CB
Querida C, hago pública mi respuesta a la carta secreta que me envió usted porque no está bien los subterfugios a nuestra edad. Sí, no es apropiado involucrar a los lectores en cosas íntimas, pero me adelanto por si usted siente la tentación de ponerme en evidencia sin que apenas pueda defenderme de las posibles interpretaciones con las que me avergonzaría frente a los que quiero.
Considero inexcusable que me haya escrito sin conocerme y me exprese afectos que estimo fingidos. ¿Es que acaso pueden surgir sentimientos a causa de la poca información que aparece en las redes? Me temo que no, a menos que su capacidad de ficción afecte su juicio disponiéndola a un estado de fantasía que bien merecería atención clínica.
Mi buena C, no puedo negar que las fotos que comparte con el público, porque no las subió para mí, según la ocurrencia con que ha querido sorprenderme, la muestran agradable. No quiero mentirle, las repasé con el interés del macho conducido por los instintos. Me solacé, siento gusto por esa combinación perfecta entre la madurez y los resabios de la edad temprana. Me sentí culpable, pero sobre todo ridículo.
A mi edad no puedo permitirme la literatura. Sobre todo porque conozco esa propensión por la novela que me ha llevado ocasionalmente a dramas sufridos. Es rasgo de carácter, vocación íntima por lo imposible. Y usted encuadra en esa pulsión enfermiza que me ha llevado a menudo al desquiciamiento y a la locura.
Esa demencia temporal fue la que me hizo compartirle mi rutina, mis ejercicios de yoga y mi obsesión por los periódicos. Con poco, sabe suficiente. Me lo recrimino. Debí ocultarle mi conducta esquizoide, mis perversiones y complejos. ¿Qué necesidad tenía de mostrarle mis cartas? Ahora conoce mi juego y siento temor frente a un oponente del que ignoro casi todo.
Perdone que la haya eliminado, pero pudo más el miedo que la ilusión que ya sentía conmigo. La promesa incumplida de información junto a los relatos incongruentes de su vida, me obligaron a borrarla de mis contactos. Amada C, si ahora escribo este texto no es solo para exorcizarla, sino para dejar constancia de su paso agitado, trepidante, pero sobre todo, misterioso.
Por favor, destruya nuestra comunicación. Si me tiene un poco de afecto, obligue a su memoria a recuperar los buenos momentos. Lo demás, lo contingencial y sobrante, deje que ocupen el lugar que le corresponde entre los residuos. Usted sabrá apropiarse de lo que pudo haber justificado una relación en los límites de la miseria humana. No me guarde rencor.
Adiós.