Raúl Fornet-Betancourt
Escuela Internacional de Filosofía Intercultural. Aachen/Barcelona.

No creo que ninguna persona honrada y que haya conservado, por tanto, ese sentimiento moral tan importante que significa la capacidad de avergonzarse por no decir lo verdadero, pueda poner en duda que la pandemia actual de la Covid 19 saca a la luz con claridad meridiana la miseria del mundo; especialmente su cara más triste de miseria de “los pobres de este mundo” (José Martí). Aunque de observar es también que esa es la miseria que incluso en esta situación de pandemia trata de ocultar, y muchas veces con verdadero éxito, la civilización hegemónica actual con la propagación de imágenes de un “mundo color de rosa” (como, por ejemplo, el mundo de las llamadas “estrellas”, sean ya actores de cine, deportistas o empresarios); imágenes que no solo dejan caer la sombra de una gran máscara sobre la desconsolada realidad de millones de seres humanos, sino que pretenden además ocupar y entretener la mente de la gente sencilla con falsas expectativas o, mejor dicho, con expectativas de vida falsa. Ante este “conflicto de realidades” pienso que, por honradez también, deberíamos preguntarnos a nosotros mismos:

¿Nos dejaremos conmover, alterar, por la molesta claridad con que aparece hoy la miseria del mundo y, por vergüenza ajena y propia, tomaremos conciencia de que hay que cambiar el rumbo de la vida con la práctica de formas de vivir y convivir fundamentalmente diferentes?

¿O, por el contrario, la fuerte inercia de los comportamientos adquiridos y la marcha de la máquina de una civilización que es maestra en seducción –como muestran, entre otras cosas, las antes aludidas estrategias para la propagación de expectativas de éxito y felicidad– nos llevarán a permanecer en el ofuscamiento, esto es, a continuar viviendo en el mundo con los ojos cautivados por la gran máscara de aparente espectacularidad con que lo cubre la civilización de la riqueza (Ignacio Ellacuría)?

Con estas dos preguntas quiero subrayar que nos encontramos en una situación de encrucijada que nos urge a tomar una decisión, pero que nos deja en la incertidumbre sobre la dirección que seguirá nuestra respuesta. Pues es verdad que, juzgada con honradez, se nos presenta como una situación histórica clara en lo que pone a la vista y reclama. Y sin embargo nada en ella autoriza a dar por seguro que nos decidiremos por cambiar el rumbo y tomar el camino reclamado de otro modo de vida.

La conocida resistencia de la “fuerza de las cosas” nos hace ser cautelosos en ese sentido. Pero hay otro aspecto, más fundamental todavía, que habla a favor de la incertidumbre sobre nuestra decisión como humanidad: la cuestión de la conversión de la libertad humana a lo bueno y recto. Con esta cuestión rozamos un punto difícil en el que la filosofía aprende que, en la vida, además de “problemas”, hay “misterios” (María Zambrano).

Evidentemente no es éste el lugar de tratar tal punto. Lo dejo, pues, a un lado, para limitarme a decir unas palabras acerca de lo que, a mi modo de ver, debe hacer la filosofía en una situación ambivalente de encrucijada en vistas a la preparación de la conversión de la libertad humana para lo bueno y lo justo, y contribuir de este modo a que la decisión de la humanidad se decante por el cambio necesario.

Dando por supuesto que en una situación histórica como la actual no se da solamente un conflicto de intereses económicos, sociales y políticos, sino que hay también un combate por la decisión del sentido que se quiere para la vida humana, tanto a nivel personal como social, diría que la filosofía en tal situación debe concentrar su tarea en el acompañamiento espiritual del debate por el sentido. Lo que quiere decir, por ejemplo, que, desde sus tradiciones de sabiduría, advertirá sobre la necesidad de estar alertas sobre la calidad, esto es, sobre el verdadero peso de vida, de las cuestiones que se debaten. ¿Y por qué es esta advertencia importante? Porque es un hilo para evitar, por poner un caso concreto actual, que la discusión sobre el sentido o el absurdo de llevar mascarillas sirva de alibí para no cuestionar las bases de una civilización que con su máscara desfigura la vida y asfixia su verdadero sentido.

Dicho con otras palabras, la importancia de esta advertencia radica en que con ella la filosofía ayuda al discernimiento de lo que realmente es esencial en la vida para que los seres humanos podamos realizar nuestras vidas con libertad, entendida aquí como libertad ordenada por lo esencial para una vida con sentido: lo bueno y lo justo. Y por esto hablaba arriba de una contribución de la filosofía a la conversión de la libertad como una condición necesaria para un cambio de rumbo o ruptura con la línea de la civilización hegemónica.

Recordando la conocida alegoría de la caverna, narrada por Platón en su obra La República – que significativamente lleva el subtítulo “o de la justicia” – el acento que he destacado en la ayuda que, a mi juicio, debe brindar la filosofía en nuestra situación actual se puede resumir en la siguiente frase: Dejar ver por entre las sombras del mundo hegemónico la luz de la libertad que nace del descubrimiento y aceptación de lo que da verdad y sentido pleno a la vida (el bien y la justicia), para que el hombre de hoy se anime a salir de la caverna en la que es el cautivo de su propio ofuscamiento civilizatorio.

Y, para terminar, acaso no esté demás, recordar con Platón también, que ese proceso de salida hacia la luz es un proceso doloroso en el que no pocas veces el hombre siente ganas de desistir de su esfuerzo y regresar a su estado de cautiverio. Por eso la tarea de acompañamiento de la filosofía en ese caminar hacia la luz tiene que cumplirse de manera que, sin descuidar los aspectos propiamente teóricos del proceso, sepa llegar existencialmente al corazón de la gente conversando sobre sus preocupaciones y en su lenguaje. En suma: se trata no solo de alumbrar las mentes, sino también de animar los ánimos para que no abandonemos en el camino.

PRESENTACIÓN

Desde los orígenes de la filosofía, en el siglo VIII antes de Cristo, se deja ver que la disciplina no es un ejercicio complaciente.  Tiene una misión liberadora, sacarnos de la caverna, hacernos contemplar la realidad, instaurar un sistema político justo, reconducir nuestra conducta… es una tarea comprometida con uno mismo y con los demás.

Conforme esa tradición de larga data es que Raúl Fornet- Betancourt escribe su texto, “¿Cautivos de las sombras?  Hablemos de mascarillas, pero también de la gran máscara que es nuestra civilización”.  El pensador nos pone en guardia frente a las máscaras de la civilización del espectáculo que falsea la realidad.  Es la denuncia de un sistema encubridor y egoísta que, sacrificando vidas, se enfoca unidireccionalmente en el consumo y el lucro.

“La importancia de esta advertencia -subraya el filósofo- radica en que con ella la filosofía ayuda al discernimiento de lo que realmente es esencial en la vida para que los seres humanos podamos realizar nuestras vidas con libertad, entendida aquí como libertad ordenada por lo esencial para una vida con sentido: lo bueno y lo justo. Y por esto hablaba arriba de una contribución de la filosofía a la conversión de la libertad como una condición necesaria para un cambio de rumbo o ruptura con la línea de la civilización hegemónica”.

Jorge Ortega Gaytán nos ofrece, por su parte, una aproximación a la obra de Enrique Gómez Carrillo, el “testigo de la tragedia humana”.  Según Ortega, el cronista sobresale literariamente al dejar un registro histórico de gran valor para nuestros días.  Su sensibilidad, insiste, evidencia en primer plano los detalles de un drama que se repite y deja muerte en las sociedades en que ocurren.

Hay otros temas que pueden ser de su interés.  Lo invitamos a revisarlos para provecho de sus lecturas personales.  Mientras eso sucede, continuaremos preparando el próximo número.  Anótelo, aquí nos encontraremos para conversar de lo que nos gusta, la literatura, la filosofía y el arte en general. Hasta entonces.

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