Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Luego de los saludos de mera cortesía, Gedeón procedió a contarme lo del nuevo sacerdote de la iglesia de la colonia en donde él vive.

-Fijate vos que como el padre que nos daba la misa ya estaba bien viejito y ya se cansaba bastante y a veces no se le entendía lo que decía, vino otro padre, pero ese nuevo padre es de aquellos padres de misa de dos horas o dos horas y media. Misa solemne es que le dice el sacristán. Y la gente, que tan desconsiderada que es y solo para joder sirve, asiste con sus muchachitos y muchachitas. Y después de un rato, tanto los muchachitos como las muchachitas se aburren, como si les picara alguna cosa en el cuerpo o les picara todo el cuerpo. Y unos se ponen a corretear por allí, otros a llorar, otros a vomitar y otros a rascarse frenéticamente.

Y los adultos, que debieran dar el ejemplo, en vez de corregir a los niños se ponen a cuchichear y a hablar mal de la gente y del padre, como si estuvieran en el mercado o en el parque. Y el padre regaña a todo el mundo y advierte que si no se comportan como la gente ya no sigue con la misa, entonces la gente hace silencio y cada quien les advierte a sus muchachitos que si no se callan el padre los va a regañar. Y el calor se pone desesperante. Y como la gente vio que la misa se llevaba mucho tiempo, dio en llegar un cuarto de hora más tarde, entonces el padre dio en comenzar un cuarto de hora más tarde también; entonces la gente se tomó otro cuarto de hora y el señor Cura también. Y así sucesivamente.

Y la misa de nueve de la mañana llegó a comenzar a las tres de la tarde, después a las siete de la noche. Y como quien no quiere la cosa, de quince minutos en quince minutos, ahora da inicio a las once y media de la noche. Y yo digo que para como van las cosas, el mes entrante estaremos comenzando a la una y cuarto de la mañana. Yo no entiendo por qué la gente de una vez no colabora, ¿verdad vos?

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