Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura
-Acompañame a comprar una camisa -me dijo Gedeón una tarde de sábado en que yo me encontraba en mi casa mirando un partido de fútbol por la televisión. Como eso del fútbol ya me está comenzando a provocar cierto cansancio, accedí a acompañarlo.
-Me dijeron que por ahí frente a la Tipografía Nacional hay unas ventas donde se puede conseguir buena ropa y a buen precio –me explicó.
Nos fuimos caminando, ya que mi casa queda relativamente cerca del centro. Durante el camino me contó que estaba contento porque probablemente ganaba sus cursos en la Universidad. Que en cuanto se graduara se pondría a buscar un mejor trabajo y que lo primero que haría sería comprar un carro porque eso de andar en buses urbanos es la muerte.
Gedeón es un típico ciudadano cuyas preocupaciones giran alrededor de resolver sus problemas económicos y su gran realización consiste en comprar un carro.
Como se trataba de una tarde de sábado había mucha gente por las calles. Visitamos varios negocios de esos que hay en la calle, hasta que a Gedeón le llamaron la atención unas camisas que estaban colgadas en unos ganchos. El propietario le preguntó qué deseaba.
-Aquí, viendo las camisas -le respondió Gedeón.
El comerciante le explicó lo de la buena calidad y el diseño, muy de moda en estos tiempos. Gedeón escogió una de color amarillo PAN.
-¿Me la puedo probar? -le preguntó al comerciante, quien sólo se sonrió y durante un momento no supo qué hacer, hasta que le dijo que estaba bien, que se la probara; entonces Gedeón se quitó la camisa que llevaba puesta y me la entregó, mientras procedía a probarse la nueva. Se la jaló para todos lados, se fue a mirar contra el vidrio de una vitrina que le sirvió como espejo, me pidió mi opinión al respecto y yo, en el ánimo de que dejara de quitarse la ropa en la calle, le dije que le quedaba muy bonita, aunque la verdad es que como él es moreno tirando a prieto, con esa camisa se miraba como aquellos pájaros que se llaman oropéndolas.
-¿Y esos pantalones? -le preguntó al comerciante.
-Sí, mi jefe, -le dijo el otro- ahí están los pantalones. ¿Qué talla quiere?
-Yo digo que 34 -le respondió Gedeón.
-Aquí está, mire -le dijo, mientras le daba uno.
-¿Qué te parece? -me preguntó.
Yo le respondí que me parecía muy bien.
-¿Ni sabés qué? me lo voy a probar.
-Mirá, Gedeón, ¿cómo se te ocurre que te vas a probar el pantalón aquí, a media calle? -le dije, un tanto alarmado.
-¿Y por qué no? -me respondió, mientras se comenzaba a quitar el pantalón. Se quedó en calzoncillos. Y llevaba unos calzoncillos color zapote. Y el comerciante sólo nos miraba, entre divertido y asustado. Y la gente también se lo quedaba mirando. Y Gedeón se probó el pantalón.
-¿Vos qué creés? -me preguntó.
Con tal de que se apresurara le dije que le quedaba muy bonito.
-¿Verdad que sí, vos? -me dijo, muy ilusionado él.
-Claro que sí, -le dije yo- y mejor si de una vez te lo llevás puesto.
-Fijate que no, -me respondió- porque quiero estar de estreno mañana.
Entonces de nuevo procedió a quedarse en calzoncillos y a ponerse el pantalón que llevaba puesto. Y la gente seguía pasando. Y unos se quedaban mirando y se reían. Otros hacían un gesto de desaprobación. Y yo ahí parado, tratando de hacer como que la cosa no era conmigo. Una niñita se detuvo a observar y la mamá se la llevó a puros gritos y jalones de pelo.
Gedeón pagó el importe de su compra, tomó la bolsa plástica con la ropa y nos fuimos de ahí.
-¿Ya te diste cuenta que todo está bien barato por acá, vos? -me preguntó.
Le respondí que claro, que tenía razón, mientras me juraba, una vez más, nunca volver a acompañarlo a ninguna parte.