” y así fue como la compramos. Esperábamos venderla a fin de este año que la gente tiene un poco de pisto.

Necesitamos el dinero para pagar los estudios del patojo que el otro año comienza carrera. Siempre se gasta don, no crea ¿Qué va a estudiar dice? Pues acá lo único que hay cerca es para magisterio. Por eso es que a él más que a nadie le convenía cuidar a la vaquita. Ahora sí te fregaste le dije esa noche, por eso ni falta hacía que le pegara. Solito él se había perjudicado con ese descuido. Ahora sí no sabemos si va a poder estudiar. Al otro día nos pusimos a buscarla. No podía haber llegado muy lejos nos dijimos con el patojo y lo primero que hicimos fue agarrar para abajo, como yendo para el río. Pero tal vez esa fue la baboseada que nos dimos.

Qué tal si hubiéramos empezado por arriba, como camino para Chicamán. De todos modos, nadie es adivino, que íbamos a saber que camino iba agarrar la condenada ¿Ya vio? Usted está de acuerdo conmigo; hay cosas que no se pueden saber así nomás. Los primeros días la anduvimos buscando por todo ese lado, como quien va para el puente colgante. Preguntamos por las pocas casas que usted ve que hay a la orilla del camino. Y nada. “Aquí no hemos visto ninguna vaca perdida, nos decían”, “busquen más abajo” y así nos iban diciendo. A veces nos quedábamos con la duda de si no nos estaban baboseando. Usted sabe, la gente a veces es fregada. Fue mi hijo el que me dijo que mejor nos metiéramos más por las barrancas y por los cerros; de repente por ahí aparecía. Y nos fuimos metiendo más adentro para buscarla. Y nada don.

A veces nos metíamos por lugares que ni siquiera una vaca se metería. Casi a gatas pasábamos en los peñascos, con la pena de ir a caer al río que pasa allá abajo. Ya parecíamos lagartijas, prendidos casi que con las uñas a las pocas matas que logran crecer en esos cerros pelados. Ni señas don. Entonces no nos quedó de otra que buscar por el otro lado, como quien va para La Campana y a Chicamán. Ahí ni casas se ven. Solo los puros cerros con pocos árboles y también mucho barranco, pero ahí son más profundos. Por poco y me vengo de una ladera. Quién sabe hasta dónde hubiera ido a parar y ya ni se la estuviera contando.

No es que todos los días la buscábamos; para que le miento. Había un par de días de la semana que no podíamos por los mandados que hay que hacer al pueblo o porque tenemos que ir a la iglesia. Usted sabe ingeniero; así es la vida por aquí. Y así pasamos días y días buscando a la condenada vaquita. A veces en esa búsqueda aprovechaba para reclamarle a mi hijo. “Ya viste” le decía, quién te mandó a echarte la chamusca, no andaríamos en estas ahora. Pero ya de nada servía don. Ya para entonces quien sabe para dónde había agarrado la vaca. Nadie nos daba razón. Ni por un lado ni por el otro. La gente ya sabía que andábamos buscando nuestra vaquita. Todos lo comentaban ya, pero los muy ingratos no decían nada; ni una pista ni nada. Como si se hubiera esfumado así por así. Pero nada de eso me ha dado coraje. Nada. Salvo lo que le conté hace un rato, cuando nos sentamos a platicar.

Por eso quiero su consejo ingeniero ¿o licenciado? Disculpe usted, no me haga caso. Es que la que más ha sufrido con esta pérdida ha sido la Gertrudis, mi mujer. Como para que no. ¿Y no fue ella la que la vio primero pues? Dijo que la quería comprar. Estaba tan ilusionada, tal vez hasta encariñada estaba ya. Qué se me hace que no la hubiera querido vender o quien sabe. ¿Usted pregunta si estoy seguro que era mi vaquita? Muy seguro don. Como que me llamo Cipriano Urizar para servirle a usted. Hacía días que andaba de antojo de carnita asada. Ya sabe usted que la libra de carne está cara y no es para estar comiendo carne todos los días. Total que hoy al medio día que venía de hacer el mandado en el pueblo me agarró la hora allá abajo, en el comedor de doña Julia, allá por el puente. No soy muy de gastar en comedores, pero ya andaba con hambre y, encima, con antojos. Cabal estaban ofreciendo carne asada y voy y que pido un plato.

Y doña Julia que es muy platicadora usted. Va de contarme cosas estaba. Que su hijo este año se recibe de maestro (dichoso me dije yo y ya me estaba enojando con mi hijo), que su otra hija se acaba de juntar con uno de los que vino con la empresa a hacer el camino (por babosa, me dije). Y en una de esas que suelta el trancazo. Casi me trago el bocado cuando le oigo decir que su marido le había comprado varias libras de carne a un destazador, allá por Pajuil. Ese destazador le contó que se había encontrado una vaquita negra que, quién sabe cómo, había bajado al río a tomar agua. Es que viera que ahí son puros peñascos en toda la orilla del río. Ahí no se pasa así nomás.

El señor, extrañado, se preguntaba cómo había hecho una vaca para llegar hasta ahí. ¡Quién sabe! la pobre se estaba muriendo de la sed, eso me digo yo y arriesgó su pellejo para bajar a tomar agua al rio. La pobre ni se imaginó que le iba a salir peor. ¿Qué por qué estoy tan seguro de que era mi vaca dice usted? Pues dijo doña Julia, a según lo que el destazador le dijo al marido, que todavía llevaba un cordón azul y tenía una mancha blanca cerca de la pezuña de la pata derecha, la de atrás. Ahí fue donde casi vomito don. Es que no hay duda de que esa era la mía. Mire, para que vea que no le doy cuento. Acá ando un pedazo del cordón azul que he cargado conmigo todos estos días que anduve buscando mi vaquita.

Cómo no me iba dar coraje, casi vomito la carne de mi propio animalito. ¿Me entiende ahora? Yo sé que usted es entendido y sabe lo que quiero decir. Eso es lo que me da más coraje por encima de todo don. Que la cosa terminara así y sobre todo no sé ahora qué le digo a la Gertrudis. Ya ni sé que mentira decirle. ¿Qué ya se tiene que ir dice? No tenga pena, disculpe usted haberle quitado unos minutos. Que le vaya bien licenciado, disculpe, ingeniero.

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